Recuerdo una ocasión en la que, aprovechando una de las contadas visitas a la biblioteca del colegio, decidí llevarme dos libritos de Kafka a mi casa. Un pequeño robo que, viendo el abandono y total desuso del lugar, entendí como una liberación. En aquel momento el principal aliciente era La metamorfosis, pero, durante años, guarde una memoria aún más vívida de un relato breve titulado Un artista del hambre.
En esta estupenda narración, se nos cuenta el auge y caída de los ayunadores, un espectáculo que, a lo largo de decenios, había logrado atraer la atención del público, decayendo sin embargo irreversiblemente a partir de un momento dado. Así, en las primeras páginas del relato, dedicadas a los años gloriosos de este peculiar oficio, se nos presenta la sorpresa de los niños, la suspicacia de los adultos o la posición ambivalente de los vigilantes ante la enigmática y desafiante figura de estos hombres y mujeres que decían poder permanecer largos periodos sin ingerir ningún tipo de alimento.
Sin embargo, en su historia llega un día en el que las personas, como por arte de magia, dan la espalda al ayunador: “había nacido al mismo tiempo, en todas partes, una repulsión hacia el espectáculo del hambre”. Kafka escribió el relato en 1922, un periodo en el que todavía circulaban por toda Europa un puñado de ayunadores. Quizás los más celebres no pararon nunca en Vitoria, pero en la prensa local ha quedado registrada la visita de alguno de ellos.
Al menos en dos ocasiones visitó la capital alavesa una tal Garnié -o Garnier- con un espectáculo titulado La mujer enterrada viva. El 24 de junio de 1918 esta joven ayunadora se presentó en la feria del parque de la Florida (calle Luis Heintz), donde fue sepultada “a un metro bajo tierra, en donde permanecerá durante doce días, ósea 288 horas, sin comer ni beber”. Tal y como indicaba la nota de prensa, se esperaba que todo Vitoria acudiese en masa “a presenciar tan sensacional espectáculo”. Años más tarde, ya en 1929, Garnié volvió por estas tierras coincidiendo con las fiestas de la Virgen Blanca. En esta ocasión, la hazaña tan solo sumaba ocho días y ocho noches, y el viernes 9 de agosto estaba prevista su salida pública.

Este era siempre el momento más esperado, en el que la ayunadora era desenterrada -en el caso de otros especialistas se los sacaba de la jaula o de la urna en la que habían sido encerrados- y salía de su letargo junto al empresario del ferial, constatándose su buen estado de salud y, como sucede en el relato de Kafka, ofreciéndosele en ocasiones una sencilla mesita en la que estaba servida una comida.
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Como ocurría también con el magnetismo animal, al que dedicamos una entrada en su día, lo que durante décadas había estado casi en el terreno de la ciencia o la mística terminaba protagonizando los espectáculos de magas e ilusionistas de todo el planeta. El debate acerca del ayuno -principalmente entre mujeres- había despertado fascinación en la Europa medieval, ligando así la santidad femenina con esta abstinencia. El caso de Catalina de Siena (1347-1380) es el más célebre, convertida en modelo de esa llamada ‘santa anorexia’. Después vendrían muchas más, entremezclándose ese ‘hambre’ de Dios de las místicas con episodios de supuestas mujeres ayunadoras que terminaron siendo denunciadas como impostoras. Se daba así un traslado, de la anorexia como milagro a la anorexia como prodigio. El caso más notorio, y el que indudablemente abrió la veda para la conversión del ayuno en espectáculo de masas, fue el de Ann Moore (1761-1813). Esta mujer inglesa aseguró haber perdido completamente el apetito a partir de un momento dado, defendiendo que en lo sucesivo había dejado de ingerir todo alimento, sobreviviendo del aire. Su historia despertó enorme interés, publicándose noticias, panfletos e informes en favor y en contra de su veracidad. Al contrario que el artista del hambre kafkiano, el cual decía que ayunaba por no haber podido encontrar una comida que le gustase, Moore afirmaba que su cuerpo ya no toleraba la ingesta, provocándole enormes dolores y vómitos.

Parece evidente que la historia de Ann Moore pudo venir provocada por un interés en sacarle rentabilidad económica al misterio. Algo que también se evidenció en el caso del celebre ayunador italiano de finales del siglo XIX Giovanni Succi, cuyos shows despertaron un enorme interés en todas las capitales europeas (incluida Barcelona, donde su presencia esta ampliamente documentada) hasta que, tal y como declaró al Heraldo de Madrid en 1911, su gloria pasó:
Ahora soy un número sin importancia. El publico me mira con indiferencia. Apenas trabajo… Yo, que en mis épocas gloriosas me abstenía durante tanto tiempo de comer, muero ahora de hambre…
Está claro que Kafka pudo inspirarse en la figura de Succi o de otros celebres ayunadores de finales del XIX (con Pappus o Merlatti a la cabeza) que acabaron, paradójicamente, muriéndose de hambre, ayunando porque no ayunan.

Para terminar, vamos a desplazarnos hasta Bilbao, donde en junio de 1909 el ayunador francés Mr. Garnin exhibía sus dotes sobre el escenario del teatro Olimpia. En esta ocasión, a la desconfianza del publico sobre la autenticidad del espectáculo o la capacidad del artista para no comer durante tantos días, se sumo la provocación de un vecino de Olabeaga que desafió a Mr. Garnin apostándose 500 pesetas a que permanecería sin comer, encerrado en la urna, diez días más que el ayunador francés. Con esta particular ‘bilbainada’, aceptada según parece por el propio Garnin, terminamos este breve repaso por la fascinante y agridulce historia de los artistas del hambre…

Documentos y prensa empleados:
– La Caricatura (28-1-1887), Heraldo Alavés (09-09-1901), Heraldo Alavés (11-06-1909), El Heraldo de Madrid ( 1-7-1911), Heraldo Alavés (23-07-1918), La Libertad (24-07-1918), Heraldo Alavés (09-08-1929).
– Walker Bynum, Caroline – Holy Feast and Holy Fast: the Religious Significance of Food to Medieval Women (Berkeley: University of California Press, 1986).
– Brumberg, J. J. – Fasting girls: the Emergence of Anorexia Nervosa as a Modern Disease (Cambridge: Harvard University Press, 1988).
Imágenes:
– Cabecera: fotograma de la pelicula The miracle woman (Frank Capra, 1931).