Escudo fuera de tiempo…

Hemos hablado ya en anteriores ocasiones sobre el desaparecido convento de San Francisco de Vitoria-Gasteiz, una de las pérdidas patrimoniales más sangrantes de la capital alavesa tras el derribo definitivo del conjunto monumental en el año 1930. Pudimos incluso dedicarle un estudio integral en 2019, con el título de La ciudad perdida, en el que nos propusimos abordar la importancia fundamental de este edificio en el desarrollo urbano, religioso, artístico o político de nuestra ciudad. Este volumen tan detallado se cierra con un capítulo dedicado al triste final del cenobio vitoriano, la “crónica de un derribo anunciado”, en el que figuran también los poquísimos elementos o restos del convento que pudieron salvarse, dispersos algunos de estos por el centro de la ciudad.

En esta entrada hablaremos sobre uno de estos restos, quizás el más notable en dimensiones, una pieza espectacular y escasamente conocida en la actualidad, dada su discreta ubicación en el pórtico del céntrico convento de San Antonio: el enorme escudo de la orden seráfica que adornó durante siglos la parte superior de la fachada del convento, en la parte que daba acceso al templo.

Gracias a la enorme cantidad de documentación gráfica, podemos conocer su ubicación original. Allí, en lo alto de la enorme fachada, su tamaño no resultaba tan elocuente. Hoy, ubicado a pie de calle, el escudo resulta imponente. Conocemos perfectamente las distintas solicitudes para la conservación de restos que se presentaron a finales de 1929 y durante 1930, cuando el derribo progresivo del convento iba ganando terreno. Algunas no dieron sus frutos (el traslado de arcadas del claustro por parte del Marqués de Foronda o los Benedictinos de Estíbaliz), pero otras sí (los siete arcos integrados en el pórtico de la parroquia de san Vicente). Entre estas últimas, se encuentran las piezas que actualmente pueden contemplarse en el pórtico de San Antonio.

La petición se concretó en enero de 1930, y la efectuó Don Jesús de Egaña y Oquendo en representación de la Venerable Orden Tercera. En la misiva, apenados por la irreparable pérdida que supondría la demolición, solicitaban algún objeto perteneciente a dicho convento “que salve del olvido tan inestimable muestra de la devoción franciscana en Vitoria”. En concreto, el escrito alude a los siguientes elementos:

El escudo de piedra colocado en la parte alta de la fachada de dicho convento, que contiene los atributos franciscanos, y una clave de arco con la efigie de San Francisco y otros varios símbolos, que hoy existe abandonada con otras en el claustro del antiguo Colegio de la Encarnación en dicho convento.

Efectivamente, la solicitud se les concedió, y hoy en día ambas piezas pueden contemplarse en la ubicación ya señalada. Sin embargo, hubo un aspecto posterior que trajo cola, y generó una divertida disputa en prensa, reflejándose incluso como veremos en las tiras cómicas de carácter local: la placa conmemorativa que acompaña al escudo y los datos y fechas que en ella se indican.

La polémica saltaba a la prensa de la mano de Emilio de Apraiz, en el Heraldo Alavés del 16 de agosto de 1930. En una nota titulada “Del arte local. Errores lamentables”, el joven arquitecto vitoriano se quejaba de que:

Durante más de veinte días ha permanecido en el pórtico de la iglesia de San Antonio una lápida en la que se aseguraba, con gruesos caracteres, que el escudo barroco sobre ella colocado y que procede del derribado Convento de San Francisco, fue construido en 1214.

Para Apraiz “la atribución de una fecha de la alta Edad Media a un escudo de un barroco notablemente avanzado” denotaba una “nueva prueba de la ignorancia y la apatía de nuestro pueblo para estas cuestiones”. Además, nadie parecía haberse percatado del error, ni se había promovido protesta alguna… y en la única columna aparecida en prensa sobre el equívoco, el redactor se sorprendía del 1214 pero “no le parecía mal que se hubiese asignado al escudo la fecha de 1295”, lo cual tan solo acrecentaba su enfado:

Este escudo no pudo tallarse en el siglo XIII, ni el XIV, ni en el XV, ni en el XVI, ni acaso en la primera mitad del XVII.

De este modo, Apraiz pretendía que alguien enmendase el error. Pero, cuando llegó la rectificación, la solución resultó igualmente inoportuna. Un día, al pasar por allí, vio que ya habían rebajado el mármol y anotado a lápiz el nuevo texto, dispuesto a ser grabado con el cincel: “Escudo procedente del derruido edificio Franciscano (Iglesia y conventos de los siglos XIII y XVI respectivamente) de esta ciudad. Fue trasladado a este Pórtico y bendecido el 20 de julio de 1930”. De este modo, el malestar de Apraiz no encontró consuelo:

Se asegura ahora que la iglesia fue construida en el siglo XIII, cosa inadmisible en un templo donde el gótico de los Reyes Católicos y las yeserías renacentistas eran quizás lo que más llamaba la atención. Por otra parte, aceptando estas fechas, nos veremos perplejos para decidir si los claustros pertenecían a la iglesia o al convento. Si optamos por lo primero, habremos de incluir en el siglo XIII el claustro de orden toscano que con tanto esmero se monta estos días en la parroquia de San Vicente. Si por lo segundo, tendremos que considerar como del siglo XVI el claustro gótico primitivo por el que paseó el Cardenal Adriano. ¿Estará la solución en conceder la mitad para cada uno?

Otro tanto ocurre respecto al escudo, cuya fecha parece haberse rehuido determinar. Como dicho escudo se encontraba en la fachada occidental de la iglesia, al emplazar la construcción de esta en el siglo XIII, persiste, aunque no tan ostensiblemente, el error en que se incurrió al redactar la lápida por primera vez.

Puede parecer un debate menor, y algo estéril, el mantenido por Apraiz. Pero, con el injusto derribo todavía presente, con la herida abierta, parece que su lucha buscaba dignificar al menos los pocos restos conservados. Tan solo dos días después, el 18 de agosto de 1930, dio continuidad a su escrito en el Heraldo Alavés, tratando de determinar la fecha aproximada de ejecución del escudo. Aunque él no logra definir el momento preciso, durante el trascurso de nuestra investigación pudimos determinar que el escudo fue ubicado en la fachada durante las reformas emprendidas por el arquitecto Felipe del Castillo en 1691.

El ultimo eslabón de esta simpática anécdota patrimonial de carácter local lo localicé recientemente entre las páginas de una singular revista mensual ilustrada publicada en Vitoria entre 1928 y 1931: El pájaro azul, una publicación de carácter modernista en la que nos topamos con interesantes textos y diseños de buena parte de la intelectualidad alavesa de la época.

Precisamente en el número de agosto de 1930, seguramente haciéndose eco del enojo del joven Apraiz, nos encontramos esta simpática tira cómica sobre el desbarajuste cronológico del famoso escudo. Pica que te pica, rectificando la fecha una y mil veces, la inscripción termina quedando agujereada de tanto desgaste.

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