La broma espiritista…

Esta entrada buscar rescatar un relato publicado originalmente en la revista barcelonesa La ilustración artística en octubre de 1890. Lleva por título “La broma espiritista”, es obra de Ricardo Revenga y, cómo se indica en el arranque, su historia transcurre no muy lejos de la ciudad de Vitoria, en un pueblo cuyo nombre es algo así como “Betaño o Betoño”.

En principio, se trata únicamente de un cuento, de un texto de ficción alineado con las corrientes que en aquel entonces trataban con sorna el auge internacional del espiritismo. Pero, sin embargo, contiene detalles interesantes que merece la pena analizar, no sin antes aportar un breve resumen de la historia.

El protagonista es un joven ingeniero madrileño llamado Jorge Lasala, que, “por los años de 1876 o 1877, es decir, poco después de la terminación de la última guerra civil”, da con sus huesos en Betoño a fin de proyectar la línea férrea destinada a unir Vitoria con Durango. Aburrido en esta pequeña aldea, Jorge busca divertirse a costa de la división que entonces se vivía en el pueblo, entre los partidarios del cura y los del alcalde. Y encuentra para ello un hombre ideal en la figura del secretario D. Isidro, un alma cándida, apasionado de la lectura y que “sin orden ni concierto había tomado ideas de aquí y de allá, y en su cerebro se había armado una madeja de ideas tan enredada, que no era posible encontrar un extremo para tirar de él y devanarla”.

Es tal el batiburrillo de conceptos e influencias que maneja, que D. Isidro termina convirtiéndose al espiritismo y, a pesar de ser un mal médium, dialoga con Napoleón, Pericles, Isabel la Catolica o Sebastián Elcano. Entonces, se le ocurre al joven Jorge hacerse pasar por un gran entusiasta de la doctrina espiritista y un decidido clerófobo, para diseñar una farsa que sorprenda al pueblo. Se busca como compinche un ordenanza sumamente obediente, al que enseña “a parecer hipnotizado, a manejar los veladores parlantes y otra infinidad de habilidades” que le permitan pasar por un médium sumamente capaz, y celebran varias sesiones que provocan una gran adhesión a la ‘secta’ en todo el pueblo, y un convencimiento total por parte de D. Isidro.

El incremento del espiritismo genera incluso la intervención del obispo de Vitoria, quien publica una pastoral condenándolo. Pero justo entonces ocurre un hecho tremendo en Betoño: “una mañana aparecieron asesinados los dueños y la criada de una posada situada a media legua del pueblo”, y nada se sabe inicialmente de los criminales tras darse a la fuga. Ese día a Jorge se le enciende la bombilla, y convoca a todos los vecinos a una sesión en la que, “por medio del hipnotismo y con ayuda del espíritu de la diosa Themis”, se conocerá la identidad de los asesinos. En ese trance, el médium asegura:

Son tres, uno de ellos es tuerto, otro es ya viejo, tiene ya más de setenta años, el otro es barbilampiño, bajito y regordete, si los viera… Pero ¡ah! ¿qué veo? Veo una taberna, en ella están los asesinos, la guardia civil llega, cerca la casa, los prende, los amarra codo con codo y los trae a la cárcel de Betoño; los veo, vienen por la carretera, no tardarán en llegar; mañana estarán a… a… aquí.

Al día siguiente todo el pueblo se arrejunta en la plaza y al de un rato aparecen los delincuentes, coincidiendo plenamente con la descripción realizada en la séance de la noche anterior. Curiosamente, en vez de tomar esta supuesta adivinación como algo positivo, el furor popular se vuelve contra ellos, “llamándoles brujos y gritando que los echaran de aquel pueblo, que por ellos se había perdido la cosecha; por ellos había habido epidemia variolosa, y que ellos tenían la culpa de que Cánovas les hubiera quitado los fueros y tuvieran que ser soldados”.

La explicación del porqué de esta acertada sesión de espiritismo la dejo sin resolver, para que podáis leer el relato completo, pero antes me gustaría señalar un par de cosas. En primer lugar, hay que apuntar que en la narración de Ricardo Revenga y Alzamora se entremezclan elementos acontecidos realmente. En concreto, el asesinato en la posada de Betoño remite directamente a un crimen ocurrido el 5 de febrero de 1879. Ese día, ante la extrañeza de encontrarse el establecimiento que gestionaba la familia Sarria en Betoño (en el actual Asador 10 Erretegia) completamente cerrado, un vecino alertó a las autoridades. Al personarse en el lugar, se toparon con los cadáveres de los propietarios y de la criada, brutalmente asesinados. Las primeras pesquisas no dieron buen resultado, pero pronto el alguacil Pío Pinedo comenzó a afinar sus sospechas en base a un interesante detalle, en apariencia menor: en las honras fúnebres de los asesinados una mujer sollozaba como ninguna, voceando teatralmente entre lágrimas: “¡Qué muerte tan cruel¡¡Qué infamia!”. Esta mujer era Dominica Regúlez y contaba con notables antecedentes criminales. Tirando del hilo fue posible detener a la banda de infelices a los que había instigado a cometer el crimen, convencida de que los mesoneros poseían grandes riquezas. Estos cuatro individuos fueron sentenciados a la pena capital y ejecutados conjuntamente en Judimendi el 27 de julio de 1882, ante el estupor de los vitorianos. Dominica Regúlez finalmente fue indultada, y queda en el recuerdo como incitadora de uno de los crímenes más horribles en la historia de la ciudad.

Efectivamente, las fechas no cuadran, ya que en el relato se ubican los hechos en los años 1876 o 1877, cuando realmente acontecieron en 1879. Pero, por lo demás, es evidente la alusión a ese terrible asesinato. Llegados a este punto, cabe preguntarse por qué un autor valenciano como Ricardo Revenga y Alzamora relata una historia ubicada en Betoño. Curiosamente, sabemos que este estadístico y periodista visitó la capital alavesa en 1881, para leer un discurso en el Ateneo de Vitoria acerca de “La estadística y la libertad moral”. ¿Y que tema ocupaba ese mismo año la atención de la población local? Vitoria atraía entonces todas las miradas de la crónica negra, a raíz del proceso judicial a Juan Díaz de Garayo “El Sacamantecas”. Y esa misma institución, el Ateneo de Vitoria, acogió en febrero sendas conferencias impartidas por Ramón Apraiz bajo el título “Garayo ‘El Sacamantecas’ ¿Es cuerdo o es loco?”, en las que se defendía la postura de los galenos vitorianos: Garayo contaba con facultades intelectuales normales y había cometido sus acciones con libre albedrío.

No sería de extrañar que en esa visita a Vitoria Ricardo Revenga pudiera haber sido informado de todos los crímenes recientes, quedando impresionado por la virulencia del caso de Betoño, lo cual le llevo a escribir esta narración varios años más tarde. Y entonces, ¿qué veracidad puede tener el resto de la historia? ¿Pudo popularizarse el espiritismo en la Llanada alavesa? Por el momento, no he dado con ninguna información al respecto, aunque las fechas coinciden plenamente con el momento de mayor propagación de la doctrina espiritista en todo el planeta. Además, uno de los principales azotes ilustrados al espiritismo en España lo protagonizo un sacerdote donostiarra, Vicente Manterola, canónigo en Vitoria durante la década de 1860 y autor de El Satanismo o sea la cátedra del Espíritu Santo. Refutación de los errores de la escuela espiritista, publicado en Barcelona en 1879. Por lo que no sería descabellado pensar que la historia tuviera algún otro elemento real, o basado en anécdotas que el propio Revenga hubiera podido escuchar en tierras alavesas. A modo de recordatorio, ya hablamos en su momento acerca del interés que suscitó en aquella misma época el mesmerismo o magnetismo animal, y una labradora nacida en Betoño a mediados del siglo XVIII fue también protagonista de sendas entradas en el blog.

Sirva al menos este texto como indicio para ahondar en la posible microhistoria del espiritismo en nuestras tierras. Dedico esta entrada y el rescate de este relato a Enrique Echazarra, maestro del misterio en nuestra provincia y aficionado a la crónica negra. ¡De seguro sabrá disfrutar de estos “espíritus guasones”!

Podéis leer el relato completo en las siguientes páginas de La ilustración artística (o descargar los dos números de la revista completos más abajo, con mejor resolución):

Documentos empleados:

– La ilustración artística (13-10-1890), (20-10-1890)
– Catálogo de la exposición «Autopsia de una ciudad. La Vitoria del Sacamantecas» (celebrada en la Fundación Sancho el Sabio en 2017).

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