En una entrada precedente ya recuperamos la figura de Alfredo Tabar Ripa, autor de las “casi novelas”, una serie de relatos cortos elaborados a finales del XIX en la capital alavesa. En esta ocasión, volvemos a fijar nuestra atención en el panorama literario local, pero avanzamos un poquito más en el tiempo para revisar los números de una publicación que vio la luz en Vitoria en el año 1928: El pájaro azul.
Esta revista mensual ilustrada tuvo una corta andadura, y tan solo se editó hasta el año 1931. A pesar de ello, resulta de especial valía para reflejar ciertas corrientes estilísticas y estéticas a nivel local, al tratarse de una publicación de regusto modernista en la que podemos rastrear la colaboración de numerosos autores interesantes. Es por tanto el reflejo ideal de una cierta intelectualidad. Y, como apuntaba el Heraldo alavés en 1929, al conmemorar el primer aniversario de la revista, por sus páginas “han desfilado las notas más salientes de la vida vitoriana y ha hecho un escaparate para algunos de los valores artísticos alaveses”. El propio nombre de la revista parece remitir a un mítico cuento de Rubén Darío publicado originalmente en el año 1886 (y que dio lugar en México a la génesis de la revista Azul, activa de 1894 a 1896), y trasladar al terreno local muchas de las filias e intereses del movimiento modernista. La dirección de esta publicación mensual recayó inicialmente en Julián de Uralde. Pero, ya para 1930, encontramos ocupando el cargo de dirección y administración a Emilio Baena.
En esta ocasión, sin embargo, vamos a centrar nuestra atención en un colaborador muy activo de El pájaro azul (figura incluso como director artístico en diversos números), recuperando una parte sustancial de sus escritos: Félix Aguirre. Lo cierto es que no cuento con ninguna referencia acerca de su persona, por lo que, a día de hoy, únicamente conozco sus aportaciones en la revista. Un completo desconocido que nos legó varios textos particularmente inspirados, en los que es posible intuir el influjo de Ramón Gómez de la Serna y de cierto humorismo muy en boga en las revistas de la época.
La primera colaboración de Aguirre la encontramos en el nº de septiembre de 1929. Y el tono, extensión y estilo de estos tres microtextos denota un regusto ramoniano más que evidente. En 2020 tuvimos el honor de poder editar en Sans Soleil Ediciones un volumen titulado Buen Humor, recuperando los relatos ilustrados de Gómez de la Serna publicados en el semanario homónimo durante la década de los años veinte. La ‘psicología del automóvil’ de Aguirre recuerda poderosamente a muchos de los textos más ingeniosos del literato madrileño, en los que se interrogaba sobre el alma y la psique de las cosas:

Al mes siguiente regresa y, entre las ‘consideraciones de última hora’, nos ofrece una suerte de greguería: “Los que van los domingos a las misas de once en adelante, es para comprar veinticinco minutos de catolicismo”:

En diciembre de 1929 nos topamos con uno de sus textos más interesantes: ‘El hombre que bostezó’. El personaje, “llamémosle Juan”, demuestra una total apatía y desinterés por la vida, una curiosa muestra de nihilismo o pasotismo bohemio que, en un momento dado será enjuiciada, y sabremos entonces “si solo era pose modernista y excéntrica su no darle importancia a nada”:

Al arrancar 1930, encontramos un nuevo e ingenioso relato sobre ‘La enfermedad de Alfonso Pérez’. Un hombre asaltado por el “no saber qué decir”, el “no saber qué hacer” o el “no saber qué desear”. Cuya resolución final nos recuerda en parte a las ingeniosas formulas de “exploración psicológica” planteadas por Ricardo Becerro de Bengoa en los relatos que publicó bajo el título genérico de ‘Medicina natural’ (más información sobre el tema en el volumen Historias increíbles, editado por Sans Soleil Ediciones en 2021):


En el mes de febrero de 1930 Aguirre reflexiona sobre ‘Los carnavales y las pulmonías’. Conviene recordar que justo entonces llegaba a su fin la dictadura de Primo de Rivera, momento en el que las festividades carnavalescas se vieron limitadas en buena parte de la península:


En marzo el escritor vuelve a la carga, y nos regala un nuevo texto: ‘Malabarismos del pensamiento’. Se presenta como una apología del suicidio e introduce otra característica de raíz ramoniana; un marcado humor negro. Antes de ser perjudicial a otro, de causar cualquier mal, mejor optar por la “solución radical, exacta”:



Llegados a este punto, la obra de Félix Aguirre parece marcada por cierto tono reflexivo, con apuntes filosóficos y una carga psicológica importante. Y, además, muchos de sus relatos tienen un regusto decadente y macabro, algo que se confirma en el fabuloso texto aparecido en el número de abril de 1930: ‘Las ideas tenebrosas de D. Severiano’, “un misántropo de lo más avanzado en antropofobia”:


Para terminar, encontramos únicamente dos aportaciones más de Aguirre en los sucesivos números de la revista. En mayo ‘Las lamentaciones de Jeremías’, con el protagonista carteándose con su (ex) mujer artista, que ha decidido poner tierra de por medio y vivir en el mundillo bohemio madrileño. Y, ya en diciembre de 1930, un último escrito acorde con el tono navideño y atravesado por un cierto mensaje social: ‘Por qué Juanito dejó de creer en los reyes magos’:




Aquí le perdemos la pista al bueno de Félix. Son tan solo un puñado de textos, una autentica micro-aportación a las letras alavesas, pero algunos de estos renglones resultan ciertamente inspirados, ¿no creéis?. Desde luego, es posible que el recuerdo de este escritor siga vivo entre sus herederos. Quizás publicó más relatos o colaboró con otros medios locales. Pero, por el momento, hasta aquí puedo leer.
Imágenes:
– Cabecera: Fotografía de Gerardo López de Guereñu [signatura: ES.01059.ATHA.GUE.CD.05798].