A las ocho de la mañana del 11 de mayo de 1881, Juan Díaz de Garayo “El Sacamantecas” era conducido en un carro entoldado hasta el patíbulo, instalado en el Polvorín viejo. Según cuentan los periódicos de la época, se acercaron hasta allí en torno a unas diez mil personas, aunque esta cifra debería ser cuestionada, teniendo en cuenta que en aquel entonces la capital alavesa no contaba siquiera con treinta mil habitantes. Aun así, nos hallamos sin lugar a dudas ante una de las ejecuciones más sonadas del siglo XIX en la ciudad, y es que la repercusión del caso a nivel nacional lo había convertido en un hito en el temprano desarrollo de la psicología aplicada a la investigación criminal.
Sin embargo, no vamos a dedicar esta entrada a los célebres crímenes de este aldeano alavés. El foco, en esta ocasión, lo pondremos en su cadáver, al que se dirigieron todas las miradas una vez aplicada la pena capital. Y es que el interés por el cuerpo de Garayo continuó tras su muerte y el día 12 de mayo asistieron a la autopsia celebrada en el depósito del cementerio de Santa Isabel más de cuarenta personas, viéndose allí representados dos modelos distintos de analizar y entender la salud mental del condenado y, como consecuencia, su responsabilidad criminal. Así, en buena medida, se reprodujo sobre la mesa de disección la misma disputa que había protagonizado el juicio del tribunal -y los titulares de los dos principales periódicos de la ciudad durante todo el proceso, de tendencia política completamente opuesta: El Anunciador Vitoriano (republicano) y El Gorbea (carlista)-. Los alienistas del círculo del doctor valenciano José María Esquerdo[1] venían a confirmar lo que la justicia les había negado: la relación entre la deformidad craneal/cerebral y la perversión del asesino, lo cual, llevado al extremo, hacia que el ajusticiamiento se considerase en este caso una lamentable equivocación. Frente a estos, los médicos vitorianos[2] con Ramon Apraiz a la cabeza no lo tenían tan claro, y esta división entre bandos quedará plasmada en una serie de cartas que se entrecruzaron unos y otros en el periódico de ciencias médicas El genio médico-quirúrgico durante los meses siguientes al ajusticiamiento y la autopsia.
Lo cierto es que estas misivas, escasamente conocidas y difundidas -a pesar de la enorme popularidad del caso del “Sacamantecas” vitoriano- no tienen desperdicio, y dan cuenta de la enorme relevancia y de las energías volcadas por todos en este proceso tan paradigmático, evidenciándose además una difícil convivencia entre profesionales, en la que sale a relucir veladamente el choque entre los “hombres de ciencias de Madrid y los de provincias”.

La discusión comienza con la reproducción en este semanario científico madrileño de una nota aparecida originalmente en El anunciador vitoriano, en la que Ramón Apraiz daba unas sencillas pinceladas sobre el día de la autopsia, tratando de subrayar el respeto mutuo y la simpatía fraternal entre ambos bandos, a pesar de evidenciar que no existía entre el Doctor Esquerdo y los médicos de la ciudad de vitoria “las debidas inteligencias para marchar unidos” y de cuestionar entre líneas “la dudosa solidez que alcanzan en la actualidad los estudios frenopáticos”. A este tibio arranque le siguió una crónica del médico Manuel de Tolosa Latour dividida en cuatro episodios, con el título ‘Locos y criminales’ y el subtítulo ‘Impresiones de un viaje científico a Vitoria’. En estos escritos, Tolosa Latour describe los momentos previos a la ejecución, en los que tuvo ocasión de visitar a Garayo en la capilla instalada en la prisión celular. El siguiente extracto, sin ir más lejos, evidencia una mirada claramente condicionada, presta a encontrar en el condenado aquello que había descrito José María Esquerdo en las conferencias dictadas en el anfiteatro de la Facultad de Medicina de Madrid a comienzos de 1881 en relación a la defensa de la enajenación mental de Juan Díaz de Garayo -las cuales habían sido reseñadas y resumidas en El genio médico-quirúrgico-:
Además, yo entraba allí [en la capilla] con la curiosidad científica de quien va a ver un caso de teratología mental, al fin y a la postre yo tenía delante un enfermo, pero un enfermo a quien no podía en manera alguna salvar…. ¿Concibe usted mayor suplicio? […] En aquella posición asombraba la deformidad de la parte posterior de la cabeza, tenía gran semejanza con un pilón de azúcar truncado; de tal suerte contrastaba el vértice de la cabeza con la anchura de la base de la misma.
Además, Tolosa Latour se vale de “El Sacamantecas. Su retrato y sus crímenes”, el folleto de Ricardo Becerro de Bengoa publicado justo tras la ejecución, para sacar punta a ciertas anécdotas que parecían evidenciar lo corrupto e infeliz de su linaje, dando alas a la hipótesis degeneracionista. Entre estas, destaca la referida a la última visita de la hermana de Garayo en prisión, la cual, según cuentan los cronistas, le espetó una dura frase: “Tú la has hecho y vas a pagarla”.
Tras la episódica narración de Tolosa Latour, en la que habían salido a relucir luces y sombras de la capital alavesa -abriendo un paréntesis, resulta ciertamente interesante su visita al Hospital y al Hospicio, y su descripción de un grupo de zíngaros acampados a las afueras de la ciudad-, apareció publicada una nueva carta de Apraiz en la que se hacían más evidentes las diferencias y tiranteces. Al comienzo de la misma, encontramos un interesante párrafo en el que el galeno local tira por tierra el perfil de Garayo trazado por los alienistas:
Se han exhibido en conferencias y cartas grandes conocimientos científicos, expresados con escogidas frases y riqueza de colorido, pero que van acompañados de ligereza y poca precisión en cuanto a datos referentes al objeto de las mismas.
De ahí la consecuencia legítima: la existencia de un Garayo perfectamente descrito y en tal concepto loco o loco y medio, pero que no puede pasar de ser un Garayo ideal o imaginario, mientras el verdadero Garayo, el cuerdo, ha permanecido año y medio casi desconocido en las cárceles de Vitoria. Del primero tiene conocimiento el mundo por los hábiles escritos publicados en multitud de periódicos de gran circulación. Del segundo tan sólo saben el pueblo vitoriano y circunvecinos, así como los tribunales, ante quienes los médicos de Vitoria emitieron su informe.
Y a continuación, desarma punto por punto algunos argumentos esgrimidos por el medico madrileño, el cual llegaba incluso a criticar los diversos retratos de Garayo -se habla de doce o más- obtenidos en prisión por el fotógrafo oscense Pedro Mur y Yuste, considerándolos “de lo menos real que puede dar la cámara oscura, no tanto por la tosquedad de los detalles, sino también por las violentas posturas en que colocaron al retratado, con grave detrimento de la verdad”. Termina Apraiz dando cuenta de un detalle interesante, al mencionar la voluntad de los médicos vitorianos de conservar algunos trozos de masa cerebral que pudieran ser puestos a disposición de Esquerdo, a fin de someterlos a los análisis químicos y micrográficos deseados, aun a pesar de afirmar que ellos no han encontrado “durante la vida del procesado, ni en su autopsia, síntomas ni datos anatómicos que probaran de una manera clara la existencia en el mismo de genero alguno de locura”.
Curiosamente, aunque los aludidos eran Esquerdo y Tolosa Latour, estando estos ausentes, la redacción de la revista se anima a terciar en el debate en representación de “los médicos de Madrid” a los que Apraiz había acusado de pintar un “Garayo ideal o imaginario”. Y en defensa de estos, se asegura que Esquerdo trascurrió tiempo suficiente con el condenado como para firmar un dictamen serio y riguroso, haciendo hincapié en su especial capacitación para ello como médico frenópata. Este argumento de autoridad resulta fundamental, ya que todos estos especialistas venían reivindicando activamente la valía de sus diagnósticos psiquiátricos en los dictámenes periciales, presentándose como los únicos médicos capaces de arrojar luz sobre la salud mental del condenado. Al hilo de esto último, y retomando también la crítica de Apraiz sobre el eco de cierto relato intencionado en “periódicos de gran circulación”, es muy elocuente la siguiente afirmación apasionada, publicada en el diario La Vanguardia junto a un breve reporte de los resultados de la “Autopsia de Garayo”:
Es necesario iniciar la aplicación de la fisiología al ejercicio de la justicia; sin alguien que lea en la piel de la faz, en el músculo y en el átomo, en el fulgor de la mirada y en el órgano desquiciado; sin alguien que adivine por rápida inducción, de entre los criminales, cuál es el loco; sin alguien que desde el manicomio baje al presidio y vea en la exaltación callada de esos dementes silenciosos, cerebrales, internos, psicológicos, el reflejo de esa otra exaltación delirante, hablada, frenética, a gritos, del manicomio, no podremos aplicar recta y sabia justicia y estaremos expuestos a lamentables equivocaciones.
Indudablemente, estamos ante una descripción semi-velada de la figura de Esquerdo y sus fabulosos poderes[3], en la que se da por buena la relación entre una supuesta deformidad cerebral del de Eguilaz y su perversión moral.
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Retomando el debate surgido entre las páginas de El genio médico-quirúrgico, la segunda misiva de Apraiz obtuvo además la respuesta personal de Tolosa Latour, en sendos textos que dejaban entrever cierta hostilidad contenida. En el primer de ellos, publicado el 31 de julio de 1881, se defiende de las acusaciones de ligereza e imprecisión que le había hecho el doctor vitoriano, terminando además con una serie de reproches acerca de la supuesta buena intención a la hora de compartir los restos de sustancia cerebral. En su opinión, los médicos alaveses no estuvieron a la altura, quizás por ignorar los métodos más avanzados de análisis:
A cualquier aprendiz micrógrafo se le alcanza que después de tres meses nada se pueda sacar en claro de unos restos cadavéricos, según noticias, mal acondicionados y sin líquidos conservadores. El estudio químico-micrográfico tiene que quedar incompleto, por culpa de alguien. Si la autoridad eclesiástica tardó tanto tiempo en dar su permiso para extraerlos del depósito, podrían los médicos haber dado la orden de enterrarlos o conservarlos en un estante para recuerdo, pues nada se puede hacer de útil con ellos.
Este debate acerca de los restos de Garayo, en especial de la cabeza y la masa cerebral, vuelve a protagonizar la última intervención de Tolosa Latour, aparecida en el número del 15 de agosto. En la revista se transcribe completa el “acta-reseña” de la autopsia, en la que se describe la conformación exterior de la cabeza, las mediciones craneales, las lesiones producidas por el aparato de estrangulación o el encéfalo. Apuntándose además en las observaciones que “durante la operación se han recogido en doce frascos […] porciones de sustancia cerebral, cerebelosa, de la protuberancia, bulbo, medula, la induración encontrada en el cuerpo estriado y trozos de ambos testículos, con objeto de practicar sobre ellos un examen microscópico ulterior”.
Sin embargo, toda esta parafernalia parece chocar con la tutela de la autoridad eclesiástica. Así, los médicos madrileños aseguran haber llevado hasta Vitoria un excelente microscopio Verich y un neceser Nachet, los cuales no pudieron emplear al toparse con la prohibición terminante de “extraer del cuarto de autopsias el más pequeño resto cadavérico”, ya que no era posible dar sepultura al cadáver sin que se hallara íntegro. Querían someter ciertos órganos y restos a examen, pero les fue imposible sacarlos del recinto ese día. De este modo, terminada la operación, Apraiz, supuestamente, propuso repartir entre ambos bandos los frascos, prometiendo que los enviaría a la Facultad de Medicina de Madrid a la mayor brevedad. Al parecer, esas muestras nunca llegaron a su destino:
Van a pasar dos meses y, que yo sepa, mi antiguo profesor nada ha recibido. ¿Qué complicada tramitación habrá sido necesario desarrollar para que los doce frascos salieran del cementerio de Vitoria? Lo ignoro por completo. Respetuoso con las autoridades, sean cuales fueren, lamento la tardanza, dejo íntegra la responsabilidad de esta omisión importante a quien corresponda y entrego simplemente a la sensatez de los hombres de ciencia españoles este detalle, sobre el cual pueden hacerse toda clase de comentarios.
Con esta última pulla termina el debate en las páginas de El genio médico-quirúrgico, quedando la pelota en el tejado de Apraiz. Tras la autopsia, el cuerpo habría de ser entregado a la viuda, aunque ésta finalmente no pudo hacerse cargo y el cadáver acabaría en una fosa común del cementerio de Santa Isabel. En principio, se supone que el cuerpo debía ser enterrado completo, aunque desprovisto de masa cerebral. Sin embargo, pasado el tiempo, comenzó a sospecharse que el cráneo de Garayo, comparado por el criminólogo Constancio Bernaldo de Quirós con el de un atávico Neanderthal, tampoco había sido sepultado. En el acta de la necropsia se indicaba que los restos cerebrales habían quedado “en unión de la cabeza, convenientemente conservados y custodiados por el señor capellán del cementerio”. Es difícil precisar quien pudo hacerse con la sesera, pero, a tenor de lo dicho hasta el momento y visto el protagonismo de Esquerdo y Apraiz, lo cierto es que ellos dos tienen todas las papeletas.
Esta intuición parece ser confirmada por un artículo publicado en el diario La Voz con fecha 30 de noviembre de 1929, en el que un miembro de la familia Apraiz aseguraba que “mientras vivió D. Ramón [Apraiz] guardó en su casa el cráneo de Garayo, más a su muerte, las personas que se hicieron cargo de sus papeles hicieron enterrar aquella cabeza”. Parece que, al menos, durante una temporada la calavera acompañó al médico vitoriano, precisamente quien menos esperanzas había depositado en la supuesta conformación irregular del cráneo del acusado, cuestionando desde el primer momento la validez de los estudios frenológicos. Para reforzar esta teoría, existe una lámina publicada al parecer en la Revista médica vasco-navarra -una publicación de la Academia de Ciencias Médicas de Vitoria, fundada y dirigida precisamente por Ramon Apraiz desde 1882-, en la que se incluye una supuesta “Conformación del cráneo del Sacamantecas” tomada “de una fotografía directa del natural y reducido a la mitad de su tamaño”. Por lo tanto, o esa fotografía fue realizada el día de la autopsia -lo cual nadie menciona- o realmente Apraiz tuvo acceso al cráneo durante algún tiempo.

Sea como fuere, a nadie sorprende la fetichización de un elemento como éste, más allá de su posible interés médico-forense, siendo paradigmáticas las enormes colecciones de cráneos, cerebros y máscaras de cera de criminales conservadas en el Museo Cesare Lombroso de Turín, o las docenas de vaciados en yeso de cabezas guillotinadas del Museo Flaubert de Ruan. En este sentido, resulta fascinante la figura del antropólogo y anatomista Lorenzo Tenchini, el cual comenzó precisamente en 1881 a investigar la relación existente entre la organización del cerebro y la desviación psicológica y social. Publicando, entre 1885 y 1895, los cuatro tomos de su obra Cervelli di delinquenti [Cerebros de delincuentes].
A día de hoy, no sabemos nada más acerca del paradero definitivo del cráneo de Juan Díaz de Garayo. Fruto de una peculiar carambola, y tirando ya de la imaginación, podría haber acabado en manos de la Fundación Esquerdo. Al fin y al cabo, el desgraciado “Sacamantecas” se convirtió para el psiquiatra valenciano en un ejemplar a tutelar y custodiar, como lo fuera Augustine en la carrera de Charcot a la hora de defender el diagnóstico de la histeria. Así, Esquerdo cerró su mítica conferencia “Locos que no lo parecen” con el siguiente alegato:
[No] importa que Garayo carezca de familia, para los que como nosotros consideran a Garayo enfermo. Garayo tiene una familia que ha de interesarse por su vida; vosotros, yo, la familia médica, es un miembro que nos pertenece, y sobre todo, señores, los enajenados tendrán siempre una familia que se interese por ellos, porque son infortunados miembros de esa grande familia que se llama humanidad.
Quién sabe si algún día daremos finalmente con su paradero…
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Para la realización de este texto se ha tomado como base la información contenida en varios de los paneles de la exposición “Autopsia de una ciudad. La Vitoria del Sacamantecas” [expuesta en la Fundación Sancho el Sabio de Vitoria-Gasteiz del 26 de octubre al 29 de diciembre de 2017, coincidiendo con la celebración del Festival de Cultura de la Muerte Zakatumba].
[1] Acudieron a Vitoria Adriano Alonzo Martínez, Jaime Vera, Manuel de Tolosa y José María Esquerdo.
[2] Estuvieron presentes José Páramo y Salinas, Pablo Martínez, Valentín Castañeda, Tomás Ladrera, Felipe Hernández, Valentín Ibáñez, Luis Arroyo y España, Adrián Ladrera, Perfecto Zulueta, Antonio Heredia, Juan de Bazozabal, Manuel López Balugera, Miguel Gardeazabal, José Rodríguez Outumuro, Ricardo Añibarro y Ramon Apraiz.
[3] En una especie de panegírico a la frenopatía publicado en 1883 se asegura que, para Esquerdo, el cráneo humano es casi de cristal, pudiendo leer “las misteriosas inscripciones que traza el pensamiento en las células del cerebro y adivinar no sólo la historia de aquel hombre, sino la de sus antepasados”, hasta el punto de deducir y pronosticar no sólo que tal crimen es el crimen de un loco, sino de “predecir el curso y órbita que seguirá su enajenación, y pronosticar a ciencia cierta, no ya el derrotero de su vida, sino hasta las lesiones que se hallarán en su cadáver el día que la demencia o el verdugo aniquilen su máquina mental”.
Documentos empleados:
– El Genio médico-quirúrgico (31-1-1881), (7-2-1881), (25-5-1881), (7-6-1881), (15-6-1881), (22-6-1881), (7-7-1881), (15-7-1881), (22-7-1881), (31-7-1881) y (15-8-1881).
– La Vanguardia (14-5-1881).
– Bernaldo de Quirós, Constancio. Figuras delincuentes (Madrid: Centro Editorial de Góngora, 1900).
Imágenes:
– Cabecera: El cuerpo decapitado de uno de los miembros de la banda Pollet (bandidos que actuaron en Francia entre los años 1898 y 1906) aguarda en la morgue de la prisión.