Los pájaros vuelven a servirnos de inspiración. Si en la anterior entrada hablábamos de los pajarillos que criaban los presos de la cárcel celular de Vitoria durante sus condenas, en esta ocasión vamos a recordar una festividad sumamente sufrida para las aves, en la que, año tras año, eran injustamente cazadas y apresadas por centenares.
En realidad, el acicate para escribir esta historia fue el descubrimiento de varias coplillas contrarias a la caza publicadas en la prensa vitoriana durante los primeros años del siglo XX. Algunas hablan en términos generales de lo injusta que resulta toda actividad cinegética, apiadándose de los pobres pájaros e imaginando incluso el caso de un “malhechor arrepentido” que decide soltar los jilgueros que acaba de atrapar:

O directamente están dirigidas a las aves, a quienes alertan que “la estación ya llegó, ya llegó la temporada que anhelaba el cazador”, y, sin ambages, consideran la caza un asesinato, y a los cazadores, individuos “sin entrañas, sin alma y sin corazón”:

Sin embargo, otras remiten a algo mucho más concreto, a una tradición perpetuada durante décadas que, en ese preciso momento, comenzaba a decaer y a contar con la oposición de parte de la opinión pública. El 25 de octubre, se celebra la festividad de San Crispín y Crispiniano, santos patrones del popular gremio de zapateros. Antaño, era esta una de las fiestas más animadas del calendario vitoriano, en la que ningún zapatero abría su taller o comercio. Y, además de los oficios religiosos en honor de ambos mártires cristianos, la jornada era celebre por las buenas comidas y meriendas, el cachondeo y la caza y captura masiva de pájaros a lo largo y ancho de toda la Llanada:
El gremio no tiene campo especial a donde dirigirse: para su distracción favorita durante ese día y su alegría esparcimiento en el olvido de la prisión del taller, necesita toda la llanura.
Algún día ha de privar la bota entre los que todo el año surten de botas a los demás.
Efectivamente, los zapateros habían sido durante muchísimo tiempo los garantes del “mantenimiento y acrecentamiento de los rasgos típicos de Vitoria, de sus travesuras, de sus ocurrencias, de sus juergas y cuchipandas”. Y ese día, al coincidir con ‘la pasa’ de los pájaros en pleno apogeo, acudían -si el tiempo se lo permitía- a “Olarizu, Modelo, Escalmendi, Ali, Arechavaleta, Gardelegui, Betoño y cien ‘puestos’ más”, para saborear el ‘morapio’ y preparar una buena ‘potajada’».
El 10 de octubre de 1902, cuando aún faltaban un par de semanas para el festejo, el Heraldo Alavés publica un escrito dirigido a los zapateros por un tal ‘Algo’, en el que les cuestiona sus pajaradas: “¿por qué engañando con los reclamos, cogéis a cientos los prisioneros, desde gorriones hasta guilgueros?”. Y, tras incitarles a “comer chuletas o mermeladas”, les desea que pasen un feliz día de su patrono sin cazar aves, más “si al contrario ponéis varetas, que haya una niebla que vuelva vetas traidora liga, que no permita cojáis un cite ni una chimita”:

Sin embargo, esta copla fue respondida desde el propio gremio, por considerar injusta la fama de “juerguistas y pajareros” que les adjudicaba. Tres días después, el 13 de octubre, el mismo periódico vitoriano tuvo que publicar la “defensa” de los zapateros, en la que, realmente, no desmienten el vicio de muchos compañeros, pero si alegan que la caza de aves la practican otras muchas gentes:

Ese mismo año, al acercarse la fecha, el Heraldo publicó también una crónica sobre ‘La pasa de palomas’, en la que puede intuirse un cierto sarcasmo con “los que tienen a mucha honra el saber disparar una escopeta y se dedican siempre que pueden al tiro nacional”. E incluso la siguiente advertencia de ‘Algo’, dos días antes, para que todos los vitorianos recuerden que el domingo no podrán llevar a remendar su calzado:

El mismo autor vuelve a la carga el día de la festividad, para publicar un nuevo texto que sirve de definitiva replica y critica al alegato realizado por los zapateros: “¿No sabias por tu mal que de tiempo inmemorial madrugan los zapateros, con deseos verdaderos de traer repleto el morral?”:

Lo cierto es que, con el paso de los años, seguimos rastreando en la prensa local la celebración del día de San Crispín, con la tradicional función religiosa en la iglesia de San Antonio y la posterior dispersión de los remendones por todos los campos. Pero, poco a poco, empezamos también a encontrar artículos y crónicas marcados por la nostalgia, en los que las “pajaradas y potajadas” parecen ya recuerdos históricos. La Libertad, por ejemplo, se hacía eco en 1918 de la opinión de un zapatero, quien consideraba que la fiesta estaba tan venida a menos “que así como en mis tiempos llamaba la atención, en el día de mañana, el que abría las trampas, ahora chocaría el que las cerrase”. Lo cierto es que además “las lluvias y prematuros fríos” habían adelantado ‘la pasa’ ese año, pero todo parece ya indicar una tradición que cae en desuso.
En los años veinte del siglo XX, aún encontramos referencias a las excursiones campestres a las aldeas próximas, pero ya en 1935 el tono es bien distinto. Ese año, el Pensamiento Alavés lamenta en el mes de julio el cierre de la veterana zapatería Arraíz (ubicada en el número 21 de la calle Dato), y aprovecha la ocasión para dar por finiquitados los tiempos gloriosos del gremio:
Cambian los tiempos; el maquinismo, transformando los rumbos de producción y de elaboración, convierte en caduco lo que antaño mostrabase boyante; se ensanchan los medios de concurrencia al mercado y competencia en el ofrecimiento.
Para terminar, leemos en 1941 un artículo en el que ‘la pasa’ es explicada ya como una vieja costumbre alavesa, una “practica babazorra que casi en absoluto va desapareciendo […] y que tenía días señalados, además de los festivos si la lluvia no lo impedía, como los Patronos de pueblos y oficios, descollando en estos el de San Crispin y San Crispiniano, titulares de los zapateros, que era uno de los días obligados para las pajaradas y potajadas, las primeras animadas y las segundas descomunales”. La crónica resulta además interesante, porque nos muestra los distintos fines que se daba a esta caza masiva e indiscriminada de pajarillos por parte de los “pajareros profesionales”:
Unas veces por su cuenta y riesgo exclusivos, cuidando de los pajarillos macho que cogían para venderlos a particulares que habrían de conservarlos en jaulas para que con sus cantos amenizaran sus hogares; otras, matándolos, especialmente a las hembras, para expenderlos a los establecimientos que hacían negocios con los “pájaros fritos”; y otras, en fin, contratándose o alquilando sus servicios a “peñas” de amigos que podían pagarlo, y los pagaban gustosos, por ir los días festivos “a coger pájaros”, más, bajo esta contraseña, a pasar un buen día a base de formidables potajadas, guitarreo y copiosas libaciones”.
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Debemos imaginar, durante generaciones, a los comerciantes de la calle Zapatería, trabajando al son del canto de las aves atrapadas año tras año en San Crispín. Y ahora que, por fortuna, son cada vez más las voces que se alzan en contra de toda actividad cinegética, conviene recordar todas esas fabulosas coplas, escritas hace más de un siglo, que invitaban a las codornices a huir y dejar a los cazadores con un palmo de narices. ¡Larga vida a los pajarillos!
Documentos empleados:
– Heraldo Alavés (25-10-1901), (15-04-1902), (10-10-1902), (13-10-1902), (23-10-1902), (25-10-1902), (24-10-1903), (25-10-1905), (17-07-1908), (25-10-1910), (04-10-1912), (26-10-1925)
– La Libertad (24-10-1918)
– Pensamiento alavés (16-07-1935), (20-10-1941), (24-10-1941)
Imágenes:
– Cabecera: fotografía de Robert Capa (China, 1938) © Robert Capa © International Center of Photography/Magnum Photos