La úlcera salinera…

En los últimos tiempos, el Valle Salado de Añana ha comenzado a recobrar cierto esplendor perdido, acaparando nuevamente las miradas desde un punto de vista patrimonial, turístico e, indudablemente, gastronómico. Tras décadas de deterioro y abandono, la obtención en 1984 de la catalogación como Monumento Histórico Nacional y, seis años más tarde, la consideración como Bien de Interés Cultural, supusieron un primer revulsivo en la recuperación parcial de este paisaje tan impresionante y del oficio al que va asociado.

En esta breve entrada, me gustaría comentar un artículo sobre Salinas de Añana publicado en 1934 en la revista Vida Vasca, en el que se dibuja un panorama entristecido en lo laboral y acompañado además de una particular dolencia. Los reporteros de esta afamada revista gráfica bilbaina acudieron a Salinas un soleado día, entrevistándose improvisadamente con los salineros y salineras que aquella mañana se encontraban trabajando. Lo primero que indican, en una conversación que viene a subrayar la dureza y la escasa rentabilidad del oficio, es el hecho de que la propiedad ultima de las eras no es del pueblo, sino del Estado, a quien han de pagar un canon de superficie por trabajarlas. En una afirmación que bien podríamos poner en boca de un productor de nuestro tiempo, lamentan todas estas cargas y gravámenes: “Mejor sería [no pagar] nada; pero que se va a hacer… Canon por aquí, contribución por allá, cédulas por acullá… como la sal en el agua, se disuelve el dinero que sacamos”.

Pronto sale a relucir la importante labor femenina en todo el proceso, cuya función es tan pesada que el entrevistado afirma que entre ellos llaman “burras” a sus mujeres. Echan cálculos de lo ganado, del tiempo invertido y de las horas muertas cuando llueve, y el resultado final no da para mantener a un matrimonio con hijos, y pagar día a día las otanas de pan.

La charla continua y entonces surge un curioso tema que, de forma explícita, los periodistas han decidido ilustrar con dos interesantes fotografías en los márgenes de la página. Resulta que a las penurias económicas hay que sumarle una afección que seguramente no suele recordarse al describir las singularidades de este oficio: la úlcera de los saladores. “Gajes del oficio”, aseguran al indicar que

La sal nos va comiendo la piel y, después, poco a poco, profundizando en la carne nos produce estos agujeros, en los que cabe la mitad de un pitillo; pero no es cosa grave. No es como el azogue de las minas de Almadén, ni mucho menos. Nos acostumbramos a esto porque sabemos que no mata; llega el agujero al hueso y ahí se detienen los efectos de la sal. Al hueso no le hace mella.

Lo cierto es que la sola idea de una pierna ulcerada hasta el hueso incomoda. Indudablemente, este problema era propio de todos los pueblos con salinas de España. Y aunque no suela hablarse demasiado de ello, lo encontramos por ejemplo mencionado en un estudio reciente que buscaba recuperar la memoria salinera de Castilla-La Mancha: “Con respecto a usos medicinales de la sal tan sólo mencionan lo rápido que se curaban las pequeñas heridas que uno tuviese al estar dentro del agua salada. Y lo mal que se curaban si era dentro del agua cuando se hacían”.

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Fotografías que ilustraban el artículo de la revista Vida Vasca. En el ejemplar digitalizado (conservado en la Fundación Sancho el Sabio), la joven que muestra sus piernas ha sido aparentemente identificada como Mercedes Cuartango.

Las dos fotografías que mencionábamos son una muestra evidente de estas fastidiosas llagas. La primera nos presenta a una joven que a ruego de los reporteros “muestra sin vendajes su pierna ulcerada”, y la segunda un plano más cerrado donde la herida se aprecia algo mejor. En todo caso, el artículo termina de forma más luminosa, con un inspirado llamamiento de un vecino del pueblo. El señor, ya entrado en años, ve complicado una mejora de trabajo, y parece presagiar que las salinas están condenadas a perderse, convertidas en ruinoso negocio. Sin embargo, considera que algún día algo podrá hacerse, algo que quizás no dista demasiado de los actuales esfuerzos por reivindicar la calidad única de este producto:

Sería necesario que los periódicos y el mismo Gobierno hiciesen propaganda eficaz de esta riqueza de Añana, cuyas salinas no tienen par, en todo el mundo, quizá. Yo mismo se lo oí a un ingeniero que nos visito hace tiempo, quien añadió:

-Si Gamazo, cuando implantó el impuesto a la sal hubiera tenido en cuenta lo que vale la de estas eras, hubiera excluido del tributo a lo que es un orgullo de España, permitiendo que se extendiera a mayor precio que ninguna otra, no sólo para enaltecimiento de la Nación, sino para bien de la Humanidad.

Para terminar, resulta llamativa la página previa al reportaje, en la que se anuncian infinidad de cosecheros, almacenistas, exportadores y fabricantes de sal -incluidas varias mujeres- asentados/as en Salinas de Añana y Pobes.

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Anuncio en la página 22 de la revista Vida Vasca (1934).

Documentos empleados:

– «En Salinas de Añana», publicado en Vida vasca, nº 11 (1934), pp. 23-25.
_ Fernando Carrasco Vayá, Jesús y Katia Hueso Kortekaas, «ETNOSAL, un intento de recuperar la memoria salinera de Castilla-La Mancha», en Oppidum: cuadernos de investigación, nº 2 (2006), pp. 85-106.

Imágenes:

– Cabecera: Fotografía de Enrique Guinea [AMVG GUI-2-95.2]

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