Durante la segunda mitad del siglo XIX, cientos de personas se acercaban anualmente hasta Elorriaga para encontrarse con el párroco de esta pequeña localidad cercana a Vitoria: Fernando de Albizu (1808-1892). La mayoría no buscaba consejo espiritual, pues acudían a conocer la pequeña pero excelente huerta del sacerdote, una autentica obra maestra dada su pericia como arboricultor.
La primera vez que oí hablar de este personaje fue a través de Ricardo Becerro de Bengoa, quien, tras visitarlo en diversas ocasiones, nos legó una simpática semblanza del cura de Elorriaga en sus Descripciones de Álava. Corría el año 1878, y Becerro de Bengoa, buscando mostrar las bondades de la provincia al insigne arqueólogo José Amador de los Ríos -de visita en la ciudad-, pasó por allí y describió un terreno de apenas tres celemines con una productividad inaudita:
Sólo en su emparrado hay 25 clases distintas de uva. En los arbolitos que forman sus pequeños paseos, y que cubren las paredes, cultiva 40 clases de manzanas y 90 de peras […] Allí hay agaves, caladiums, fuschias, geranios, heliotropos, ¡qué sé yo cuanta elegancia de variadas corolas!
Partiendo de esta referencia, en la que Albizu era descrito como “párroco, profesor, horticultor, antiguo y afamado jugador de pelota, tornero, herrero, jardinero y erudito, todo en una pieza”, trate de buscar más información acerca de este renombrado e ilustre individuo, y, por fortuna, la curiosidad que despertó en sus contemporáneos nos permite seguirle la pista brevemente a través de la prensa nacional. Aunque nacido en el pueblito navarro de Améscoa Baja en 1808, residió y asumió el cargo de sacerdote en Elorriaga desde 1832, y adquirió sus conocimientos agrícolas gracias al establecimiento de la pionera Granja modelo de Agricultura en el pueblo, y a la amistad que entabló con Bautista Tronchon, agrónomo francés encargado de dirigirla durante una breve temporada en 1856-1857. En ese entonces, Albizu pudo recorrer en su compañía Francia, Bélgica, Holanda e Inglaterra, y retornar a Álava con unos conocimientos que pronto comenzaron a dar sus frutos.
Precisamente, las primeras noticias en prensa son de la década de los sesenta del XIX, cuando el sacerdote comenzó a destacar en las exposiciones de Agricultura celebradas por la provincia, obteniendo numerosos premios. En 1865, por ejemplo, la prensa se hacia eco de “una magnifica muestra de las más delicadas frutas cogidas en el pequeño jardín que cultiva el señor cura”, y aludía especialmente a una planta de vid presentada en el mismo tiesto en que ha vegetado:
Se ha conseguido por la aplicación del sistema Hudelot, que consiste en la siembra de yemas aisladas con solo una pequeña sección de la madera, método que sustituye ventajosamente a la práctica usual de colocar sarmientos. En el mes de febrero de 1864 cortó el Sr. de Albizu yemas y botones con la parte de madera a que estaban adheridas, dándoles un centímetro a dos de longitud; los sembró (permítasenos calificar con este término la operación) en tiestos, como si fueran semillas de árboles, cubriéndolos con una capita de tierra buena y mullida de cinco a seis centímetros de espesor. A los dos meses y medio aparecieron los brotes, cuya vegetación desde aquel momento fue de mucha lozanía, tanta, que ya las plantas se hallaban vigorosas cuando fueron presentadas en la exposición provincial celebrada en septiembre del mismo año, en la que llamaron la atención y fueron premiadas.
Podadas en el invierno último, dejando a cada planta solo dos ojos, su vegetación ha sido aun más lozana en este año y una de ellas es la que ha figurado ahora, produciendo un magnifico racimo, cuyo perfecto desarrollo y completa madurez a los 18 meses trascurridos desde la siembra del botón, han causado la admiración de todas las personas inteligentes.

Curiosamente, la única fotografía conocida del sacerdote parece corresponderse con este instante, en el que un orgulloso Albizu posa junto a la ‘milagrosa’ parra. Según reza la anotación manuscrita al pie, se trata de un regalo para el escritor alavés Obdulio Perea. Realmente es constante la admiración de quienes le visitan, al obtener en el más reducido espacio y tiempo un gran resultado: “en un tiesto planta una cepa y el amoroso cuidado del cura, la obliga a dar, con el clima de la llanada, dos o tres racimos dignos de la orilla del Ebro”, afirmaba Becerro de Bengoa. Y todos los artículos inciden en la gran cantidad de personas que por allí pasan al año:
¿Quién no conoce o no ha oído hablar del venerable anciano que ha pasado su vida entre dos inocente y sencillos amores, el amor de su iglesia, y del pequeño huerto adyacente a ella? ¿Qué persona notable del interior que pasa por Vitoria a alguno de los infinitos balnearios de nuestras provincias, deja de visitar el modestísimo templo, lleno de regalos de su Párroco, que parece una taza de plaza, y el pedazo de tierra de pocas varas convertido en vergel por los asiduos cuidados y la rara inteligencia agrícola de su amo?
Esta presencia constante de curiosos le obligaba a menudo a detener su tarea, y un completo reportaje, publicado en La ilustración española y americana en 1883, trataba incluso de calcular el número aproximado de personas que por allí habría pasado:
Este huerto es frecuentado de continuo, desde el Obispo al más humilde compañero de su cultivador: desde el Capital General al último recluta: desde el Senador al Diputado, y lo han visitado ministros, como Egaña, Sagasta, Castelar y otros. Se ha formado un cálculo sobre el número total de estos visitantes desde el año 1840 hasta la fecha, y tomando, no las trescientas o cuatrocientas personas por cada mes, que lo hacen en el verano, sino sólo el término medio de ciento, resulta ya un total de cincuenta y dos mil cuatrocientos visitantes en cuarenta y dos años.
Ese mismo año, cuando Albizu contaba ya setenta y cinco, el gobierno decidió premiarle con la Encomienda de la Real Orden de Isabel la Católica, publicándose en la prensa local su agradecimiento:
Un pobre cura de aldea, que toca ya los bordes del sepulcro, y ha pasado su vida cuidado modestamente del rebaño de fieles, cuya guarda se le confió, y enseñándoles con su ejemplo a sacar el mejor partido posible del pequeño pedazo de tierra en que libran su subsistencia, no puede corresponder de otra manera a las bondades de V.M., que haciendo votos para que el cielo conserve sus días y los de toda su Real familia a tiempo necesario para preservar a la pobre España de las tempestades que amenazan caer sobre otras desdichadas comarcas de Europa.
Seguramente esta distinción le pilló por sorpresa, pues todos señalan la humildad del personaje, incomodo quizás ante tanto encomio tras haberse convertido en una celebridad local. Así lo indicaba a los periodistas, recordándoles que su principal ministerio era el parroquial: “sentiría en el alma, de que, teniéndome yo por el más ínfimo sacerdote, se me pusiese en los cuernos de la luna para rebajar a otros: todos no pueden tener tales aficiones, y si yo las tengo por la horticultura, otros se ocupan de cosas más serias y transcendentales”.
A pesar de su modestia, la admiración de sus contemporáneos parece justificada, tanto por los méritos agrícolas como por otras muestras de ingenio e inteligencia. Quienes le visitan nos hablan de la máquina del ‘rosario’, a la cual, en vez de palanca o manubrio, ha aplicado un cordón sin fin, que al tirar con ambas manos le permite “sacar hasta 100 cántaros de agua en media hora, y más de tres en cada minuto”. O de la aventadora de cereales instalada sobre el dintel de una puerta, “para aprovechar las corrientes de aire”.
A su muerte, el 14 de agosto de 1892, el propio Becerro de Bengoa escribió unas palabras en su memoria en la revista Euskal-Erria. Indudablemente, Albizu dejo una profunda huella entre las gentes de Elorriaga, y, seguramente, muchos amigos le invitarían en vida a redactar una obra en la que expusiera, con sencillez, sus profundos conocimientos “sobre la Huerta, su cultivo y sus cuidados”. Según se lee en este obituario, Albizu llegó a escribir la parte correspondiente a la Horticultura […] dejando para más adelante el proseguirla, escribiendo la Arboricultura y Floricultura, pero no pasó el pensamiento de propósito, quedando así el libro tan solo terminado en una de sus partes”. Desconozco si este escrito sigue existiendo, y donde se custodia actualmente, pero Albizu supone, qué duda cabe, un entrañable pedazo de microhistoria alavesa.

ACTUALIZACIÓN (8 de mayo 2025)
En mayo de 2025 pude visitar la iglesia de San Pedro en Elorriaga, el templo al que Fernando de Albizu consagró la mayor parte de su vida. Y entre los diversos detalles interesantes que alberga esta iglesia –originariamente románica, pero recrecida en tiempos del gótico y engalanada con diversos aportes en tiempos del barroco y el neoclásico–, quise fijarme en el pulpito de caoba, pues el catálogo Monumental de la Diócesis (y el propio Becerro de Bengoa en sus Descripciones de Álava) indicaba que uno de sus medallones incluía un retrato de nuestro protagonista.

Ciertamente, observando el perfil del personaje en primer plano, libro en mano, guarda un notable parecido con el fotograbado que ya hemos reproducido. Además, el panel va exquisitamente decorado e incluye la fecha de ejecución (año de 1861) y la firma (MD) de su artífice, el escultor vitoriano Marcos Ordozgoiti Murua. Por lo tanto, nos topamos con un nuevo retrato de Albizu, dejando una inusitada huella en la parroquia por la que se desvivió durante décadas.
Y además de esta sorpresa, lo cierto es que rebuscando en la hemeroteca me he topado con un nuevo texto sumamente descriptivo acerca del personaje, que no me resisto a compartir, ampliando así lo expuesto. Se trata de “Una visita al Sr. Cura de Elorriaga” publicada por entregas en El Anunciador Vitoriano, del 19 de marzo al 2 de abril de 1879. La descripción corre a cargo de Julián Arbulo (1848-1901), redactor y director precisamente de este mismo diario, y reconocido poeta de la generación de jóvenes que impulsaron el tejido intelectual de la llamada ‘Atenas del Norte’. Y la escapada hasta Elorriaga tuvo lugar a comienzo de ese mismo mes, contando Arbulo con la compañía de dos infatigables amigos alaveses: Fermín Herran y Sotero Manteli.
Muy en la línea de la prosa periodística recargada del XIX, en la primera entrega del texto no se nos ofrecen grandes datos o conclusiones, pero Arbulo se entretiene en dibujar un perfil general del párroco, su conducta, hábitos y vestimenta: “vive feliz y contento en medio de sus feligreses, querido y respetado de todos, siendo la providencia del pueblo y el oráculo de los comarcanos, ni envidioso ni envidiado, sin ambición, sin sobresaltos, sin penas y sin malos pensamientos”. Además, antes de terminar este primer bloque, la hipérbole le sirve para homenajear al aludido: “todos los pueblos tienen alguna cosa notable que muestran con orgullo, y que encierra algún recuerdo, alguna gloria; sea un edificio, una reliquia, una imagen, un árbol; el pueblo de Elorriaga no tiene más gloria, más monumento, más archivo, que su cura y la huerta del cura”.
En la segunda entrega, los visitantes dejan entrever un detalle interesante: Albizu está escribiendo un libro notable, donde volcará sus amplísimos conocimientos, fruto de “pruebas repetidas, ensayos multiplicados, tanteos, variaciones, experimentos hechos continuamente y sin desmayar por alguno resultado que otro negativo o infructuoso”. Y es que “Don Fernando entiende algo, y más que algo, de Meteorología, de Botánica, de Física y Química, de Higiene, de Medicina, de Astronomía, y de muchas otras muchas cosas, más o menos directamente relacionadas con su afición favorita”.
Ya en el tercer capitulo la narración da voz a Fernando. Pero antes Arbulo confiesa que ya había visitado al “patriarca de Elorriaga” hace dieciséis años, “cursando los primeros años en el Instituto”. Al conversar con él amigablemente, le preguntan diversos aspectos sobre las especies que cultiva en su terreno y, concluida la labor, no duda en invitarles a un refrigerio para observar el refrán que dice: a la sierra tocino, y al serrador vino. “Agua de naranja y otras frioleras”, pan con queso y un vasito de vino, Fernando hizo gala una vez más de su hospitalidad. Y en ese momento, el párroco no dudo en compartir con Fermín Herrán (editor de profesión) “el libro que nuestro huésped esta componiendo”.
Al parecer, la idea habría surgido un año antes, en una comida celebrada en la granja El Retiro de Larrabea, propiedad de Miguel Rodríguez Ferrer (otro celebre impulsor de la reforma agrícola en la provincia). En esa ocasión, en los brindis se habría animado a Albizu a redactar su obra:
Siendo D. Fernando Albizu, cura de Elorriaga, un sabio en horticultura y arboricultura, uniendo a la teoría la practica y no debiendo privar a sus paisanos de los conocimientos que poseía, sino comunicárselos a fin de que el fruto de sus trabajos y experimentos no fuese estéril, muriendo con él, el día en que Dios fuese servido llamarle a si, se le obligase, por todos los medios posibles, si de buen grado no accedía a ello, a consignar en un libro, que escribiría, dándole para hacerlo el tiempo que se considerase necesario, todo lo que mereciese ser conocido y propagado.
Además, en el festín el propio Herrán se ofreció incluso a “arreglar la forma y el estilo”, aunque finalmente, como veremos, no habría resultado necesario. El libro que tuvieron entre manos se titulaba Huerto-Jardín-Frutero, estaba dedicado al Obispo de la Diócesis y les produjo una sensación mejor de la esperada. En la cuarta entrega de esta serie se nos indica que el texto entraba en materia “de una manera a la par sencilla y magistral, con suma claridad y precisión, sin omitir detalle ni circunstancia de ningún género, intercalando observaciones, dichos vulgares, que han pasado a la categoría de verdades y otros que han sido desterrados por anticientíficos y contrarios a la teoría y a la práctica”.
Si bien dudaban de la capacidad de Fernando como escritor, se sorprenden al constatar que lo hace de una “manera tan correcta, castiza y si se quiere elegante”. Sin faltas gramaticales, aun tratándose de una persona “aunque ilustrada, iliterata”. Y redactando con la conciencia de que “lo hace para todos, y que todas las inteligencias no están al mismo nivel”, haciendo que sus “indicaciones sean comprensibles para todo el mundo, distinguiendo los nombres científicos y vulgares, y hasta los populares o de localidad, con lo que consigue alejar la más pequeña duda sobre el objeto de que está tratando”.
Tras esta breve, pero positiva, descripción del texto original del párroco, todavía nos resulta más triste no contar hoy día con información acerca del posible paradero de este manuscrito. Antes de dar por terminada la visita al Sr. Cura de Elorriaga, el texto de Julián Arbulo incluye incluso una curiosa ocurrencia ofrecida por Fernando de Albizu al brindar con un vasito de vino:
¡Oh, vinillo celestial,
que naces entre las matas,
a cuantos hombres de bien
les haces andar a gatas!
Desde luego, acaba uno encariñándose con el personaje, ante tal cantidad de detalles simpáticos referidos por diversos visitantes. Puede que en un futuro encontremos alguna información extra, algún otro hilo del que tirar a la hora de completar su estampa.
Documentos empleados
– La Época (22-9-1865)
– La Época (28-9-1865)
– Rodriguez Ferrer, Miguel. «Vitoria, la culta, y el cura de Elorriaga», en La Ilustración española y americana (16-1-1883), pp. 31-34.
– Lau-buru (05-04-1883)
– El Anunciador Vitoriano (19-3-1879; 22-3-1879; 26-3-1879; 2-4-1879)
– «En un rincón de Elorriaga», publicado en Euskal-Erria, T. 10 (1o sem. 1884), pp. 567-568.
– La Correspondencia de España (13-08-1892)
– Becerro de Bengoa, Ricardo. «A la buena memoria de D. Fernando de Albizu Vélez de Elorriaga, publicado en Euskal-Erria, T. 27 (2o sem. 1892), pp. 153-160.
– Becerro de Bengoa, Ricardo. Descripciones de Álava (Vitoria-Gasteiz: Papeles de Zabalanda, 1996).
Imágenes
– Cabecera: Carretera nacional N-I a su paso por Elorriaga en Álava (Gerardo López de Guereñu, 1940-1960) [ATHA-DAF-GUE-15453].
Super interesante y desconocido totalmente
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