Sin que sirva de precedente, voy a permitirme rebasar las fronteras alavesas para hacer una incursión en territorio guipuzcoano, y contar una historia terrible que resulta difícil quitarse de la cabeza. Recuerdo la impresión que me causaron las fotografías de las femmes tondues [las mujeres rapadas] de la Liberación francesa de 1944 la primera vez las que vi. Las miradas perdidas de estas mujeres acusadas de colaboracionismo con los nazis, las cabezas gachas forzadas a mirar a cámara, las risas congeladas del gentío, el señalamiento, la energía festiva de una masa que descarga toda su ira a modo de venganza.

Una infamia que se imprime de forma muy particular en los cuerpos de las mujeres, degradados bajo la acusación de engaño o “traición” de índole mayormente sexual, como si en verdad sus cuerpos fueran propiedad de la nación o el bando que se dice ultrajado. Intentando destruir su condición femenina atacando inicialmente el cabello, mediante una ceremonia de escarnio público, mediante una violencia visible, que ha de ser vista, y que da carpetazo y cimienta una nueva colectividad.
Poco después, descubrí los episodios semejantes que habían sucedido en innumerables localidades tras la Guerra Civil española, en los que docenas de mujeres fueron represaliadas simbólicamente y conducidas en desfiles procesionales de escarnio que nos retrotraen a tiempos de la inquisición.
Así, al conocer la historia que comentaremos a continuación, acontecida en Tolosa durante el mes de julio de 1874, en el transcurso de la tercera guerra carlista, se me presentó de nuevo esta amarga sensación, este escalofrió ante el horror más crudo. Tras meses sufriendo una suerte de asedio, la localidad guipuzcoana fue ocupada por las tropas carlistas a comienzos de 1874, y en medio de ese clima extraño, de penuria, podemos intuir que se produjo una oleada de delaciones y venganzas que alcanzo su momento culmen el día 24 de julio, cuando tres mujeres del pueblo fueron “emplumadas” en un episodio reproducido por parte de la prensa nacional como muestra de los desmanes del bando tradicionalista. Según relatan los medios, una turba bullía por las calles de Tolosa al filo del mediodía, siguiendo una grotesca procesión protagonizada por tres mujeres:
Desnudas desde la cintura para arriba, cortado el cabello y afeitada la cabeza, les habían untado de miel, cubriéndolas por completo de plumas. Tres monstruos parecían, no tres seres humanos. Montadas en burros y con una pandereta en la mano, que para mayor escarnio les obligaban a tocar, marchaban entre bayonetas en medio de aquella procesión, recibiendo los insultos y los denuestos de una muchedumbre […]
Las acompañaba el pregonero, el cual, al ritmo del tamboril, leía en cada esquina la condena infamante: su único crimen era tener parientes en las filas liberales. Dos eran esposas de migueletes de esta provincia, y la tercera madre de otros tres individuos pertenecientes a este mismo cuerpo. Terminado el acto, y a pesar de los gritos que pedían su apaleamiento y posterior fusilamiento, fueron subidas a un carro y conducidas bajo protección hasta las inmediaciones de Vitoria, donde, según indica la noticia, llegaron en el más lamentable estado. Aquí, hasta el momento, les perdemos la pista…

Creo que lo que más sorprende en toda esta historia es ese emplumamiento al que se hace referencia como característica principal de la ceremonia vejatoria tolosana. Sin embargo, como veremos a continuación, es posible rastrear este proceder en multitud de contextos, e incluso en manuales clásicos de penología, como El derecho penal estudiado en sus principios, en sus aplicaciones y legislaciones de los diversos pueblos del mundo de J. Tissot, se asegura que en relación a la pena de infamia y deshonra (sexual en la mayoría de los casos), además del destierro o los latigazos, se han venido empleando desde antiguo la ‘coroza’ y las ‘astas’ para los hombres, y las ‘plumas’ para las mujeres.
La referencia más antigua a esta practica parece remitir al contexto cruzado en pleno siglo XII. Y en lo sucesivo, se la ha asociado especialmente a los desmanes ingleses durante la revolución americana o, más recientemente, a linchamientos afines al Ku Klux Klan. Como documento gráfico, contamos incluso con la fotografía de un granjero germano-americano que, en medio de una atmosfera enrarecida de sentimiento anti-alemán durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial, fue apresado por varios vecinos de Luverne (Minnesota), embadurnado en alquitrán y emplumado, bajo la acusación de negarse a colaborar con los bonos de guerra.

Sin embargo, no es necesario irse tan lejos para encontrar el antecedente más directo de los sucesos de Tolosa. Durante la Primera Guerra Carlista, cuando Zumalacarregui entró en el municipio navarro de Villafranca (en noviembre de 1834), se encontró con el aguante de un puñado de vecinos liberales -unos 50 hombres, 20 mujeres y 4 niños- que, ante la llegada de un contingente carlista de más de cinco mil hombres, decidió acuartelarse en la torre de la iglesia y plantar resistencia. El final de esta historia, como cabe imaginar, fue terrible. El famoso general carlista decidió pegar fuego al templo y, quienes no murieron abrasados, sufrieron el fusilamiento (en el caso de los hombres) o el escarnio (en el de las mujeres). Como atestigua el barón Du-Casse, testigo de la escena:
A las infelices mujeres se les había cortado el pelo, que es el adorno más hermoso y que más en estima tienen las españolas; y después de emplumadas se las hizo montar en asnos. En este estado se las había entregado a la rechifla, a los insultos y a los golpes de una soldadesca y de un populacho crueles. Los tambores y clarines precedían el cortejo, llamando de todas partes el ultraje.
Queda claro que se trata de una situación casi idéntica a la descrita en el caso de Tolosa justo cuarenta años más tarde. Este último testimonio, referido precisamente por un oficial carlista, despeja en parte las dudas de que pudiéramos hallarnos ante un episodio -o motivo recurrente- ficcionado o exagerado, algo semejante a lo que durante la Primera Guerra Mundial se conoció como atrocity propaganda, en referencia a la difusión exacerbada en prensa de supuestas brutalidades cometidas por el enemigo (en el caso de la invasión de Bélgica, los casos más sonados hablaban de niños atravesados por bayonetas, soldados canadienses crucificados o cadáveres hervidos para fabricar jabones). Por desgracia, la realidad parece superar en este caso a la ficción, y las emplumadas de Tolosa pasaron a formar parte del álbum de salvajadas carlistas más recordadas, como se muestra en las siguientes viñetas publicadas por el semanario satírico barcelonés La Campana de Gracia en 1911 con el título “Los años pasan, pero los instintos no cambian”, en un díptico que equipara las ‘hazañas’ de los carlistas de ayer y de hoy.

Para terminar, me gustaría retornar a las femmes tondues y arrojar algo de esperanza mediante una preciosa canción de George Brassens titulada “La tondue” [La rapada], en la que la mirada libertaria del cantautor francés aborda este tema tabú con una delicadeza increíble, revertiendo el temor inicial a salir en defensa de estas mujeres -bajo el peligro de ser acusado, igualmente, de colaboracionista- mediante un gesto casi tan inolvidable como sus miradas perdidas: el de quien coge del suelo un mechón de sus cabellos rapados y lo coloca en el ojal de su chaqueta, a modo de condecoración simbólica de los sin patria ni bandera…
Documentos y prensa empleados:
– La Nación (21-4-1873), La Discusión (6-8-1874), La Época (6-8-1874), La Madeja política (15-8-1874), La Correspondencia de España (14-10-1875), El País (5-6-1911), La Campana de Gracia (03-06-1911), El Motín (12-9-1912) y El Motín (19-9-1912).
– Tissot, Joseph. El derecho penal estudiado en sus principios, en sus aplicaciones y legislaciones de los diversos pueblos del mundo (Madrid: Gongora Editores, 1880).
– Martínez Dorado, Gloria . Tesis Doctoral Estado y acción colectiva: España y la primera guerra carlista (Universidad Complutense de Madrid, 2017).
Imágenes:
– Cabecera: mujer rapada en Montélimar en agosto de 1944 (fotógrafo anónimo).