La boca sacrílega…

Vamos a seguir revisando documentación procedente del Tribunal de la Inquisición de Logroño, para analizar procesos protagonizados por vecinos y vecinas de Vitoria. Tras el episodio anterior, en el que conocimos una acusación por delito de solicitación contra un sacerdote, responsable de varias situaciones de abuso a menores, hoy centramos nuestra atención en una infracción muchísimo más frecuente: el delito de proposiciones o blasfemias.

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Conocemos, por ejemplo, el caso del alavés Juan Fernández de Pinedo, delatado el 31 de mayo de 1791 por parte de Francisco Thomas de Arana (preso de la cárcel de Vitoria y vecino de Escoriaza de 31 años de edad). Al parecer, ambos coincidieron una temporada en el presidio vitoriano, ubicado por aquel entonces junto a la iglesia de San Vicente, en la antigua casa torre de Pedro López de Ayala. Durante una confesión, el sacerdote recomendó a Francisco Thomas realizar la denuncia, pues, existiendo en la cárcel la opción de escuchar la misa los días de precepto, Juan Fernández de Pinedo tan solo había asistido en una sola ocasión a lo largo de tres meses y, además, le escucho decir, estando en su cabal juicio: “me cago en la hostia consagrada, me cago en Cristo y en Dios puñetero, me cago en la puta de María Santísima”. Fernández de Pinedo habría afirmado también, varias veces, “que no había Dios”. Todo ello delante de otros presos, de los que aporta los apellidos, destinados todos ellos en aquel mes de mayo a “los presidios de África”.

Este listado de testigos, conformado por Oquendo, Aguirre, Echevarria y Nanclares, es el hilo del que van a tirar los responsables del tribunal inquisitorial durante los meses siguientes. Interrogado el primero, de 48 años, confirma las malas palabras en boca del detenido: se cagaba en María, en la hostia consagrada y aseguraba que no había Dios y “que si lo había era falso”. Además, durante su estancia conjunta en la prisión vitoriana, Oquendo había ejercido de “Boquetero” (empleado que, colocado en el primer postigo o boquete, registra a los presos que llegan y los introduce en el edificio), “encargado de avisar para misa”, y el detenido apenas asistió durante meses.

Aguirre reitera las blasfemias y añade a todos los santos. De hecho, prácticamente todos aseguran haberle reprendido, sin que Fernández de Pinedo hiciera caso. Nanclares indica que tenía “una boca sacrílega”, cuyas expresiones “horrorizaban a los que las oían, sin querer callar por más que se las vituperaban”. Y apunta que el resto de presos deseaban que lo sacasen de allí, algo que finalmente sucedió, cuando el encausado fue traslado a Onan.

Sobre la alusión constante a su desinterés por asistir a misa, podemos apuntar un detalle curioso. En esta primitiva prisión vitoriana, los reos tendrían que salir de sus celdas para acudir al lugar donde se celebraría el culto (desconozco si se efectuaba en una capilla dentro del propio recinto, o quizás en la vecina parroquia de San Vicente). Este tramite fue perfeccionado con la inauguración de la cárcel celular de Vitoria en 1861, pues, en este nuevo centro con forma de cruz latina, se instaló un templete con un altar (en el que se ubicaba una talla de Cristo) perfectamente visible desde todas las celdas. De este modo, además del vigilante o centinela, se ofrecía una referencia moral constante y los reos podían asistir a los oficios sin salir de su espacio y sin verse unos a otros, gracias a un mecanismo que dejaba entreabierta la primera puerta de cada celda tan sólo unos centímetros.

Altar instalado en el centro de la cárcel celular vitoriana, fotografía de Enrique Guinea
(© A.M.V.G. GUI-III-037_01 ]

Volviendo al informe inquisitorial sobre Juan Fernández de Pinedo, también fue llamado a declarar el Comisario de la ciudad, quien informó de que el 18 de junio de ese mismo año 1791, el encausado había “hurtado dos reses mayores”, por lo que se le sentenció a “seis años de presidio en África”. Apuntaba además que con la prisión “nada se había enmendado”, pues “era un hombre perversísimo”. Se trataba de “blasfemias formalmente heréticas”, enunciadas por un “hombre sin religión”, y para él solicitaban la “prisión en cárceles secretas” y el seguimiento de la causa. Desconocemos cual fue el infausto final de este alavés malhablado, pues no se remite más información.

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Conocemos otro caso protagonizado por Tomás Enríquez, alias Morales, originario de Vitoria. Lamentablemente, el informe que nos ha llegado está incompleto, por lo que tampoco podemos conocer todo el proceso. El tal Morales había sido acusado del delito de “proposiciones”, tras ser delatado por el cura del Hospital de Santiago de Vitoria. Los hechos habían tenido lugar en julio de 1785, y cabía ahora inferir si el reo estaba en su sano juicio o no, conversando con los testigos. El primer interrogado es un viejo conocido, el cirujano Manuel del Prin a quien dedicamos una curiosa entrada hace unos meses. Este medico alavés había estado presente aquel día y pudo confirmar que el detenido profirió “que no hay Dios, que María Santísima no quedo virgen después del parto, que Cristo no nos redimió y que nuestra alma era mortal”.

También hablaron con el cuñado del administrador del Hospital, un señor de 70 años llamado Gerónimo, quien recordaba haberle oído afirmar que “María Santísima no pudo parir quedando doncella, que la hostia que estaba en el copón de la Iglesia no era más que un pedazo de pan, y se daba por el interés de un cuarto, y que lo que nosotros llamamos Cristo crucificado no es más que un pedazo de palo”. Todo esto le resulto contrario a la sagrada religión, y además le escucho decir que “cuando nos levantábamos no nos acordábamos de Dios, sino de una gallina”. Cuando Tomás Enríquez dijo todo esto no cree que estuviera loco (aunque no sabía si lo había estado anteriormente), ni “tomado del vino”, pues se mostraba sosegado.

¿Qué sucedió con Morales? Todo parece indicar que paso una buena temporada en las “cárceles secretas”, pues, en realidad, el documento que nos ha llegado viene a confirmar su traslado posterior al Hospital de los locos de Zaragoza, al haberse decidido que cometió sus excesos aquejado de demencia y ser absuelto de la demanda que pesaba sobre su persona.

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Por último, vamos a aportar un nuevo caso de “proposiciones” contra el ciudadano francés Francisco Blousat, conocido por Blondein, quien ejercía como criado al servicio del marqués de Montehermoso en el año 1800. El denunciante es un tal Josef Maria, quien, “por descargo de su conciencia”, decide acusar al mozo tras haberle escuchado decir “que no había infierno; que lo mismo es ser mahometano o luterano que ser católico” y haber vilipendiado al Papa y proferido blasfemias al paso del viatico.

Para corroborar su testimonio, el denunciante remite al tribunal a dos testigos: Antonio Moraza y Vicente Garai. Ambos sirven como criados en casa del Marques y cuentan con tan solo diecisiete años. Confirman haber escuchado en varias ocasiones al detenido realizando afirmaciones del estilo, indicando que “lo mismo se salvan los infieles que los católicos” y despreciando la educación religiosa. Poco a poco, van sumándose nuevos testigos del entorno del marqués, y entre todos suman pequeñas anécdotas y nuevos detalles que prueban lo referido por el primer denunciante: en una discusión sobre la guerra en Francia, Blondein puso en duda que ninguno de los soldados fallecidos fuera a terminar en el infierno; en otra ocasión, al escuchar el repique en varias parroquias, se preguntó en alto “¿por qué tocan tantas campanas?” y puso en duda la existencia del Señor, pues, ¿acaso alguien “lo ha visto?”.

Otro testigo va todavía más allá, y pone en sus labios la siguiente declaración: “Que no hay Infierno, que tanto Infierno es este mundo. Que él quisiera morirse de repente sin dolor alguno, estando en la cama sobre una muchacha. Que él cree que hay Dios, pero que no cree en lo que dicen que María Santísima hubiese parido sin dolores, porque esto es imposible en mujer alguna”. Además, añade que muchos han visto como Blondein no cumple con el precepto del ayuno y come a cualquier hora.

Como solía ser habitual en este tipo de procesos, tras la primera ronda de interrogatorios vuelven a charlar con todos los testigos a fin de ratificar el testimonio y sonsacar algún nuevo detalle al hacer memoria. Y en ese momento, el caso parece salpicar también al propio marqués de Montehermoso, al mencionarse una declaración contra su persona efectuada tiempo atrás por Carlos Ortega, vecino de la villa de Casa Reyna, quien había visto al ayudante de cámara del marques (también de origen francés) en posesión de un libro titulado “Diversiones”, que contenía “laminas escandalosas y provocativas a lascivia”. El volumen estaba en francés y contenía explicaciones a cada lamina, y Ortega, estando próxima la Semana Santa, pidió que lo “rompiese o quemase”.

Nada de esto debe sorprendernos, pues es ampliamente conocido el perfil anticlerical y contrario a la Inquisición del propio marques (Ortuño María de Aguirre y del Corral, 1767-1811) y de su esposa. Como socio supernumerario de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País, Ortuño habría visto como muchos de sus compañeros eran procesados durante décadas, en base a las más diversas razones y denuncias. Y su propio padre, José María Aguirre Ortés de Velasco, siendo director de la Real Sociedad, fue también enjuiciado por proposiciones contra la fe durante su infancia.

Siguiendo con el expediente, entre líneas podemos conocer unos pocos datos sobre el protagonista de este caso: Francisco Blousat, alias Blondein. Al parecer, tenía cuarenta y cuatro años, y el tribunal desea investigar el tiempo que lleva en España, “y si goza o no del privilegio de ciudadano francés, o es expatriado de su Reino”. En Francia se desempeñaba como peluquero, oficio con el cual comenzó a servir al marques. Se declara cristiano bautizado y confirmado, y hace “cuatro años reside en Vitoria, y con su parroquia en San Vicente, ha confesado y comulgado por el tiempo de Pascua”. Sabe leer y escribir, y se preguntan si habrá leído alguno de los libros prohibidos. Su caso es quizás más interesante que los anteriormente descritos, pues, al tratarse de un ciudadano francés, sus “proposiciones” se observan con otros ojos, tratando de mostrar elogios o adhesiones al sistema del país vecino, y moviéndose más cerca de la sedición o la subversión que de la blasfemia.

En el momento de su interrogatorio, le preguntan si recuerda haber proferido algunas blasfemias y, aunque no puede especificarlas, admite haberlo hecho, hablando en broma y en momento de bulla. La causa sigue, y se suman nuevas anécdotas y nimiedades: en una posada local (lo cual indica el nivel de fiscalización de la vida privada que suponían este tipo de juicios) aseguró que no era pecado comer carne el día de Viernes Santo; y al hablar sobre la muerte, consideraba que “el alma se acababa con la muerte”.

No podemos conocer cual fue la sentencia final, pero durante el tiempo que durase la causa esta se costearía con embargo de sus bienes y mantendría entretenidos, y bajo sospecha, al entorno del marques de Montehermoso. De hecho, poco más adelante, ya en 1803, el marqués Ortuño fue también encausado “por tener y leer libros prohibidos”.

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Para quien se haya quedado con ganas de más, en otra ocasión pudimos conocer una insólita denuncia contra unos “pañuelos de nariz en los que se hallan grabadas escenas de la pasión y muerte de Jesús”.

Documentos empleados:

– «Alegación fiscal del proceso de fe de Juan Fernández de Pinedo, originario de Vitoria, seguido en el Tribunal de la Inquisición de Logroño, por blasfemias», INQUISICIÓN, 3729, Exp.91 [Archivo Histórico Nacional].
– «Alegación fiscal del proceso de fe de Tomás Enríquez, alias Morales, originario de Vitoria, seguido en el Tribunal de la Inquisición de Logroño, por proposiciones», INQUISICIÓN, 3729, Exp.42 [Archivo Histórico Nacional].
– «Alegación fiscal del proceso de fe de Francisco Blousat, conocido por Blondein, criado del marqués de Montehermoso, natural de Francia, residente en Vitoria, seguido en el Tribunal de la Inquisición de Logroño, por proposiciones», INQUISICIÓN, 3726, Exp.31 [Archivo Histórico Nacional].

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