Esta vez vamos a retrotraernos a 1877, para recordar el chascarrillo que, sin duda alguna, estaría en boca de todos los vitorianos aquel año. Por fortuna, los detalles de esta historia fueron referidos en un artículo replicado en varios diarios de alcance nacional años más tarde -ya en 1886-, perfilando la cara más recelosa y tradicional de la ‘Atenas del Norte’. Nos valdremos por tanto de este escrito para recomponer lo sucedido.
En mayo de 1877, llegaba a Vitoria procedente de Madrid el pastor protestante Carlos Faithfull, deseando “hacer de esta ciudad la metrópoli protestante del Norte”. Claramente, sería consciente de la dificultad que entrañaba esta empresa, “pues con todas las cautelas dignas de un hereje en país de Inquisición” se valió de un tercero para poder arrendar una fabulosa casa “propiedad de Sra. viuda de Andueza”, donde instalar la capilla y una escuela evangélicas. Sin embargo, pronto se hizo público el uso al que se habría de destinar el edificio, la señora puso el grito en el cielo -tratando en vano de anular la escritura, por seis meses- y la ciudadanía vitoriana comenzó a protestar airadamente.
Como se lee en la revista el Mensajero del Corazón de Jesús y del Apostolado de la oración, uno de los primeros medios en publicar el artículo titulado “El fiasco protestante en Vitoria”:
Mentira parece que entre un andaluz, un castellano y un alavés, quepa un rasgo común; y, sin embargo, apenas aparece el protestante, todos tres, aunque separados por tan hondas divergencias como largas distancias, hallan espontáneamente un mismo sentimiento de santa intolerancia, y por diferentes procedimientos, igualmente graciosos e idénticamente nacionales, los tres llegan al mismo resultado final, que es la manifestación de aquel innato horror a la herejía que corre parejas con el implacable aborrecimiento al yugo extranjero, que lleva en sus venas todo el que nace en esta hermosa tierra.
Así, esta ‘santa intolerancia’ se hizo patente en cuanto Mister Faithfull trató de buscar “ovejas descarriadas”, al parecer con escaso éxito, limitándose su misión “a tres o cuatro sórdidas viejas y pocas más criaturas”. Y esa actitud refractaria de la sociedad alavesa, se transformó poco a poco en un calvario para el misionero protestante. Inicialmente, el clero organizo funciones de desagravios y en los sermones alertó sobre la herejía, generando un aislamiento casi total del pastor. Pero la católica vitoria precisaba “hacerle insoportable la vecindad” en la ciudad, y como él se valía “de los derechos individuales y de la libertad religiosa para quedarse”, un grupo de vitorianos decidió “añadir con urgencia el ingenio y los procedimientos humanos” a esta odisea.
El método escogido para incomodarle, desde luego, no tiene desperdicio:
Consistía sencillamente en aburrir al inglés, haciendo que le siguiera de día y de noche, a moderada distancia, una especie de magiar, una sombra importuna que no le dejase punto de reposo. Encargóse de tan difícil papel, qué desempeñaba a maravilla, un vasco de ancha cara y fenomenal boina, que aparentaba espiarle sigilosa y minuciosamente. Su inmóvil silueta aparecia frente a la ventana cuando aquél se asomaba de noche; velaba a la puerta si el inglés madrugaba por la mañana, y, en fin, aguardaba tras de las esquinas cuando éste se albergaba en las tiendas desalentado. Aquel hombre del pueblo procedía con una flema tan acompasada y una puntualidad tan exasperante, que la frialdad inglesa debió abrir paso más de una vez a la cólera violenta y al arranque bilioso.
El pastor, hastiado y temeroso de un posible robo o asalto, acudió al gobernador, quien le aseguro que “las leyes españolas no permiten arrestar a un ciudadano por el singular delito de seguir por la calle el mismo camino que otro transeúnte”. Así hasta el 23 de diciembre, día en el que Mr. Faithfull y un compatriota decidieron encaminarse hacia la fuente mineral de Vitoria para tomarse la justicia por su mano y acabar con el perseguidor, “aprovechando la soledad, la superioridad numérica y los revólveres de que ambos britanos van armados”. Sin embargo, al girarse estos, la sombra se escabulló tras un árbol, lanzó un largo silbido y grito “¡A ellos, a ellos!”, lo cual provocó la huida inmediata de los ingleses, creyéndose victimas de una emboscada. Reza el artículo que “desde aquel memorable día el Pastor inglés no se atrevió ya a salir por paseos ni sitios apartados”.
Y pronto, vencido el arrendamiento, el pastor tuvo que abandonar su fabulosa casa de forma apresurada, de modo que el 1 de febrero de 1878 se halló en la calle sin haber encontrado aún un nuevo domicilio:
Aquí empieza la epopeya carnavalesca de un protestante cargado de dinero y de todas partes arrojado. Salen los carros cargados de muebles de la consabida casa y se dirige probando fortuna a la casa nº 9 de la calle de la Florida, de donde son rechazados. Desesperando ya de hallar habitación, el Pastor gacetillero se resigna a depositar en cualquier rincón aquellos trastos que iban paseando indefinidamente las calles de la ciudad con la consiguiente algazara de los vitorianos, y al efecto dirigese a un almacén de muebles de la calle de la Herrería.
Con tan mala fortuna que el dueño de este negocio era un aguerrido carlista, el cual se presento rápidamente allí tras ser avisado, expulsando inmediatamente al pastor de su casa. Lo intentó en la Cuchillería, sin éxito, y finalmente fue a parar a la calle San Antonio, donde un panadero le alquiló ignorando quizás inicialmente la identidad de su inquilino. Pronto se dio cuenta de que nadie compraría más pan de su tahona, y decidió retirarle la llave al inglés, quien sumamente contrariado acudió a casa de un abogado, cuya mujer decidió también despedirle del despacho. Demandó incluso al panadero ante el juez municipal, pero se justificó su derecho de no querer arrendar el local para que sirviera como centro de propaganda protestante. Absolutamente nadie en toda Vitoria consentía que Mr. Faithfull pudiera alquilar una habitación, por lo que, desesperado, tuvo que hospedarse en la fonda.:
El señor Q., honrado industrial y dueño de la fonda, creyó, al admitir al Pastor, que tratándose de un establecimiento donde se hospeda a todo el que paga, él podía percibir tranquilamente las buenas libras esterlinas que le producía su nuevo huésped. No debió tardar en persuadirse de lo contrario, pues creemos que más de un disgusto costó a los dueños de la fonda el dar albergue a aquel extranjero a quien la mejor parte de la población persistía en considerar, si no como un peligro, por lo menos como un ataque a sus sentimientos católicos.
Habiendo minado por todos los medios el confort del pastor, un nuevo factor vino a complicar su estancia en la hostería. Una mañana, la fabulosa cocinera del establecimiento, “excelente cristiana”, decidió no guisar para un hereje, presentando ante su jefe la justificación de que deseaba salvar su alma. Al parecer, en esta última crisis intervino incluso el obispo Sebastián Herrero y Espinosa de los Monteros, y el dueño de la fonda “capituló con la fiel cocinera, cuyos suculentos servicios y lealtad a prueba eran notorios, manifestando públicamente que estaba dispuesto a preferirla a todos los ingleses del mundo”.
Corría entonces el mes de abril de 1878, casi un año había pasado desde la enigmática llegada de Carlos Faithfull a la capital alavesa, y el carácter reaccionario de sus vecinos había logrado que “ni una sola persona le alquilase un albergue o le guisase el puchero”. Indudablemente derrotado, el pastor protestante partió en tren el 17 de abril. Inicialmente, trató de probar fortuna en Burgos, pero, avisados por los católicos vitorianos, impidieron su estadía, obligándole a marchar de vuelta a Madrid: “esta vez sin ilusiones ni esperanzas de fundar, no ya una Sede metropolitana, sino ni una mala ermita protestante en el Norte”. Desde luego, esta novelesca y fracasada intentona, justifica perfectamente el título que se le dio al artículo en el que un tal J. M. C. s. j. narró en 1886 lo ocurrido: «El fiasco protestante en Vitoria» (podéis leerlo integro a continuación).
Confieso que en un primer momento dude acerca de la veracidad de toda esta historia. Algunas de las anécdotas referidas parecen demasiado ingeniosas. Sin embargo, hay documentación interesante que vendría a confirmar la presencia de ¡no uno, sino dos! pastores protestantes en la ciudad.
En un comunicado del 12 de agosto de 1877, firmado por el alcalde de Vitoria, Ladislao de Velasco, y dirigido al Gobernador Civil de la provincia, se apunta que «dos Señores Ingleses, Pastores, de Culto protestante, o Evangélicos» llegaron recientemente a la capital alavesa con la intención de «propagar sus doctrinas religiosas». Requerían permiso para colocar en «la vía pública algún puesto o puestos, fijos o ambulantes, para la venta de Biblias y otros libros de doctrina religiosa protestantes», y Velasco dudaba sobre la idoneidad de estas acciones:
[…] estaba dispuesto a amparar en el ejercicio de sus prácticas religiosas dentro de su domicilio a ellos y a los que acudieran a él, en tanto no causaran manifestaciones que trascendieran fuera del edificio; que si dentro de ese domicilio (pues no tienen templo establecido) podían vender o regalar las Biblias o Evangelios o realizarlo por sí o por encargo en una librería, todo sin anuncios o carteles exteriores, o llamamientos públicos de otra forma; no así creía, interpretando la Ley y velando por el sosiego del vecindario y su misma seguridad personal, deber otorgar mi consentimiento a que establecieran puestos fijos o ambulantes de venta sobre la vía pública ni autorizarlos a que pasaran casa por casa a ofrecer esos libros.
Además, les informó de que «estas Provincias Vascongadas acaban de pasar por una larga y sangrienta guerra civil, en que uno de los partidos invocaba, siquiera infundadamente, la cuestión religiosa», por lo que avivar las «cenizas de esa hoguera» quizás no fuera lo más adecuado. Aun así, la respuesta llegó el 14 de agosto, recordando al alcalde que la venta y exhibición de libros de su religión no podía impedirse.
Posteriormente, el 29 de octubre de ese mismo año, Velasco redacta un nuevo comunicado en el que expone que los Pastores Protestantes se han propasado:
Tomando el respeto y consideración que este culto vecindario profesa a las personas todas, sea cualquiera la clase, nacionalidad, o religión a que pertenezcan, por una prueba de indiferencia religiosa, y de beneplácito a su carácter de propagandistas, se han permitido acudir a la vía pública, a los paseos, a los caminos y a las aldeas, para regalar a los transeúntes no ya sólo Biblias y evangelios sino impresos sueltos de controversia religiosa, en que se ataca a la religión Católica que aquí profesamos todos.
Por el momento, la situación no había generado ningún altercado, pero Velasco apunta que «es temible llegue a ese extremo». Sabe que la ley ampara y favorece ciertas manifestaciones públicas, pero no estos excesos «sobre la vía pública, o introduciéndose sin ser llamados en el hogar de los católicos».
En noviembre de ese mismo año llegó la contestación del Ministerio de Gobernación. Y, considerando que «tanto la predicación de doctrinas como la venta de libros contrarios al dogma católicos» que venían practicando eran manifestaciones públicas, prohibían «que los propagandistas o vendedores de libros entre en talleres, fábricas u otros establecimientos análogos a dirigir exhortaciones o a vender libros a los obreros».
Así, todo parece indicar que la anécdota de Mr. Faithfull encaja aproximadamente con las fechas de estas quejas y malestares, confirmando la posible veracidad de todo lo descrito.
ACTUALIZACIÓN (22 de diciembre 2025)
Cinco años despues de escribir este texto descubro ahora inesperadamente una nueva fuente de información acerca del caso. Resulta que los días 27 y 28 de diciembre de 1877, el diario satírico madrileño El Solfeo publicó en dos capítulos un texto titulado ‘Los Memos’, misteriosamente firmado por un tal Pedro Vitoria.
Como apunta el escrito, “hace tiempo que en Vitoria cunde la hidrofobia espiritual”, y las beatas y neos han encontrado un enemigo común:
En Vitoria vivé hace algunos meses un pastor evangélico, un protestante. Es un padre de familia honrado, respetuoso, y cuyas virtudes públicas y domésticas, si cabe esta clasificación, no son negadas por nadie.
Tiene abierta su casa y su escuela al amparo de la Constitución que nos rige. A nadie llama; el que voluntariamente quiere ir a su casa, a oír su enseñanza, va; y el que no, no.
El pueblo vitoriano, religioso, morigerado y prudente al través de todos los tiempos, no hubiera dado, de seguro, un sólo discípulo a este hombre; hubiera respetado dignamente su intención y el ejercicio de un derecho que la ley le otorga; y convencido, al fin, el pastor de la esterilidad de su magisterio, se hubiera ido con su doctrina a otra parte; como ha sucedido en otros muchos pueblos de España.
Parece evidente que se trata del mismo caso. Y, en opinión del articulista, el pueblo de Vitoria se ocupa más del pastor que de los intereses religiosos que dicen defender. Proponiéndose, “como obra heroica de la temporada, perseguir sin tregua, hipócritamente por supuesto, y sin dar jamás la cara, a el maestro evangélico”:
La beatería y sus acólitos trabajan sin cesar para que los convencinos que habitan la misma casa que el protestante, se larguen de ella, si no consiguen que el amo le despida. Si el pastor cambia de domicilio, buscan los memos al dueño de éste y le deciden a que expulse a su inquilino.
Antes dieron en enviar trahillas de chiquillos que vociferaran y armaran divertidos tiberios delante de su casa; pero, viendo que la invención no hacía efecto, cambiaron de plan. No sólo le persiguen en su casa; también le molestan fuera de ella. Siempre que el pastor salé, síguele de cerca un fantasma como el de los Magyares, y así vaya el hombre por las calles o por el campo, así ande por los paseos públicos como que vaya por las solitarias sendas del Batan, entre charcos y barro, pisando terrones y con el lodo hasta el cuello, allá va tras él el desdichado centinela, no dejándole a sol ni a sombra.
Son los mismos trucos e intimidaciones que habíamos leído antes. Y, como apunta el texto, “se ha dado la consigna a muchos comerciantes de que no le vendan nada”, sin responderle siquiera el saludo. Pero, ¿quién ha escrito este texto? ¿Quién es Pedro Vitoria, quien se muestra contrario a estas acciones, y asegura sentir vergüenza por las mamarrachadas que suceden en su pueblo? Atendiendo únicamente a este seudónimo, sería imposible identificarlo. Pero, en otros muchos números de la revista encontramos textos y dibujos firmados por ‘Ricardo’, ‘Aramaiona’ o ‘P. Vitoria’. Tanto por el tono de sus columnas satírico-políticas, como por sus dotes para el dibujo, tras todos estos seudónimos se esconde Ricardo Becerro de Bengoa, de quien ya hemos hablado en infinidad de ocasiones.
Cabe recordar que Becerro de Bengoa fue un aguerrido defensor de la Constitución de 1869, primer intento de reconocimiento de la libertad religiosa en España. Por lo que no nos sorprende este encendido articulo en el que continua:
[…] además, en muchos sermones, viene de perillas a los oradores esta oportunidad del momento, para adornar, florear y ribetear los párrafos de su elocuencia con lastimosas y tremendas consideraciones acerca del protestantismo, que aquí ningún vitoriano conoce ni siquiera por el forro, y que ningún mal ha hecho hasta hoy, más que el de dar motivo a estos espectáculos indignos de un pueblo civilizado.
Y debemos tener presente que el final de la Tercera Guerra Carlista estaba entonces reciente. Así, en el segundo apartado de ‘Los Memos’ confirma que para él “neo, beato y carlista, son sinónimos”. Y todas estas gentes, “más papistas que el Papa y más realistas que el rey, no tienen otro bello ideal que la intolerancia religiosa”. A continuación, Becerro de Bengoa realiza una loa de la tradición liberal vitoriana, alejando a la capital alavesa de todo este “género de barbaridades”:
El pueblo vitoriano es tal vez uno de los más cultos de España y uno de los más respetuosos para la religión de sus mayores. Ni el atraso propio de las familias absolutistas, salvo cortas excepciones, domina en su vecindario; ni jamás han hallado eco en él las doctrinas contrarias al dogma. Lo más floreciente de su juventud, de su riqueza, de su industria, de sus hombres de valer y de su pueblo trabajador, ha pertenecido a la escuela liberal desde 1820. En la escuela neo y absolutista no ha habido más que figuras de última línea, con algunas raras, rarísimas excepciones, procedentes de lo más granado de la masa liberal. En el partido neo no hay más que mujeres, y hombres-mujeres, chiquillos-apóstoles, y viejos-niños.
Ese vecindario liberal y culto, que ha defendido con su juventud en las trincheras la bandera del país, la de la libertad y la de la civilización, que ha formado con sus bravos y firmes veteranos dos nutridas compañías de liberales viejos, no ha dado jamás, en las luchas filosóficas y religiosas de nuestro siglo y del anterior, desde la época de la propaganda librecultista, ni la más leve muestra de disidencia de la religión de sus padres. Tal vez los vascongados, más estudiosos, más ilustrados, y más en contacto con los franceses que el resto de los españoles, respondieron mejor que éstos al espíritu liberal y reformador de la revolución francesa; aquí más que en ninguna otra comarca los enciclopedistas tuvieron sus mejores discípulos; y sin embargo, sin neos y sin beatas, sin fanáticos y sin perseguidores, las puras costumbres cristianas se han mantenido y se mantienen incólumes, como en ninguna parte.
Vascongados, y hasta alaveses y vitorianos, o poco menos, fueron los ilustres Urquijo, Samaniego, Xérica, Álava, Porcel y otros acérrimos volterianos de principios del siglo; y sin embargo, no sólo no cambiaron las creencias de sus paisanos con sus publicaciones y trabajos, porque jamás ellos dejaron de ser fieles, honrados y dignos cristianos, sino que ni la más leve persecución sufrieron dentro del país por sus ideas filosóficas, como las sufrieron en Castilla algunos de ellos.
Vino la época revolucionaria moderna, y a pesar de la activa y poderosa propaganda hecha en toda España, en favor de los cultos disidentes, jamás se implantó en Vitoria ninguna creencia extraña.
De este modo, Pedro Vitoria lo tiene claro: “Al protestantismo no hay más que dejarle en paz, en medio de nuestros pueblos para que se seque y se agoste”. No arraigara, y como la Constitución lo permite, “lo digno es tolerarlo y dejarle abierto el paso y la atmósfera, para que viva y respire, si puede”. A la vista de esta postura, y sabedor del sangriento pasado reciente del país, plantea una controvertida pregunta:
¿Habrá protestante alguno, por listo y avispado que sea, que pueda traer, en veinte años, sobre Vitoria, el cúmulo de sangrientas calamidades, de trastornos y de deplorables resultados que han traído los clubs de beatas, de absolutistas, de niños zangolotinos, y de neos complacientes soi dissant aristocráticos? Ninguno.
Para terminar insistiendo:
¿Por qué no dejáis en paz al que, al amparo de la Constitución, y de la legalidad, viene a ver si en la propaganda de las ideas, pueden las suyas alterar el indestructible reposo de la fe vitoriana?
¿No tenéis una academia, un periódico, un doctor, o un escritor que deshagan los efectos de su doctrina? Pues esa es la lucha noble. Con la inteligencia es con la que se combate; y no con los dientes y con las uñas.
Con este tajante articulo de un Becerro de Bengoa parapetado bajo seudónimo en la prensa humorística madrileña añadimos una nueva y sorprendente mirada al paso de Carlos Faithfull por Vitoria. A buen seguro pronto regresaremos a las páginas de El Solfeo, para tomar el pulso a otros debates alaveses del siglo XIX de la mano de uno de sus representantes más destacados.
Documentos empleados:
– Arocena, Antonio, «Hace tres cuartos de siglo: un episodio de la vieja Vitoria», en ‘Vida vasca‘, nº 33 (1956), págs. 63-64.
– Rodríguez de Coro, Francisco. El obispado de Vitoria durante el sexenio revolucionario (Vitoria-Gasteiz: Obra Cultural de la Caja de Ahorros Municipal de Vitoria: 1976).
– J. M. C. s. j., «El fiasco protestante en Vitoria. Historia que parece novela», en ‘Mensajero del Corazón de Jesús y del Apostolado de la oración‘, Tercera Serie (1886), págs. 328-338.
– J. M. C. s. j., «El fiasco protestante en Vitoria. Historia que parece novela», en ‘La hormiga de oro’, octubre 1886, págs. 662-666.
– El Solfeo, (27-12-1877) y (28-12-1877).
Imágenes:
– Cabecera: «El Mineral», fotografía de Ragón (Ramón González Fernández de Basaldúa), publicada en la revista ‘Vida Vasca’ (1961).