El arte de las mecheras…

A mediados de 1902, el periódico el Heraldo Alaves publicó una completísima serie de diez artículos titulados “Madrid delincuente”, en los que se proponía un sucinto estudio de la vida irregular y criminal de la capital. Lo cierto es que en la primera de las columnas resultaba llamativo toparse con un gran escepticismo al respecto de las teorías degeneracionistas de Cesare Lombroso, afirmándose que no era posible defender la idea de un tipo criminal nato, de una herencia psicológica que permitiese obviar los condicionantes sociales y circunstanciales (1). Además, en ese primer artículo se presentaba una clasificación de delincuentes que serviría como índice de los puntos a tratar en los números sucesivos. El esquema, basado en la propuesta de Rafael Salillas en su obra El delincuente español, era el siguiente:

Manualistas

Procedimiento: indiferente.
Condición: descuido o apariencia
Habilidad: manual
Modos: tomo, falsificación.

Coaccionistas

Procedimiento: coacción.
Sentimiento: miedo.
Habilidad: la acomodada al caso.
Modo: atraco

Sugestionadores

Procedimiento: sugestión.
Sentimiento: codicia.
Habilidad: psíquica (cuento, comedia, novela).
Modo: timo.

Todos ellos resultan llamativos y sugerentes. Pero hoy, en esta entrada dedicada a la Vitoria criminal, vamos a aproximarnos al primer grupo y, más concretamente, a una de las vertientes más conocidas de cuantas eran descritas en la clasificación incluida en el segundo capítulo de la serie:

Manualistas naturales (la mano único agente)

Descuideros.
Tomadores del dos.
Del cambiazo.
Corredores.

Manualistas artificiosos (la mano no es el único agente)

Cepillistas.
Mecheras.
Bichadoras.
Falsificadores.
Carteristas.
Alfileristas.
Sustractores.

De este estupendo listado de técnicas, nos vamos a quedar con las mecheras, descritas por el articulista como una “plaga horrible y monstruosa”, la “langosta de los bazares”. Su método es bien sencillo y consta generalmente de dos grupos: las mujeres que acceden al comercio y los hombres que esperan fuera en las inmediaciones. Ellas deben ir bien arregladas, aparentando buena posición y fortuna, y tras entrar a la tienda comienzan a charlotear, pedir de todo, revolver y confundir -con agrado- al dependiente. Pueden incluso gastar una pequeña suma y, en un momento dado, aprovecharan el menor despiste para meterse alguna alhaja en el butrón, en los pliegues de un pañuelo o, en otras ocasiones, incluso en la boca -a esta modalidad se la conoce como bicheo-. En el artículo se indica que es fácil reconocerlas, ya que, aunque pretendan aparentar ser señoras de bien, “no tienen educación, hablan mal y no tienen gusto para la elección de las prendas”.

Tras esta breve explicación, podemos imaginarnos el revuelo originado por dos mecheras detenidas en abril de ese mismo año tras haber cometido un robo en la joyería de Don Pedro Anitua (calle Postas). Se las detuvo en el tren en dirección a San Sebastián, y fueron devueltas de inmediato a Vitoria. A su llegada a la estación, se había congregado allí una multitud, deseosa de ver a las elegantes señoras a las que, según el periódico, “se las tiene preparada la habitación que su porte requiere, en el elegante y confortable Hotel de la calle del Mercado”: o lo que es lo mismo, iban directas a la cárcel celular de Vitoria, donde pasarían a disposición judicial. Una de ellas, Ricarda Pérez, tenía 24 años y era natural de un pueblo de La Rioja. La otra, Lucía Sagasti, había nacido en un municipio no lejano a Vitoria.

 

La prensa vitoriana de aquellos primeros años del siglo XX aparece salpicada de detenciones, sucesos y chascarrillos relacionados con todos estos manualistas profesionales. En particular, resulta interesante una noticia del seis de agosto de 1908 -en plenas fiestas de la ciudad- en la que se evidencia que estas fechas atraían ya por aquel entonces a numerosos delincuentes de todo el estado. El listado de detenidos, entre los que encontramos mecheras, carteristas o descuideros, no tiene desperdicio: “«El paperas», «El chirri», «El portugués», «El manco», «El navarro», «El bragas», «El piripitipi» y «El rartén» se la dan con queso al más pintado”. Ya en los capítulos de la serie “Madrid delincuente” se nos alertaba de que estas cuadrillas salían habitualmente a trabajar a las provincias, y es cierto que la mayor parte de las detenidas en Vitoria a lo largo de los años responden a este mismo perfil.

Un episodio referido en prensa en septiembre de 1909, nos describe a dos “mujeres de pega” -nacidas en Toledo y Jaén- con sus “trajes llamativos, sombreros descomunales como paraguas, que sombreaban sus rostros de peregrina belleza, de carmín de sus labios y de labia especial que ellas se traían para despistar… a pesar de todos sus notables y artificiales encantos fueron descubiertas en sus maquinaciones pseudo-coquistas y dieron con su belleza y su lujo en la inspección de policía”. En esta ocasión, se pasearon por al menos tres comercios, en los que pronto echaron en falta diversas piezas de lana, encaje y seda…

Para terminar, encontramos otro berlanguiano caso protagonizado por la “gente hampona” en 1910. En esta ocasión, las dos mecheras estaban compinchadas con un joven que llevaba en un saco las mercancías robadas y con un hombre al que, durante unas horas, una de las ladronas había confiado el cuidado de su hijo. Habían birlado unas piezas de tela realmente largas: 12 metros de pana verde botella y dos pedazos de algodón de 20 y 38 metros respectivamente. Ahora entendemos porque llevaban, por lo general, vestidos negros holgados y con muchos pliegues, en los que disimular la presencia del bolso o butrón oculto. Y como, en algunas crónicas, se habla de detenidas a las que incautaron ¡hasta siete paraguas ocultos!. En esta ocasión, el fiscal pidió penas de 2 meses y 1 día para cada uno de los hurtos. En todo caso, como se aseguraba en otra noticia, “cuando sean liberadas ahuecaran el ala en busca de mejor suerte”.

A buen seguro, antes o después, volverán a cruzarse en el camino de la “Microhistoria alavesa”.

Imágenes: 

  1. Fotografía policial de Elsie Hall, Dulcie Morgan y Jean Taylor (archivo de la comisaria central de Sidney, 1920).
  2. Heraldo Alavés (19-04-1902, página 1).
  3. Fotografía de «un ‘burraco’ de los que usan las mecheras para sus rapiñas». Procedente de un artículo sobre la formación de los policías publicado en la revista madrileña Estampa (19-2-1929).
  4. «Las mujeres delincuentes«, artículo procedente de la revista ilustrada argentina Caras y caretas (27-2-1909, página 80-81).

(1) Digo esto porque, tan solo veinte años antes, en relación al célebre caso de Juan Díaz de Garayo ‘El Sacamantecas’, los defensores del indulto en base a su supuesta locura habían localizado en el parentesco del acusado una serie de supuestos lazos morbosos y neuropáticos que asemejaba a todos sus familiares.

 

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