Las niñas resucitadas…

Me encantan los milagros, los episodios más rocambolescos de las hagiografías de santos y, como anhelo o demostración de la intervención divina, llevo años fascinado por los exvotos pictóricos. Diría que los exvotos u ofrendas votivas, algo que no entiende de cronologías ni culturas, atravesando por igual a prácticamente todas las religiones o cultos, son uno de los objetos que más me atraen, subvirtiendo toda clasificación estética y dando cuenta de una microhistoria congelada, de un deseo o portento hecho imagen.

En Álava se conservan muy pocos exvotos pictóricos –quizás algún día hablemos de ellos-, pero me gusta especular con la idea de un archivo general de milagros. Hoy vamos a escribir unas líneas sobre algunos de estos, en particular acerca de los atribuidos a la intervención de la Virgen de Aranzazu en tierras alavesas. Una devoción esta que, como es bien sabido, comenzó a instaurarse tras el supuesto hallazgo en 1468 de una talla de la virgen por parte de un pastorcillo llamado Rodrigo de Balzategi, el cual, al encontrarla escondida entre espinos le pregunto: Arantzan zu? (¿tú en el espino?). De esta recurrente historia fundacional deriva una de las devociones marianas más influyentes de la península, constatándose desde bien temprano una gran instauración del culto en tierras cercanas y también allende los mares, fruto de la amplia presencia de religiosos vascos en tierras americanas. Así, en 1686 vio la luz en México un libro titulado Paraninfo Celeste: Historia de la Mystica Zarza del Santuario de Aránzazu, un volumen devocional escrito por un franciscano nacido en Ozaeta: Fray Juan de Luzuriaga. En este texto se refieren numerosísimas intervenciones de la virgen: sanando a enfermos, protegiendo en accidentes, devolviendo a ciegos la vista, a mudos el habla e, incluso, resucitando a difuntos. En esta ocasión, vamos a centrarnos en este último punto, ya que da la casualidad de que el padre Luzuriaga enumera únicamente casos acaecidos en tierras alavesas. Una humilde selección de renacidas verdaderamente interesante.

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«Refirense algunos difuntos, que por medio de nuestra Señora de Aranzazu, han resucitado», capítulo XIX de la obra Paraninfo celeste (Libro 3, página 66).

El encabezado del capítulo en el que figuran estos episodios, casi al final del libro, dice así: “Refirense algunos difuntos, que por medio de nuestra Señora de Aranzazu, han resucitado”. Comienza el recuento con una niña de Arroyabe -un pequeño concejo perteneciente actualmente al municipio de Arrazua-Ubarrundia- llamada Catalina. Enferma y achacosa desde muy temprana edad, abandonada por los remedios de la medicina, la pequeña parecía apagarse de forma irremediable. El día de navidad de un año que no se menciona, sus padres abandonaron por un momento su lecho y, deseando conmemorar tan solemne fecha, acudieron a los maitines. Al regresar a casa “hallaron a la muchacha muerta, sin respiración, pulso, ni aliento que indicase, no ser ya cadáver yerto y helado”. Entonces la madre, devotísima de la virgen de Aranzazu, solicitó clemencia, prometiendo que si tenía piedad llevaría a la niña hasta su templo. Nada más invocarla “se restauro el aliento y volvió a la vida la difunta”. De esta suerte, y en memoria de la resurrección de su hija, la madre comenzó a nombrarla desde entonces La resucitada de Nuestra Señora de Aranzazu. Es curioso como este sobrenombre y la promesa de llevar a la niña hasta el santuario funcionan casi como una ofrenda viviente, un exvoto que camina.

El segundo episodio al que refiere el Paraninfo Celeste hace mención a la ingenua historia de Melchora, una niña de Samaniego igualmente enfermiza y débil. El dos de julio de 1602 falleció la pequeña y, mientras “la familia llorosa ocupaba el tiempo en lágrimas y sollozos”, la madre se retiro a su aposento. Allí, se postró ante un retrato pintado de la Virgen y con ansias afirmó:

Señora, si miráis a mis pecados, no me castigáis suficientemente con haberme quitado a mi hija. Mucho más merezco, pero por vuestro Hijo, y por quien sois me la habéis de resucitar, para que ella y yo vivamos como esclavas en vuestro servicio.

Regresó entonces hasta el lecho de la niña y le grito repetidas veces al oído: “Melchora hija mía de mi corazón”. Entonces, como quien vuelve de un profundo sueño, la niña recuperó el color y despertó diciendo: “¿Qué me quieres madre mía? Yo he estado con una Señora muy hermosa, y estoy muy buena, y quiero levantarme para mostrarte a la Señora con quien he estado”. En presencia de todos los vecinos que habían asistido a dar el pésame a la familia, la niña guio a su madre hasta la habitación, donde, entre múltiples cuadros y estampas, señaló la pintura de la Virgen de Aranzazu.

La tercera resurrección se dio en Urarte (municipio de Bernedo) el veintiséis de marzo de 1671 y, en esta ocasión, presenta un accidente típico de multitud de exvotos pictóricos entregados en santuarios de todo el planeta. Ana de Pangua, de tres años de edad, se encontraba jugando con otros niños cuando, correteando por el pueblo, se precipitó al rio. Los pequeños, inconscientes, tardaron largo rato en dar la noticia a un adulto, hasta que pasado un lapso de tiempo el cura de la localidad y un vecino sacaron a la pequeña del agua y avisaron al padre. A juicio de todos, la niña estaba ahogada, difunta. Daba la casualidad de que en ese momento la madre estaba en plena recuperación postparto, por lo que, tratando de evitar esta tremenda conmoción, los vecinos y amigos decidieron llevar el cuerpo a casa de un tal Pedro de Zazera, “para amortajarla y disponer desde allí su sepultura y entierro”. El padre, indudablemente devoto de la virgen de Aranzazu, hasta el punto de que en su casa hospedaba a menudo a religiosos afines a este convento, suplicó con fuerza, prometiendo hacer romería y peregrinación hasta el santuario. Casi inmediatamente, la niña comenzó a moverse y expulsar muchísima agua, quedando finalmente en perfecta salud. Todos estos incidentes, si no se leyesen como prodigios en una lógica casi de causa-efecto, podrían encajar en la entrada que hace algún tiempo dedicamos a las personas que a punto habían estado de ser enterradas vivas, constatando el peligro de determinar una muerte con demasiada presteza.

1870 - Salvato da San Sebastiano mentre stava annegando (Siracusa)
Exvoto italiano en el que un joven en peligro de ahogarse es salvado gracias a la intervención de San Sebastián (Siracura, 1870).

El capitulo termina con un último episodio acontecido nuevamente en Arroyabe. En esta ocasión, nos hallamos en medio de un parto. El marido, sorprendido, salió a buscar a una partera, dejando a la doncella Catalina Gonzalez de Durana a cargo de la situación. Al parecer, los dolores se vivificaron en su ausencia y esta joven, “turbada del aprieto o falta de conocimiento en tal lance”, no previno un accidente en el sobreparto que supuso el ahogamiento de la parturienta. La desolación del marido fue total a su regreso y la doncella, “juzgando se le había de imputar a culpa aquella muerte”, clamó al cielo por la intervención de la virgen: “Poderosa sois Señora para resucitar a esta mujer, que ha muerto por mi culpa, y si lo hacéis, ofrezco de haceros una novena en vuestra Santa Casa”. Como no podía ser de otro modo, la mujer sanó inmediatamente, sellándose un pacto que, en definitiva, servía también para engrosar las arcas de una enorme ‘economía espiritual’. Hasta aquí este repaso por la memoria histórica de algunas de las resurrecciones de la Virgen de Aranzazu en territorio alavés.

Documentos empleados:

– Luzuriaga, Fray Juan de.  Paraninfo celeste, historia de la mystica Zarza, milagrosa Imagen y prodigiosa santuario de Aranzazu (San Sebastián: Pedro de Huarte, 1690).

Imágenes:

– Cabecera: Fotografía de Ferdinando Scianna (Palermo, 1963).

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