El santo enjoyado…

La discreta iglesia de San Esteban en Anúcita, construida de nueva planta en el siglo XVIII, alberga una notable sorpresa en su interior: un santo enjoyado que constituye una de las reliquias más notables de la provincia de Álava, cuya historia, idas, venidas y posible identidad vamos a narrar en la siguiente entrada.

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Fotografía del cuerpo de San Vicente obtenida por Gerardo López de Guereñu entre 1940 y 1960 en la iglesia de San Esteban de Anúcita.

Por suerte, contamos con una inusual fuente de información que nos aporta notables datos y referencias. En 1845, el cura de las parroquias de Nuvilla y Lasierra, Don Miguel de Pinedo, eleva una solicitud al obispo de “Calahorra y Lacalzada” para conseguir una nueva autentica del glorioso cuerpo de San Vicente. El documento original que certificaba la merecida devoción a esta reliquia había desaparecido hacía unos años, y este documento da cuenta de los autos y testimonios que ese año se recogieron ante notario entre las gentes de la zona, para tratar de obtener una nueva. En principio, la petición no prospero, pero este completo informe nos permite iluminar los orígenes y procedencia del sagrado cuerpo.

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Copia autentificada de las informaciones y autos realizados entre abril y agosto de 1845 para conseguir una nueva auténtica de la reliquia de San Vicente Mártir de la iglesia parroquial de Nuvilla, pág. 1. Archivo del Territorio Histórico de Álava  [ATHA-DAH-FAVE-048-001-22]

Ya en el arranque del documento, el propio sacerdote expone los datos básicos que explican el porqué de esta reliquia en tierras alavesas. Se indica que el mártir fue colocado “con su documento”

sobre los años de mil setecientos ochenta y cuatro a ochenta y cinco y conseguido uno y otro [cuerpo y autentica] por el Licensiado Don Tomás Ortiz de Landazuri, natural de dicho de Nuvilla. Abuelo de la Señora Doña Juana Albarez Viuda de Velasco y vecinos de Vitoria. Caballero que fue del orden de Santiago, del Consejo de su Majestad en el Supremo de Indias y su contador general.

Este punto de partida es corroborado por el primer testigo, el vecino de Anúcita Lorenzo de Salazar y Arriaga, quien recuerda que, en su adolescencia (a los dieciocho o diecinueve años), Ortiz de Landazuri “impetró de Su Santidad la colocación en su Iglesia del Glorioso Martir San Vicente conduciéndole hasta el puerto ó Villa de Bilbao; desde ella al pueblo expresado de Nuvilla por D. Manuel de Samaniego”. En realidad, en este episodio inicial de la historia hay ya un elemento desconcertante, y es que Tomás Ortiz de Landazuri falleció en 1777, por lo que resulta imposible que él, personalmente, participase en el traslado hasta Bilbao, o viese el cuerpo finalmente emplazado en la iglesia de su municipio natal. Por tanto, tratándose de una persona indudablemente bien conectada, es probable que se le deban las gestiones que dieron como resultado la llegada de San Vicente a Álava, pero debieron ser otros los encargados del peculiar viaje desde Roma.

Posteriormente, otro testigo llamado Manuel de Unzueta, vecino de Pobes, confirma todo lo dicho hasta el momento, y añade el llamativo detalle de que “hasta su traslacion a la Iglesia”, el santo estuvo colocado “sobre una mesa en la casa de N. Corcuera vecino de dicho pueblo, sujeto interesado del que le consigio”, donde dice haberlo visto. Quien sabe si este Corcuera pudo ser el encargado de las gestiones tras el fallecimiento de Ortiz de Landazuri. Poco después, la reliquia fue definitivamente instalada “sobre el sagrario de su altar principal”, donde recibiría, desde bien temprano, la devoción de cientos de curiosos. En este sentido, los tres testigos concuerdan en que acudían “muchos forasteros”, indicando incluso la afluencia de “un concurso escesibo de personas desde la parte de Vitoria y otros puntos llegaban los coches y caballerias”.

Podemos suponer que la devoción iría en aumento durante los últimos compases del siglo XVIII, algo comprensible al tratarse de una imponente reliquia que, por aquellos años, luciría espectacular en la humilde iglesia de Nuvilla. Pero pronto los acontecimientos históricos trastocarían la calma del lugar, ya que, según remiten todos los testigos, el 1808 el pueblo sufrió un acantonamiento por parte de las tropas francesas, quedando la iglesia “reducida a cuadra de caballos”, y robando “cuanto en ella había exceptuando el Santo Martir”. Por lo que “desaparecieron papeles de importancia entre ellos la autentica”. Este episodio es el que habría desencadenado, varias décadas después, la solicitud de un nuevo documento que estamos analizando.

Como apuntábamos, este informe no parece que diera resultado, ya que actualmente no consta ninguna autentica junto al cuerpo del mártir. En 1911, tras el deterioro sucesivo durante décadas, la iglesia de Nuvilla se encontraba en un estado deplorable, por lo que, ante su inminente derribo, el cuerpo de San Vicente viajó hasta el vecino pueblo de Anúcita -si bien, por cercanía, Lasierra podría haber sido el destino ideal-. Es por tanto en Anúcita donde podemos apreciarlo hoy día, en una urna-relicario instalada sobre la mesa del altar colateral de la Virgen. Sorprende su profusa decoración, y las joyas que recorren toda su vestimenta (al parecer, muchas de estas piezas fueron arrancadas, fruto de una piedad mal entendida, por los devotos durante décadas), desde la diadema hasta su faldón. Y el cuidado con el que se oculta el esqueleto por medio de guantes, la malla que recorre y da forma a todo el conjunto o el paño que esconde la calavera.

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Llegados a este punto, se hace necesaria la siguiente pregunta: ¿de que San Vicente estamos hablando?  Perdida la auténtica, desconocemos si en ella se apuntaba algún dato relativo a la identidad del mártir que pudiera clarificarnos a quien han dirigido los fieles su devoción. En mi ultima visita al lugar, vecinas de la localidad me mostraron, apartadas en un rincón del coro, las puertas que cerraban antiguamente la urna. Aunque han sido desmontadas, y se encuentran en un pobre estado de conservación, las sencillas escenas representadas podrían resultar elocuentes sobre la identidad que debía asociarse a este cuerpo durante las primeras décadas del siglo XX. En la de la izquierda vemos a un personaje con la palma del martirio, a quien, observando sus vestimentas, podemos identificar como Vicente de Huesca, popularmente conocido como San Vicente Mártir. Esta identificación se refuerza al observar el portillo de la derecha, en el que podemos apreciar al mismo individuo recostado en la tierra. Lo cierto es que, de primeras, esta representación, ejecutado con una estética absolutamente popular, resulta un tanto sorprendente. Pero, un pequeño y tosco pájaro dibujado junto al personaje, nos da la clave.

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El humilde pintor trató de reflejar uno de los episodios más destacados del largo y variado martirio de San Vicente. Este diacono oscense acabó sus días en Valencia, castigado sin éxito por el prefecto Daciano, quien maldecía la inquebrantable resistencia de Vicente. Tras numerosos tormentos, finalmente, el mártir decidió expirar por su propia voluntad. Entonces, según cuenta la ‘Legenda aurea’ -compilación de relatos hagiograficos del siglo XIII-:

[Daciano] estremecióse de espanto, y rabioso de ira por la derrota de que había sido objeto, se desahogó diciendo:

– Ya que no pude vencerle mientras permaneció con vida, le venceré ahora que está muerto; pro­curaré que su cadáver sea destruido; de ese modo demostraré ante el pueblo que he triunfado final­mente de este difícil enemigo.

Mandó que llevasen el cuerpo del difunto a un lugar solitario del campo y que lo dejasen allí, a la intemperie, sin enterrarlo, para que las aves de rapiña y las fieras lo devoraran ¡Vana medida!, porque inmediatamente acudieron al sitio elegi­do unos ángeles y montaron guardia permanen­te junto a los restos del santo. Hasta un cuervo, pese a que estos pajarracos son por naturaleza voraces, colaboró con los espíritus celestiales en la defensa de las reliquias del mártir, planeando a cierta altura sobre el venerable cádaver, batiendo fuertemente sus alas y alejando de allí a las aves de rapiña.

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El conocido como Frontal de Liesa (S. XIII) nos muestra, al centro a la derecha, una escena semejante del cuerpo de San Vicente protegido por las aves.

Ahí tenemos al pajarraco que intuíamos en la escena, atributo habitual de San Vicente desde entonces. Por tanto, ¿cabe la remota posibilidad de que el cuerpo de Vicente de Huesca acabase en Anúcita? Todo parece indicar que, mediante estas escenas, la urna pretendía evocar el recuerdo del Vicente más celebre, aunque, seguramente, no el único. En realidad, Lisboa y Valencia son las ciudades que custodian las dos reliquias más importantes asociadas a su figura -a las que, no sin ciertas cabriolas históricas, se les puede seguir la pista- pero, si efectuamos una sencilla búsqueda en internet, encontraremos docenas de San Vicentes repartidos por todo el globo. Y muchos, curiosamente, comparten la misma tipología del nuestro: santos enjoyados expuestos en imponentes urnas-relicario. ¿Qué explicación podemos darle a esta multiplicación de santos con idéntico nombre?

A finales del siglo XVI -en concreto, en el año 1578-, se descubría de forma accidental un antiguo cementerio cristiano en Roma y, muy pronto, el arqueólogo Antonio Bosio comenzaría a explorar la Roma subterránea, cuya tierra se pensaba rubricatae sanguine sanctorum. De aquí en adelante, y principalmente durante el siglo XVIII, se darían auténticas exhumaciones masivas de supuestos cuerpos santos, según se iban descubriendo nuevos hipogeos. Estos esqueletos, rearmados en factorías de reliquias -según parece, en muchos casos, con la colaboración de conventos femeninos de clausura en la mano de obra, los detalles, bordados, etc.-, saldrían con destino a toda Europa convertidos en objetos devocionales de primer orden. Aunque, pasados los años, se empezaría a sospechar de los métodos de selección e identificación de los mártires por parte de los ‘cavatori’, denunciando sus ritmos industriales de trabajo y la “fabricación” indiscriminada de reliquias.

San Vicente de Anúcita es por tanto uno de estos santos de las catacumbas. Un personaje inidentificable a nivel histórico, asociado a un nombre relativamente común a lo largo de la historia -en el siglo IX, por ejemplo, el papa Nicolás I trato de localizar las reliquias de un tal Vicente, martirizado junto a tres compañeros en tiempos de Cómodo-. Y, como veremos a continuación, en fechas paralelas a las de su encargo y llegada a tierras alavesas, localizamos una desconcertante -y divertida- cantidad de Vicentes por toda Europa.

Uno de los más interesantes es quizás el conservado en la iglesia de la localidad siciliana de Acate. Un San Vicente obtenido en 1722, con un aspecto muy semejante al alavés, y al que también, indudablemente, han querido conectar con el mártir oscense. De hecho, hace unos años, esta reliquia fue sometida a un completo análisis que permitió determinar cuántas piezas del esqueleto componían el conjunto, a fin de poder cotejar si los elementos faltantes podían encajar con las reliquias presentes en Lisboa, Valencia, Roma, Napoles, etc. El examen medico nos muestra un esqueleto prácticamente completo, y sirvió además para conocer el sistema de sujeción empleado, mediante una barra metálica que atraviesa el cráneo y sirve de columna vertebral. Además, quizás imbuidos por la predisposición a creer en la identidad de su santo, los solicitantes del examen se mostraron sorprendidos por las evidencias que las radiografías habían ofrecido sobre “algunos signos muy particulares que podrían remitirnos a los efectos devastadores de las torturas infligidas al mártir”. Apuntando en ultima instancia que, “todos los indicios que nos ofrece la ciencia apuntan hacia el Diacono de Zaragoza”.

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En el caso de Anúcita, no contamos con una investigación semejante, destinada a valorar la posible identidad del esqueleto. Pero, curiosamente, el cuerpo si fue sometido a un riguroso estudio hace algunos años, en el marco de una investigación sobre distintas “momias” conservadas en el País Vasco. En el examen realizado, podemos comprobar una sujeción estructural semejante a la de Acate, con la varilla recorriendo el cuerpo. Y, una vez más, un esqueleto bastante completo y bien dispuesto -hay casos de esqueletos reconstruidos con escasa pericia-:

El cráneo y la mandíbula pertenecen a un individuo varón al que estimamos una edad adulta joven. Falta la pelvis y la columna vertebral que es sustituida por una varilla de hierro de sección cuadrangular de un centímetro de lado. Esta varilla entra al cráneo por el agujero occipital en donde se articulan varias vértebras cervicales. Las extremidades están completas hasta en los huesos menores de pies y manos. Las costillas y ambas clavículas se disponen en sus respectivos lugares anatómicos [1].

Encontramos otro San Vicente en la localidad granadina de La Malahá. Una vez más, sumido en el más absoluto misterio respecto a su identidad, aunque han querido asociarlo con un mártir del siglo II fallecido en la vía Tiburtina romana. Igualmente, carece de documentación alguna, y esta podría ser la razón por la que ha permanecido históricamente en el interior de una casa, y no en la iglesia del pueblo. Aunque, según apunta un vecino del municipio en un curioso reportaje filmado por RTVE en 1977, conservan un único escrito de 1784 en el que se conceden indulgencias a los fieles que acudan a visitar el cuerpo. Curiosamente, es el mismo año en el que, según manda la tradición, Tomás Ortiz de Landazuri obtuvo a San Vicente. La multiplicación de cuerpos por estas fechas resulta ciertamente desconcertante.

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San Vicente de La Malahá (Granada)

En muchos otros pueblos de Italia localizamos diversas urnas-relicario nuevamente asociadas a Vicente mártir. Todas pueden datarse a finales del siglo XVIII y principios del XIX, y comparten -en su mayoría- una cierta estética y notables atributos, como la espada.

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Para terminar, hay un último elemento presente en todos estos casos, y absolutamente fundamental a la hora de asociar estos cuerpos a la figura de los mártires del cristianismo primitivo romano: el vas sanguinis [vasos de sangre] o ampullae sanguinis. Ya el primer vecino al que invitaban a testificar en el documento de 1845 al que hacíamos referencia al comienzo de esta entrada, quien aseguraba haber presenciado la llegada del cuerpo en su adolescencia, afirmaba que “han venido y vienen a visitarle en sus promesas y alivio de sus dolencias a quienes se da en adoracion un cristal que tiene gotas de sangre”. Ese cristal, a modo de pequeño relicario portátil, sigue estando presente a los pies del cuerpo de San Vicente. Se sabe que, durante las excavaciones de las catacumbas romanas, el principal problema al que debían hacer frente los ‘cavatori’ era el de la correcta identificación del estatus de mártir para los distintos esqueletos que encontraban.

En ese periodo, por tanto, se otorgó un enorme valor a determinados elementos decorativos o epigráficos, como la palma o la paloma, y también a los mal llamados “vasos de sangre”, recipientes en los que creyeron (o quisieron creer) que se contenía la sangre de los mártires, aunque en realidad eran simples lacrimatorios, sumamente comunes en las sepulturas, en los que se depositarían ungüentos y fragancias que, coagulados, recibieron la más exaltada devoción durante siglos. De este tipo de errores interpretativos deriva quizás la masiva cantidad de santos enjoyados presentes en toda Europa. Un conjunto de reliquias absolutamente notable, de las que lamentablemente no existe un censo completo, y que en Álava tan sólo cuenta con este fascinante caso que acabamos de exponer.

[1] VV.AA., «El interés popular por las momias. De la curiosidad natural a la religiosidad popular», en Zainak. Cuadernos de Antropología-Etnografía, Año 1999, Número 18, p. 313.

 

Documentos empleados:

– Archivo del Territorio Histórico de Alava: ATHA-DAH-FAVE-048-001-22

Imágenes:

– Cabecera: Santuario de Santa Rosalia (Palermo), fotografía de Ferdinando Scianna ©.

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