Carnaval entre rejas…

El 12 de febrero de 1713, un ingenuo festejo organizado por un grupo de jóvenes en Narvaja terminó dando con sus huesos en la cárcel. Según reza el auto de oficio, se encontraban “danzando a deshora y con mucha bulla y algazara en el Pórtico y Cementerio de su iglesia”. Este jaleo alertó a un vecino que, aunque “recogido en casa para acostarse”, buscando cumplir con lo dictado por el alcalde, se acerco hasta el lugar y se encontró con que un nutrido grupo de mozos y mozas bailaban al son del tamboril y tenían “un pellejo con pezcado ardiendo colgado de un palo, que dava poca luz, por cuia causa no pudo conocer quienes heran, por que las mozas se retiraron en tropa hacia un rincón, y no pudo conocer a ninguna, y aun de los mozos se ausentaron algunos”, y solo pudo conocer a quien tocaba el instrumento y a algún otro.

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Portada del Auto de 1713 [Archivo histórico Municipal de Salvatierra – Agurain, Sig. 0170, nº 3].

Hay que advertir que no era esta una noche cualquiera, eran las carnestolendas [carnavales], e imbuidos quizás por el espíritu subversivo de esta festividad, los jóvenes desoyeron las advertencias que les exigían detener la danza, pues “de no hazerlo daría cuenta a la justicia”. El vecino exigió al tamborilero “que no tocase y se recogiese por que tambien seria castigado”, pero este indicó que obedecía ordenes de los mozos y, que si estos se lo requerían, seguiría tocando. Así, el jolgorio siguió, según se cuenta, hasta cerca de las diez de la noche.

La amenaza se cumplió y los ocho regidores del lugar acabaron descubriendo los nombres de quienes habían alterado el orden aquella noche, ordenando se “los lleve a la cárcel publica de la villa de Salvatierra”. Dieron entonces comienzo las diligencias, pero, al ir a detener a varios de los encausados, no resulto fácil apresarlos: “uno “havia pasado esta mañana al Santuario de Aranzazu”, otro “andava escardando en el termino de Arriola”, y un tercero había marchado a por vino “para la taberna de Luzuriaga” a la Rioja. Durante varios días siguieron buscándolos por los distintos puntos donde se los había visto por última vez, acudiendo incluso a la iglesia por si “acudían a oir misa”, sin éxito.

Entre los interrogados se hallaba el tamborilero, quien testifico que dos mozos fueron a buscarle hasta su casa para incitarle a tocar la noche de autos. Él les recomendó que acudiesen al “Zaguan del mayorazgo”, donde habían iniciado la fiesta al mediodía, pero los jóvenes le dijeron que “aquella noche era previlegiada”, y se encaminaron hacia el pórtico de la iglesia. Poco después, gracias a la detención definitiva del resto, sabemos que alguno de los danzantes iba enmascarado o incluso vestido de mujer, y que realmente consideraron que esa noche era especial, por lo que el señor alcalde “no lo tendria a mal”. Sin embargo, se equivocaron. Según avanza el informe, conocemos que los músicos encargados de amenizar la noche fueron declarados inocentes, y tan sólo tuvieron que pagar sus “carzetages” para volver a casa. El resto del grupo, conformado por varios chicos y chicas, tuvo que pagar los gastos del procedimiento, distintas multas y, en algún caso concreto, unos breves días de encarcelamiento.

Lo cierto es que este caso, aunque parezca menor, ilustra un cierto clima que durante siglos va a generar momentos de disputa y conflicto en torno al carnaval, por su dimensión subversiva y por su transgresión de las ordenanzas y la moral cristiana de la época. Entre las declaraciones del vecino que acudió a acallar el festejo, se indica que el escándalo tenía la “prosima ocasion de ofender a Dios”, al estar teniendo lugar en terreno sagrado. En otros procesos judiciales relacionados con el carnaval en la llanada alavesa, es recurrente la oposición religiosa, como por ejemplo en 1825 en Agurain, cuando se generó una gresca -o quimera, como la denominaban entonces- entre el párroco rural y un joven disfrazado con el habito clerical.

Como ejemplo interesante de lo asentada que estaba esta fiesta, y su dimensión liberadora, en el siglo XVIII alavés, encontramos otro interesante proceso judicial en la cercana localidad de Zalduondo. Allí, en 1739, se produce una querella popular contra el alcalde, José López de Gordoa, por haber impedido la correcta celebración de las carnestolendas y el Corpus Christi. Entre los argumentos de la demanda, los vecinos alegan que desde “inmemorial tiempo de esta parte se a tenido y tiene la practica y costumbre de regocijarse la gente especialmente en los días y festividades mas solemnes del año al son del tamboril y lo mismo el Domingo y Martes de Carnestolendas”. Pero, ese año, el alcalde inició su particular cruzada, reteniendo a varios mozos en la cárcel -aplicándoles grilletes y el cepo- antes incluso de que fueran llamados a las oraciones, y metiendo preso al tamborilero, tras desobedecer este último sus órdenes. Por ello, deciden recurrir a la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid, para que al corregidor se le condene “en las penas en que a incurrido como perturbador de la paz oponiéndose a las loables y antiguas costumbres que a tenido y tiene esta Villa”. Una curiosa medida defensiva ante quien había osado impedir la preciada fiesta.

En todo caso, ya para terminar, ha de recordarse que estos episodios formaban parte de las tensiones habituales de estas festividades en la que siempre ha operado una cierta violencia establecida o consensuada. Aunque el Carnaval permitiese una cierta sátira, rebelión o ensañamiento, es ineludible su vinculación con el calendario religioso anual, funcionando como una válvula de escape previa a la exigente cuaresma, que, en términos alimenticios, suponía un periodo de abstinencia y renuncia a la carne.

Documentos empleados:

Archivo histórico Municipal de Salvatierra – Agurain: Sig. 0170, nº 3
Archivo Histórico Municipal de Zalduondo: Legajo 15, nº 26

Imágenes:

– Cabecera: Carnaval en el Trastevere, Roma (1953, Herbert List).

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