El 25 de noviembre de 1847, a las diez de la noche, Vitoria y toda la provincia de Álava se veía sorprendida por una “iluminación repentina que apareció en todo el horizonte que se comprende del Oeste al Norte”. Sin previo aviso, “el cielo principió a tomar repentinamente un color bajo de rosa, sin haber notado antes nube ninguna en todo el horizonte, y fue aumentándose el colorido hasta formar un completo color carmesí”.
A pesar del temor inicial, el fenómeno que aquel día pudieron disfrutar nuestros paisanos fue una aurora boreal. Aunque solemos asociarlas al norte del continente europeo y a latitudes más próximas al círculo polar, si se reúnen ciertas condiciones pueden también producirse a latitudes más bajas de lo habitual. Veremos en esta entrada que registro tenemos de este hermosísimo fenómeno en nuestra provincia, y los esfuerzos de notables personajes locales por entenderlas y divulgarlas.
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Según apunta la crónica de aquella tarde de noviembre, buena parte de la población pensó inicialmente que podía tratarse de un gran incendio. La iluminación duro casi veinticinco minutos y, conforme fue desapareciendo esta hermosa y sorprendente decoración, se presento una espesa niebla. A las once y media, volvió a repetirse la misma escena, y “si la luna no hubiese estado tan brillante, no dudamos que toda la Llanada de Álava se hubiera visto iluminada de repente, y que sus habitantes se hubieran alarmado con tal suceso”.
Al de unos días, la prensa nacional señalaba que la aurora boreal de Vitoria se había podido disfrutar desde distintos puntos de la península, “como son los Pirineos y las columnas de Hércules”. Al parecer, lo que en la capital alavesa había sido un temor inicial a un posible fuego de grandes dimensiones, en otras partes del país cobró un cariz profético más tenebroso. El corresponsal sevillano anotaba que el fenómeno había sido magnifico y sorprendente para algunos, pero de temor y espanto para la multitud, al creerse que “la aparición de este meteoro es anuncio de grandes males, o de la proximidad del cólera morbo”. Pretendía por tanto con su noticia “desengañar a los crédulos que ese fenómeno, explicable y conocido de los físicos, sea preludio de ninguno acontecimiento funesto”.
Revisando la hemeroteca, es evidente que un fenómeno tan repentino e inesperado como este siempre ha despertado la fantasía y las teorías más aventuradas. En el caso alavés, al año siguiente Vitoria volvió a disfrutar del fenómeno. Fue el 18 de noviembre de 1848, y el corresponsal que había de informar de la llegada de la duquesa de Valencia a la ciudad, se vio obligado a apuntar que a las siete de la tarde empezó “a alumbrar una hermosísima aurora boreal que duró desde dicha hora hasta media noche, con un color tan encendido a las nueve y media que imponía a cuantos la observaban”.
Una vez más, “los agoreros decían mil cosas, y todos pronosticaban mal porvenir, y mucho mas cuando por la mañana habíamos leído la escena sangrienta de Huesca”. Esta última afirmación es interesante, puesto que nos ayuda a entender mejor el contexto sociopolítico que se vivía en el momento de producirse estos hechos. Recordemos que este fue el “año de las revoluciones”, de la “primavera de los pueblos”. En concreto, en octubre se había dado un pronunciamiento pro-republicano contra la monarquía isabelina y la política del general Narváez en Huesca, y, temiendo que el fenómeno pudiera replicarse en otras partes, esta sublevación liderada por Manuel Abad fue reprimida con gran severidad, fusilando a los responsables el 5 de noviembre, unos días antes de la aurora boreal que mencionábamos.
También en este caso el fenómeno pudo verse desde otras ciudades y provincias, y la prensa anotaba que la sensación general había sido exactamente la misma que veníamos describiendo: “vaticinando unos grandes calamidades y otros el termino de ellas, mientras que las personas de una mediana instrucción admiraban con gusto este fenómeno de la naturaleza”.
A finales del XIX volvemos a encontrar un nuevo episodio del estilo. En esta ocasión, El Anunciador Vitoriano indicaba que el lunes 22 de agosto de 1892, a eso de las once de la noche, “se produjo un fenómeno meteorológico en la parte Sur de nuestra ciudad que alarmó a muchas personas que viven en las casas de dicha zona. Una especie de aurora boreal, de color rojo subido, hacía parecer incendiadas algunas casas próximas a la estación del ferrocarril del Norte, mirado desde las calles de la Estación, San Antonio, Los Fueros, etc., originando el que varios serenos y vecinos corrieran hacia el objeto, al parecer inflamado. Pero el fenómeno duró solo unos dos minutos”.
A nivel peninsular, la aurora boreal más recordada tuvo lugar en enero de 1938, en plena Guerra Civil. Y las cartas de un combatiente ubicado en el frente de Teruel nos permiten reconstruir el temor y la sorpresa de los espectadores:
En la noche del 25, una aurora boreal iluminó de pronto nuestras posiciones, llenando a algunos de temores ante espectáculo nunca visto. Era algo grandioso ver a las doce de la noche todo el cielo rojo como un gran reflejo de un monstruoso incendio. ¿Qué cábalas y disparates se dijeron en un momento? Yo creo que hasta oficiales muy aguerridos y curtidos ante el peligro tuvieron temor. ¿De qué? No te lo podrían decir ellos mismo. Temían el arma ignorada que la superstición propia suponíamos en poder del enemigo, sin pensar que tanto el factor moral como las armas deciden las guerras. Hubo quien se colocó la careta temiendo gases, solo la reacción de quienes conocemos la naturaleza impidió lo que nunca debe suceder, creer que el enemigo se sale de lo cruel en lo humano, para convertirse en tragedia de leyenda o historia.
Como cabía esperar ante un fulgor semejante, esta famosa aurora boreal también se pudo apreciar desde Vitoria. El titular del Pensamiento Alavés indicaba que “el resplandor rojizo que anteanoche vimos en Vitoria, ha sido observado en casi todos los países de Europa”, dando cuenta del modo en que respondieron ante el fenómeno en lugares tan dispares como Austria, Grecia o Alemania.

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La visita relativamente frecuente de las auroras boreales, y la sorpresa de una buena parte de la población ante estas, generó incluso a finales del XIX un simpático dicho a nivel estatal, que venía a ridiculizar la incultura general: “cuando las auroras boreales aparecen, los gobernadores dimiten”. Se dice que el gobernador civil de una provincia española envió un telegrama al ministro de Gobernación diciéndole: “Se ha presentado una aurora boreal: el pueblo está alarmado: ¿qué debe hacer un gobernador en caso parecido?”. A lo que el político respondió: “Cuando se presenta una aurora boreal en una provincia, esto indica que el gobernador debe presentar la dimisión”.
Pero, a decir verdad, ¿quiénes conocían en aquel entonces las causas de este singular fenómeno atmosférico? Da la casualidad de que en Álava contamos con dos notables apuntes al respecto.
Resulta que en el fondo documental de Diego Lorenzo Prestamero, uno de los personajes más destacados de la ilustración alavesa de finales del XVIII y socio sumamente activo de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, encontramos catalogado un “Discurso sobre la aurora boreal que se descubrió en Viena la noche de 27 de noviembre de 1772”. La descripción corresponde al vicario de Los Arcos, y es una perfecta muestra de los amplísimos intereses de Prestamero, cuyo archivo y obras abarcan un sinfín de elementos históricos y naturales.

En realidad, lo que el cura de esta localidad navarra hizo, es trascribir un texto aparecido en la Gazeta de Madrid el 8 de diciembre de 1772, en el que el corresponsal en Viena ofrecía una pormenorizada crónica acerco de lo ocurrido. La alta actividad auroral que hubo en toda Europa durante el siglo XVIII incentivo la investigación científica del fenómeno1, confirmando definitivamente la naturaleza eléctrica del meteoro. De todos modos, el último párrafo del discurso conservado en el fondo Prestamero subraya la singularidad y el misterio que siempre le había rodeado:
Confieso que esta question es de las imposibles, que por mas que el entendimiento se canse en sus averiguaciones, nunca llegará a quedar sosegado con evidencia. Pero esperaremos a que se ponga en ejercicio, el carro volante, y entonces, no faltarán curiosos que hagan algún viaje a aquellas regiones, y puedan registrar de cerca estos arcanos.
Pasado un siglo, una de las publicaciones en cierto modo herederas del espíritu científico de la Real Sociedad Bascongada, seguía arrojando luz acerca de las auroras boreales. El número del 31 de octubre de 1870 de la revista vitoriana El Ateneo, se hacía eco de un nuevo avistamiento2:
El día 25 tuvimos ocasión de admirar el fenómeno raro en nuestras latitudes de una aurora boreal. Al caer la tarde, cuando el crepúsculo enviaba sus más tibios y pálidos resplandores, apareció en forma de una nube oscura que revestía la figura de un segmento de circulo, y gradualmente fue coloreándose hasta las seis y media en que se ostento en toda su magnificencia el color puro de fuego que caracteriza estos meteoros polares. A las siete y media empezó a abrirse la parte interior dispersándose en varios rayos o zonas luminosas con inclinación al N. O., y a las diez y tres cuartos desapareció por completo, recobrando de nuevo el cielo su habitual color azul.
Además, observaciones realizadas en el Centro de Telégrafos, parecían confirmar la hipótesis del origen eléctrico, y se publicaba a continuación una carta de Ricardo Becerro de Bengoa recibida desde Palencia, con animo de aportar ciertos detalles que ayudasen a entender mejor lo ocurrido:

Al termino de su misiva, el docto Becerro de Bengoa se lamentaba, una vez más, del desconocimiento y los mitos que rodeaban a las auroras boreales: “Aquí como en todas partes las personas ilustradas y sensatas se han encogido de hombros y han callado; los ignorantes y supersticiosos han dado al fenómeno explicaciones mas o menos estrambóticas”. A buen seguro, si Álava volviera a enfrentarse a la aurora boreal, no faltaría alguna lectura profética o asistiríamos sonrientes a la dimisión de algún alto cargo público.
Notas
[1] Véase el siguiente artículo de Enric Aragones i i Valls y Jorge Ordaz Gargallo, «Auroras boreales observadas en la Península Ibérica, Baleares y Canarias durante el siglo XVIII«, en Treballs del Museu de Geologia de Barcelona, ISSN 1130-4995, Nº. 17, 2010, págs. 45-110. Y también «Noticia sobre las auroras boreales observadas en España durante el siglo XVIII y parte del XIX» de Manuel Rico y Sinobas, publicado en las Memorias de la Real Academia de Ciencias, Tomo 3. Parte 1ª (1855); pp. 77-91.
[2] [Como curiosidad, entre la correspondencia del Archivo de la Casa de Zavala se encuentra una carta escrita desde Tolosa el 26 de octubre de 1870, en la que una tal Florencia escribe a su hijo que se encuentra estudiando en Francia, y le comunica como se vivió la aurora boreal en este municipio guipuzcoano: «Ayer se vio aquí la Aurea boreal y supongo que tú también la verías y José aturdido con todos los que se reunieron en la Fuente me dijo que decían que era anuncio de guerra otros de que venía una enfermedad y otros que todos iríamos a morir repentinamente».
Documentos empleados:
– El anunciador vitoriano (24-08-1892)
– Heraldo Alavés (23-08-1917)
– El Ateneo (30-10-1870)
– La Esperanza (25-10-1847), (24-11-1848)
– El Heraldo (29-10-1847), (30-10-1847)
– El Clamor Público (28-10-1847), (22-11-1848)
– «Discurso sobre la aurora boreal que se descubrió en Viena la noche de 27 de noviembre de 1772» por Antonio Santo Domingo, Cura de los Arcos. Navarra. (1773)