El 11 de febrero de 1908, una extraña mujer llegó caminando por la vía férrea hasta la estación del Norte de Vitoria. Eran las siete de la tarde y, una vez allí, se dirigió hasta el jefe de estación solicitándole permiso para enviar un mensaje telegráfico a María Cristina de Austria, la Reina Madre de España.
Tendría unos treinta años, hablaba un perfecto francés, tan sólo llevaba un saquito de mano y vestía con traje modesto azul, con puntillas blancas en la chaqueta. Tras remitir el telegrama se sentó a esperar respuesta, deseando tomar el primer tren que pasase por esta ciudad en dirección a la Corte. La contestación, sin embargo, no fue tan convincente. El funcionario al otro lado de la línea preguntó entonces al gobernador civil de la provincia ¿qué clase de persona era la que había telegrafiado a la Reina?
Ante un primer interrogatorio, dijo llamarse Elice Otto, ser natural de Sajonia y perteneciente a una familia de altísima alcurnia. Venía de Burdeos, donde, según aseguró, había estado esperando al Duque de Santo Mauro, pensando que él la llevaría hasta el palacio de Oriente. Ante la no comparecencia de este, había decidido realizar el trayecto por su cuenta, pero al llegar a Alsasua se le acabaron los recursos. Así, sabiendo que en Vitoria había autoridades superiores, decidió caminar por la vía del tren durante ocho horas. De esta primera odisea, recordaba el viento frio y la oscuridad y humedad que reinaba en el túnel que tuvo que atravesar a la altura de Chinchetru.
Tras esta primera impresión, el gobernador pensó que se trataba de una joven perturbada y, a la espera de tomar una decisión, Elice pasó la noche en el Hospital civil de Santiago. Allí le visitaron los periodistas del Heraldo Alavés, sorprendidos al no encontrarse con la enajenada de la que todos hablaban ya en las calles, sino, más bien al contrario, con una señora alemana “de una educación esmeradísima”.
A la mañana siguiente, el gobernador civil volvió a reunirse con ella en compañía de un interprete alemán. Aquí la historia comienza a enrevesarse al asegurar la joven Elice que carece de familia, que hasta ahora ha profesado la religión protestante y que su deseo es llegar hasta Madrid para vivir junto a la reina -a la que le une un supuesto parentesco-, convirtiéndose al catolicismo y adoptando a España como su patria. Da muestras de una gran instrucción, habla cinco idiomas y escribe, según los periodistas “con hermosa letra y gran corrección de estilo”, una carta destinada a la soberana. Se cree que esa misiva no fue expedida directamente y quedó en manos de las autoridades.
Desde ese día en adelante, la prensa nacional comienza a cubrir su extraño caso con expectación y se evidencia el revuelo entre los vecinos de la capital alavesa: ¿monomania de grandeza o hay algo más? Desde Madrid llegan ordenes para que sea puesta a disposición del cónsul alemán en Bilbao, a fin de poder repatriarla. Según el plan, dos polizontes la acompañarán hasta la frontera alemana y allí la entregarán a las autoridades competentes. En el tren de Burdeos, estando acomodada en un vagón de primera, los guardias subestiman el ingenio y la obstinación de la joven. Antes de llegar a San Juan de Luz, en un túnel en el que el tren acorta la marcha, Elice salta a la vía y retoma su particular peregrinación como fugitiva.
Pesa sobre ella una orden de busca y captura. El día 18, tras viajar durante dos días y dos noches, “la alemana andariega” -como la denomina la prensa- aparece a primera hora de la mañana vagando nuevamente por las calles de Vitoria. Tras de sí, curiosea una nube de muchachos. Se planta ante la puerta del palacio episcopal e insiste en hablar con el obispo. El portero y un guardia municipal le impiden el paso, incapaces de entender lo que ella les explica una y otra vez, primero en alemán, después en francés y ya por último en inglés. Elice implora la caridad del prelado, pidiéndole que le ampare y le permitan llegar hasta Madrid a fin de absolverse mediante el bautismo. “Cuando sea católica -asegura- volveré a mi país, volveré a llorar mi pasado, que es muy triste, que es un drama”. Tras la tremenda caminata, Elice presenta un aspecto lastimoso, exhausta y con sus alpargatas destrozadas solo quiere comer algo y pernoctar en la ciudad. Se lamenta de que se la detenga, sin cometer delito alguno. En realidad, tan sólo deseaba encontrar la carretera de Castilla, sin armar más revuelo, para proseguir su peregrinaje hasta la capital. Al ser preguntada por el objetivo de su viaje, guarda silencio… secretos de familia la obligan a callar.
Al día siguiente, las autoridades le ordenan que se prepare, va a ser conducida nuevamente a la frontera. “Je comprends tout” afirma resignada. En la estación se congrega una marea de curiosos, policías y periodistas -se dice incluso que algún reportero la fotografió-. Elice se despide de Vitoria por segunda y última vez…
Según las últimas noticias rastreables en la hemeroteca, se produjo un nuevo intento de fuga en Hendaya, aunque finalmente se la traslado hasta la frontera, donde, desgraciadamente, le perdemos la pista. El 22 de febrero de 1908 el Heraldo Alavés publica un último comentario sobre su figura en un tono muy distinto a los anteriores, en el que se asegura que noticias oficiales procedentes de Sajonia han descifrado el enigma: ¿Elice Otto es una vendedora de oro y plata viejos? ¿Sólo eso y nada más?
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No se me ocurre mejor manera de arrancar con este espacio. Me encantan las historias de impostores, de personajes indescifrables o desmemoriados que rompen de repente con lo rutinario, emitiendo un destello. Como el pequeño Kaspar Hauser, surgido de la nada en las calles de Nüremberg en mayo de 1828, repitiendo un enigmático mensaje: “Quiero ser soldado de caballería, como lo fue mi padre”. Como los niños verdes de Banjos en 1887, que afirmaron provenir de un país sin sol, en el que reinaba un crepúsculo permanente. Como la escalofriante escena inicial de Ronnette Pulaski en Twin Peaks, caminando en estado de ‘shock’ por las vías del tren, antes de entrar en coma y adormecerse con su secreto. O como “piano man”, el joven que apareció empapado en una playa británica en el verano de 2005, sin habla, tocando durante horas el piano sin descanso. Todo esto está presente, a su manera, en la inaudita historia de Elice Otto…
Imágenes:
- Maria Kappatou (2016).
- François Kollar – Bouche du tunnel Sainte-Catherine, vers Sotteville-lés-Rouen, Rouen (1931-1932).
- Heraldo Alavés (22-02-1908, página 2).