Paisanos de Mussolini…

Hemos dedicado ya varias entradas a la antigua cárcel celular vitoriana, ubicada en lo que hoy sería la calle Paz. Lo cierto es que desde su inauguración en 1861, este recinto recibió con frecuencia la visita de periodistas interesados en reflejar el día a día de la prisión, conociendo los casos más sonados o intercambiando unas palabras con los reos, en ocasiones incluso horas antes de que estos entraran definitivamente en capilla, camino del cadalso.

En esta ocasión, vamos a partir de otra de estas visitas al presidio vitoriano, para conocer la historia de varios presos italianos y su particular querencia hacia el arte. El 2 de enero de 1931, el Heraldo Alavés se desplazaba hasta la cárcel para cubrir como se había vivido allí el festejo de año nuevo. El día anterior los presos habían podido disfrutar de una comida especial, “suculenta y abundante”, que transformó por un instante “en Hotel la mansión del silencio”. El propio periodista se alegraba de la ocasión que se le brindaba al invitársele al acto, “para enfrentarse por unos momentos con los delincuentes de toda clase y condición y charlar con ello, respetuoso con sus miserias y por eso mismo sin ahondar en ellas”. Había entonces un total de cuarenta y seis reclusos, algunos con cargos de homicidio e incluso indultados, que se salvaron en el último momento del patíbulo, cumpliendo ahora la pena de cadena perpetua. Pero el reportero, un tal G. Sancho, se detiene también a charlar durante unos instantes con dos paisanos de Mussolini, dos reclusos “cuyo aspecto delataba su extranjerismo”.

Heraldo Alavés (02-01-1931)

El periodista los recordaba, habían protagonizado un robo de poca monta hacia tan solo unos meses, del que el propio Heraldo Alavés se había hecho eco. Los hechos fueron los siguientes: el 27 de octubre de 1930, la Guardia Civil de Pobes denunció el robo de varios objetos en tres garitas del tren, violentando las puertas. No parecía un robo demasiado inteligente, allí no habrían de encontrar gran cosa, nada de valor, “pero resueltos los cacos a cargar con lo que se les pusiera a tiro, se llevaron dos toallas blancas, tres pañuelos del mismo color y relatividad, dos carretes de hilo, blanco y negro y unas tijeras, de la primera; y de la segunda la gorra de uniforme del empleado. En la del kilómetro 173 se llevaron cinco pesetas en una moneda y un par de medias”.

Un botín absolutamente pírrico, cometido el crimen además por dos extranjeros que difícilmente pasarían inadvertidos en un pueblito como Pobes. La noticia indica que en las inmediaciones de la localidad se había visto a dos individuos, aparentemente portugueses, a los que la policía pronto localizó. Resultaron ser un italiano y un austriaco, a tenor de sus declaraciones: Possigli Raul Canfora, de 32 años, soltero, fogonero de barco y natural de Génova; y Rafaelli Guido Posekof, de 22 años, soltero, natural de Trieste. Se les confiscaron los objetos robados y fueron puestos a disposición del Juez. Suponemos que aquella misma semana se les trasladaría hasta Vitoria y, tras un par de meses en prisión, ahí estaban celebrando el año nuevo.

Al charlar con ellos, el periodista subraya que ambos son “locuaces amenísimos, en su dulce idioma; correctos e ilustrados los dos”.  Y, tras narrar su odisea, le aseguran que no son unos ladrones y confían en que así lo reconocerá la Justicia. Resulta que ese mismo día se ofreció a los convictos un concierto del quinteto Arámburu, para amenizar la comida. Y el más joven, el tal Rafaelli Guido, diseñó unas viñetas para ilustrar el programa del concierto y el menú. El periodista no duda el felicitarle por su trabajo, y entonces el italiano descubre su talento:

Santa Madonna; eso no vale nada. Y alzándose del asiento nos llevó a su celda para enseñarnos hasta treinta y tantos trabajos suyos, verdaderos cuadros en color algunos, de costumbres morunas varios; paisajes de perspectiva admirable, historietas y caricaturas y retratos, que acusan en Rafaelli un artista, digno de su país, que tantos ha dado al mundo.

Según Rafaelli, él deseaba trabajar en España honradamente con su arte, en cuanto pudiese “presentarse con ropa decente”, ya que la que tenía la tuvo que vender para comer. G. Sancho le pregunta si los trabajos los ha ejecutado ahí, en su celda, a lo que Guido responde con todo su ingenio:

Todos; pero, muchas veces, cuando concibo una idea y la maduro bien, el frío me entumece y tengo que dejarlo. También he concebido un sistema de calefacción; pero no he podido ponerlo en practica más que en pintura. Aquí lo tiene usted. Y Rafaelli nos exhibe un bonito cuadro. Es un recluso, en su celda, sentado en el camastro, y delante de él una banqueta, y sobre ella una vela encendida, a cuya llama pone las manos el preso, encogido el cuerpo y dibujándose una sonrisa de placer en sus labios, que apenas sobresalen de una bufanda que le rodea el cuello.

No eran estos presos extranjeros los únicos que lamentaban la frialdad del presidio, según recoge la noticia el propio director de la cárcel estaba decidido a ocuparse prontamente del asunto, y el periodista corrobora que “el frio de la cárcel pone espanto en el alma”. A partir de aquí, a ambos presos les perdemos la pista, no volvemos a saber más de ellos en relación a Vitoria y, obviamente, nos es imposible adivinar que fue de los cuadros y obras del joven Rafaelli.

En todo caso, sorprendido por la pulsión creativa del preso italiano, he tratado de seguirle la pista en la hemeroteca y todo parece indicar que por encima de su carrera artística primó la trayectoria como ratero y ladrón. A comienzos de junio de 1933 se produjo un robo en una joyería de Santander y, pocos días después, la policía local detuvo a nuestro protagonista, Guido Rafaelli, el cual no justificó donde estuvo ese día a la hora del hurto y a quien, en otra ocasión, al parecer, le habían encontrado llaves que coincidían con las de algunos comercios. Al día siguiente, al declarar en comisaria, acusó del robo a tres paisanos suyos, facilitando incluso sus señas. En esa ocasión, probablemente por falta de pruebas, se salió con la suya. Pero tan solo unos días más tarde, el 19 de junio, volvió a ser detenido tras ser tiroteado por la policía, al encontrarle junto a otro compinche transportando varios fardos en los que escondían pieles valoradas en dos mil pesetas, robadas a un comerciante local.

La noticia del periódico La Región indica que los detenidos “resultaron ser el conocido profesional del robo Rafaelli Guido, ‘el italiano’, y el otro, el no menos conocido Manuel Trincado”. Ambos ingresaron en prisión, dando comienzo nuevamente el circulo vicioso al que seguramente se vería abocado este personaje el resto de sus días.

***

Aprovechando la ocasión, no me resisto a anotar otros vestigios artísticos vinculados a la presencia de italianos en nuestra provincia, aunque la razón de su paso por Álava responda a razones bien distintas. En las ultimas décadas han sido numerosos los estudios que han tratado de analizar y conocer al detalle la participación de tropas fascistas italianas enviadas por Mussolini en la Guerra Civil española. Este contingente, conocido como el Corpo di Truppe Volontarie, estaría conformado por aproximadamente 50.000 hombres, que habrían llegado a España a finales de 1936 y principios de 1937, participando prontamente en la Batalla de Guadalajara, donde sufrieron una dura derrota ante el ejército republicano. Este revés les hizo desplazarse hacia el norte y recalar durante la primavera de 1937 en varias localidades alavesas. Además, en ese mismo periodo, el ejercito mussoliniano decidió emplear la capital alavesa para otro fin sumamente relevante en tiempos de guerra: la creación de un servicio cartográfico (sezione topocartografica), que se asentó en mayo de ese mismo año en el edificio del Conservatorio, en pleno casco antiguo, donde permanecería hasta el final de la contienda.

El paso de las tropas fascistas por nuestra provincia dejó varios vestigios reseñables, testimonios innegables de la participación italiana en apoyo de Franco. En el Colegio de los Hermanos Menesianos de Nanclares, por ejemplo, se conserva sumamente deteriorado un mural que prueba la ocupación militar que sufrió el recinto durante los primeros compases del 37 (en este caso, no solo fueron italianos, también los alemanes de la Legión Cóndor). Como apunta Josu Santamarina Otaola en una investigación reciente, se observa “la figura de Benito Mussolini, la imagen de una iglesia con su cúpula y su campanile y parte de la fórmula fascista ‘Iddio ci prote…’ [Dios te protege, el Duce te guía]”. El otro resto singular, más conocido y en mejor estado de conservación, puede apreciarse en el muro de una casa del pueblito de Fontecha. Allí, nos llama la atención un escudo en el que puede leerse “Roma Caput Mundi”, escrito sobre una estrella que ilumina el fasces. Se menciona incluso el grupo o regimiento que pudo realizarlo (Lupa), y a un lado se señala el año XV, en referencia a la marcha sobre roma del Partido Fascista de Mussolini quince años antes, en otoño de 1922.

Escudo conservado en la localidad de Fontecha.
© http://arteconhistoriaescudos.blogspot.com/

Estas dos son las huellas más evidentes del paso de las tropas italianas por Álava, pero hay un tercer ejemplo que ha pasado inadvertido hasta la fecha. El visitante que accede a la iglesia de San Cristobal de Villodas, se topa de frente con una enorme pintura mural, ejecutada sobre el muro izquierdo de la nave, en la que aparece representado un calvario de escasa valía artística. En la parte inferior derecha, sin embargo, nos sorprende la fecha y la firma: 1937, Vincenzo Tarsia. No cabe duda de que estamos ante una mano italiana. De hecho, en el libro de fabrica se indica al parecer el pago “al italiano” ese año. En todo caso, la verdad que hasta el momento me ha sido imposible precisar quien era este personaje. De todos modos, tanto por las fechas, como por la ubicación (recordemos que Villodas se encuentra a escasos tres kilómetros del colegio de los Menesianos anteriormente mencionado), parece que nos encontramos ante una nueva y desconocida huella del paso fascista por la provincia, si bien nos es imposible conocer cómo llegó a concretarse este peculiar encargo de carácter artístico-religioso.

Documentos empleados:

– Santamarina Otaola, Josu. «Piedras y presos. Espacios disciplinarios de Nanclares de la Oca (1936-2020)», en Askegi (2020).

– Urteaga, Luis; Nadal, Francesc y Muro, José Ignacio. «La cartografía del Corpo di Truppe Volontarie, 1937-1939», en Hispania, LXII/1, núm. 210 (2002), pp. 283-298.

Heraldo Alavés (30-10-1930) y (02-01-1931).

La Voz de Cantabria (2-6-1933), (3-6-1933) y (20-6-1933).

La Región (19-06-1933).

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