La repatriación del ‘héroe’ local…

El 21 de junio de 1868, el semanario vitoriano El Mentirón (comandado por un jovencísimo Ricardo Becerro de Bengoa) aprovechaba la ocasión para conmemorar una efeméride local de primer orden: el aniversario de la batalla de Vitoria, acontecida ese mismo día en el año 1813.

En ese número de carácter especial, Becerro transcribe “una desconocida y curiosísima relación de los acontecimientos” debida al párroco de Berrosteguieta; incluye una viñeta que apunta a los orígenes de un posible turismo napoleónico y, entre las notas finales, encontramos un par de apuntes interesantes:

Una comisión de nuestro ilustre Ayuntamiento pasará hoy a visitar a la respetable señora doña Loreto de Arriola, viuda del ilustre general; patriótico y digno obsequio tributado todos los años por Vitoria a la que tuvo la suerte de estar unida al esclarecido hijo y libertador de nuestra Ciudad.

Vemos, por tanto, que el consistorio ya había adquirido la costumbre de solemnizar el aniversario con una visita a la viuda de Miguel Ricardo de Álava y Esquível. Para confirmarlo, basta revisar la hemeroteca y localizar algún recorte al respecto durante esa misma década. Por ejemplo, en 1865 El porvenir alavés anotaba:

El miércoles último 21 del mes que corre, aniversario de la memorable batalla de Vitoria, en que él ejército imperial fue derrotado y disperso por los aliados, el ayuntamiento de esta capital nombró una comisión de su seno para que visitase a nombre de la corporación del pueblo todo, a la ilustré viuda del general D. Miguel Ricardo de Álava, doña Loreto de Arriola, noble y virtuosa señora que perdió la vista hace algunos años, y que reside entré nosotros, siendo la protectora de todos los pobres y de todos los desvalidos.

Esa comisión expresó el reconocimiento “por la heroica acción que, en igual día del año de 1813, ejecutó, salvando a la ciudad del horroroso saqueo”, razón por la cual el General “vivía y viviría, siempre venerado, en la memoria de todos los vitorianos”. Sin embargo, esta reverencia chocaba con un punto todavía no resuelto, y expresado también por Becerro de Bengoa en El Mentirón:

No sabemos cuando se verificará la traslación de los restos del general don Miguel Ricardo de Álava que yacen en el modesto cementerio de Barege, Altos Pirineos, para ser depositados en el precioso panteón que con ese objeto se erigió hace muy poco tiempo en el camposanto de la ciudad.

La trasladación ha de dar lugar indudablemente, a la celebración de solemnes honras fúnebres y nada más justo, sino que todos los años al llegar este memorable día se adorne con una corona la urna funeraria y se depositen flores en torno del monumento que contenga sus cenizas.

Existía por tanto una deuda pendiente, que ya se enuncia abiertamente. Recordemos que el General Álava había fallecido el 14 de julio de 1843. Ese año, tras una larga estadía como diplomático en Londres, había renunciado a todos sus cargos, y trató de buscar reposo y mejora para sus dolencias en las aguas de la localidad francesa de Barèges. Vemos por tanto como el deseo de repatriación del ilustre personaje se avivaba pasadas ya un par de décadas. Pero, aun así, el operativo no se hizo efectivo hasta 1884.

De este modo, si en el recorte de prensa anterior parecía intuirse la delicada salud de Loreto de Arriola, podemos imaginar que ella no llegaría a disfrutar en vida del ansiado retorno del cadáver del General. Había nacido en Vitoria-Gasteiz en 1785, y falleció en 1870, recibiendo el homenaje de la prensa local. De esta manera, El País Vasco-Navarro apuntaba, que “Vitoria acaba de desprenderse de uno de sus más vivos recuerdos”. Y, además de recordar al marido y el hermano de esta, reflejaban que “la señora viuda de Álava era digna del buen nombre de su familia por su modestia y por sus virtudes”, habiendo sido la primera durante la epidemia de colera de 1855 “en acordarse de los pobres”, enviando desde Ceanuri “una buena suma para emplearla en auxilios”. 

Los últimos años de vida había llevado “con santa resignación la perdida de la vista”. Y, además, la nota terminaba con un importante apunte:

Sin duda que ahora la familia, que por respeto a los últimos días de la anciana no lo había intentado antes, traerá los restos del general Álava, que yacen en uno de los pueblos del Pirineo francés.

Los años pasaban y el deseo no terminaba de consumarse. Al fin, a comienzos de 1884, el proceso echó a andar, y se conserva en el Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz un completo expediente “sobre traslación de los restos mortales del ilustre General D. Miguel Ricardo de Álava al cementerio de esta ciudad […]”, en el que se da cuenta del proceso de repatriación de esta suerte de ‘héroe’ local (aunque en una entrada precedente ya aludimos a ciertos momentos de su vida en los que la honra del personaje se vio mermada y atacada a nivel local).


Al inicio del documento no dudan en volver a señalar su momento más recordado, cuando “salvó de una catástrofe segura” a la ciudad. Un gesto que valdría por sí solo para acordar la traslación de sus cenizas hasta el panteón de la familia en Santa Isabel:

Sus contemporáneos le honraron en vida, justo y natural es por lo tanto que las generaciones que les han sucedido realicen el nobilísimo empeño de ver sus gloriosos restos mortales descansar dignamente al lado de los de sus mayores.

Para ello, se conformó una comisión ejecutiva que pudiera llevar a cabo la iniciativa en acuerdo con la familia del finado. El proceso se dio durante la alcaldía de Odón Apraiz, y prontamente contactaron con Ricardo de Álava (sobrino y heredero) y Ramon Arriola (hermano político). Ambos respondieron raudos, prestándose a colaborar plenamente y a llevar a cabo las “gestiones internacionales” pertinentes. Tras ello, se nombró a una persona por parte del Ayuntamiento para viajar hasta Barèges a por los restos, y el escogido fue Narciso Buesa.


En junio de 1884, como gesto de agradecimiento por la misión iniciada por el Ayuntamiento, Ramon Arriola decidió donar al consistorio una faja de teniente General “que religiosamente he conservado hasta ahora en el estado en que se hallaba al fallecimiento del ilustre”. La alcaldía decidió colocar tan preciado objeto en el Salón de Sesiones. Y planteó un traslado con todos los honores militares, pero también con la celebración de honras y sufragios fúnebres, considerándolo un “ejemplo digno de imitarse”. Además, apuntaban la necesidad de difundir y conocer su biografía y, para suplir esa carencia a nivel popular, la ocasión fue aprovechada por el mismísimo Ricardo Becerro de Bengoa. Ese mismo año vio la luz en Madrid el texto que el intelectual vitoriano dedicó a su figura: El General Álava: homenaje a su preclara memoria.


El 7 de abril se comunicaba una Real Orden que autorizaba la traslación de los restos desde la frontera de Francia. Y el 8 de junio otro decreto semejante acordaba que “al llegar a la plaza de Vitoria los restos mortales referidos se le tributaran por las tropas de la guarnición los honores fúnebres que determinan las ordenanzas del Ejercito para los Generales”. En ese momento, se concretó el viaje al país vecino, con la participación del concejal Narciso Buesa, el vicepresidente de la Diputación y el cura de San Pedro (parroquia a la que estuvo históricamente ligado el General).  Mientras tanto, en Vitoria trataron de convertir el salón de juntas del Palacio de la Diputación en una “cámara fúnebre”, diseñando un túmulo donde colocar las cenizas y una carroza para conducirlas.

El 19 de junio un telegrama desde Francia comunicaba el éxito de la expedición. Esa misma tarde llegarían en un tren exprés a la ciudad, pero no se realizaría recibimiento alguno en la estación, dejando todo el ceremonial para el espacio dispuesto en la Diputación. A las 19:15 entraron finalmente en la Casa-Palacio, y se colocó la caja original de zinc en otra de “lujo, hecha exprofeso”. Era un día “memorable en los anales de la historia”, teniendo la dicha de poseer los restos “a los 71 años del glorioso hecho y a los 41 años de su fallecimiento”. Desde ese momento, la sala se abrió al público, y estuvo disponible durante todo el día 20 y hasta las 9h del 21. Según indican, fue tal la afluencia de gente, que “difícilmente podían los soldados de guardia y miñones contenerlas, no habiendo sin embargo el menor desmán debido a la sensatez del público”.

Se repartieron entonces “esquelas a todas las clases de la población, anunciando las horas que habían de tener lugar las honras, sufragios y oración fúnebres, y conducción de restos al cementerio”.  Además, el día 21 se leyó el acta de exhumación, traducida al castellano, para que no quedase duda de que aquellos eran “los únicos [restos] que quedaban después de 41 años que se había dado sepultura al cadáver”. La prensa también la publicó aquel mismo día, con fragmentos como el que siguen:

[…] Hemos procedido primeramente al reconocimiento de la tumba, la cual hemos encontrado intacta. A un metro cuarenta centímetros de profundidad hemos encontrado una fosa en mampostería cubierta de losas que hemos levantado con cuidado y hemos visto enseguida los huesos bien conservados que han sido alzados uno a uno, y depositados en una caja de metal […]


Tras la lectura, se inició el ceremonial del día marcado en el calendario: el 21 de junio de 1884. Y, desde la Diputación, los restos fueron trasladados a la iglesia de San Pedro. Allí se leyó una oración fúnebre con las cenizas presentes, pronunciada por Pedro de González y Gambari (consultable en la Fundación Sancho el Sabio), y después quedaron los restos expuestos con guardia de honor.

 A eso de las cinco el cortejo comenzó su recorrido, “y era difícil transitar por las calles” debido al gentío, lo que aportó “un carácter popular más aun que oficial”. El carro fúnebre iba precedido por los miñones, y era tirado por ocho mulos. Toda la carroza había sido decorada con escudos de armas e inscripciones. Lógicamente, figuraba el escudo de la corporación municipal y provincial, y el de los Álava. Y se reflejaban también sus mayores gestas: Trafalgar, 1805. Talavera, 1809. Albuera, 1811. Arapiles, 1812. San Isidro de Dueñas, 1812. Vitoria, 21 junio 1813. Orthez, 1814. Waterloo, 1815. Además, se incluían trofeos náuticos, un anteojo, un sextante y una brújula o compas de mar.

Este festejo es además una buena muestra del tipo de trabajos efímeros que se realizarían en la ciudad durante siglos. Estructuras, carrozas e inscripciones al servicio de la conmemoración de ciertos episodios o visitas, empleados para transformar el espacio urbano. En este caso, se había ideado un busto del General rodeado por dos matronas representando el tiempo y el dolor. Además, en la parte posterior se colocaron “dos elegantes jarrones que van arrojando humo, cual si fuesen pebeteros en todo el trayecto, para recordar al público que contempla tanta grandeza la caducidad de las glorias mundanas”.

La comitiva iba camino del cementerio, pero realizó entre medias un gran recorrido: cantón frente a la iglesia, calle Zapatería (donde tuvo su casa, y se cantó un responso por su alma), plaza Vieja, plaza Nueva (la Casa Consistorial y los balcones estaban engalanados), cuesta de San Francisco, Cuchillería, calle Chiquita, Santo Domingo, portal de Arriaga y carretera. De este modo, tras dos días de reconocimiento publico y cuarenta y un años de retraso, Miguel Ricardo de Álava y Esquível retornaba a la ciudad que le vio nacer y encontraba reposo definitivo en uno de los panteones más emblemáticos del cementerio de Santa Isabel.

En el recorte de El Mentirón de 1868, Becerro de Bengoa aludía a la conmemoración anual que portaría una corona y flores a los pies del monumento. En los últimos años diversas asociaciones locales han recuperado esta tradición, realizando una visita a Santa Isabel el 21 de junio y manteniendo vivo el recuerdo de Miguel Ricardo de Álava y Loreto de Arriola.

Documentos empleados:

– Expediente “sobre traslación de los restos mortales del ilustre General D. Miguel Ricardo de Álava al cementerio de esta ciudad […]”. Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz, signatura: 51/6/66.

– El Anunciador Vitoriano20 y 21 de junio de 1884.

– El Mentirón (21/06/1868).

– «Oración fúnebre en las exequias, con las cenizas presentes, del General Álava». Signatura: FSS_A.M.A._ZAVALA,C.236,N.3.

Imágenes:

– Cabecera: cementerio de Santa Isabel en Vitoria, fotografía del fondo López de Guereñu. Signatura: ES.01059.ATHA.GUE.CD.15412.

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