Botánica de batalla…

De entre todos los diseños ideados por Ricardo Becerro de Bengoa para El Mentirón (su periódico de juventud, al que ya hemos aludido en anteriores ocasiones), hay uno que siempre me ha resultado muy sugerente. Como podréis comprobar, nos muestra a una pareja de franceses consultando a un improvisado guía local por los emplazamientos exactos de la batalla de Vitoria. Se los presenta como “Monsiur N. touriste, y su esposa madame X”, por lo que nos invita a pensar en una temprana representación de los viajeros o turistas que visitarían nuestra provincia siguiendo la huella napoleónica. El diseño se incluyo en el número de El Mentirón del 21 de junio de 1868, aniversario redondo de la propia batalla, acontecida cincuenta y cinco años antes. Precisamente en esas fechas, las décadas de los 60 a los 80 del siglo XIX, contamos con una importante cantidad de diarios y relatos de Voyage en Espagne de la mano de diversos autores, por lo que es bien factible que la caricatura de Becerro de Bengoa se base en la pura realidad: pasado más de medio siglo, los franceses regresaban con un nuevo espíritu cuasi turístico. Algunos, como sucede en la viñeta, no conocen “el sitio del combate”. Otros, como comprobaremos a lo largo de esta entrada, vivieron la guerra sobre el terreno y decidieron volver para reencontrarse con su pasado.

En esta ocasión, vamos a centrarnos en la figura del botánico y farmacéutico francés Antoine Laurent Apollinaire Fée (1789-1874). En 1809, sin haber cumplido siquiera los veinte años, fue llamado a filas como oficial de farmacia, y pudo recorrer infinidad de lugares de la península hasta 1813. Fruto de esta estancia, publicó en 1856 Souvenirs de la guerre d’Espagne [Recuerdos de la guerra de España], empleando para su redacción los cuadernos con anotaciones, observaciones e impresiones de su juventud. Por fortuna, en 2007 se publicó una traducción al español del libro, editada por el Ministerio de Defensa y con un estudio introductorio de Jesús Navarro Villalba. Por lo que podremos emplearla para recoger los apuntes dedicados a Vitoria, en donde estuvo en dos ocasiones: nada más llegar en 1809, en el trascurso del viaje inicial de camino a Madrid; y en 1813, durante el fatídico desenlace de la batalla.

Pero el caso de Fée es singular, ya que no nos legó únicamente ese texto acerca de sus vivencias durante la guerre d’Espagne. Medio siglo después decidió regresar al país, para aclarar in situ “ciertas dudas sobre algunos puntos”. ¿Era correcto el aspecto que él le atribuía, los recuerdos que albergaba? Lo ideal era estudiarla de nuevo “en su presente después de haberla visto en su pasado”. De este modo, en 1861 publicó un nuevo libro, titulado L’Espagne à cinquante ans d’intervalle, 1809-1859. Así que tendremos ocasión de revisar también las referencias que en él se incluyen al territorio alavés. En este caso, no existe hasta la fecha edición en castellano, por lo que trataré de traducir algunos de los fragmentos o apartados más sugerentes.

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Como ya hemos constatado en alguna entrada precedente, este tipo de testimonios resultan sumamente interesantes como fuente historiográfica que nos permite asomarnos a un momento determinado de nuestro pasado. En el caso alavés, por fortuna contamos con un fondo sobre viajeros muy rico en la Fundación Sancho el Sabio, y en su momento resultaron cruciales publicaciones como Viajeros por Álava: siglos XV a XVIII, una aportación señera de Julio César Santoyo, editada por la Caja de Ahorros Municipal en 1972.

Para el caso que nos ocupa, podemos comenzar por Souvenirs de la guerre d’Espagne, en cuyo segundo capítulo, titulado ‘De Bayona a Madrid’, se narra el momento determinante del cruce de frontera, “para correr aventuras bajo un cielo extraño”. En ese periplo inicial, durante los últimos días de noviembre de 1809, Fée conoce Irún, Tolosa o Hernani, y es testigo de momentos de tensión y del agotamiento de los suministros y recursos en muchas localidades. Al de unos pocos días, llegará finalmente a la capital alavesa, ciudad “con bonitos edificios y una hermosa fuente situada en una espaciosa plaza donde confluyen las cuatro calles principales”. Y será acogido en la casa de un médico “cuya hija hablaba un francés bastante correcto”. Esta chica, de nombre Casilda, dejó una grata impresión en él, y nos narra también algunos momentos hilarantes de incomprensión con el padre, “que no conocía más que su lengua materna y el latín, e intentaba hacerse entender sirviéndose de un galimatías galo-ibérico-latino que no conseguía hacer inteligible ni con ayuda de la mímica”.

La estancia de Fée fue breve, únicamente tres días, y vivió una curiosa anécdota en la despedida:

Estuve tres días con esta honrada familia, tiempo que se me hizo demasiado corto. En el momento de la partida, Casilda se acercó a mí, ya no risueña como de ordinario sino grave y ensimismada; me entregó un paquetito cuidadosamente envuelto que quise abrir en su presencia, pero se opuso diciéndome con una voz que me pareció emocionada: “Después”. Apenas franqueado el umbral, lo abrí: contenía un escapulario. Comprendí la intención y, volviéndome enternecido hacía aquella casa hospitalaria, besé la imagen santa bordaba en el tisú, quizá con un pensamiento profano. Y me alejé lentamente llevando en el corazón un dulce recuerdo.

Se intuye entonces un leve enamoramiento entre ambos, lo cual ha alimentado la imaginación de quienes quisieron dar continuidad al romance. Además, Gorka Martínez Fuentes alude también brevemente al paso de Fée en un artículo dedicado a ‘Las mujeres durante la ocupación francesa de Vitoria’. Subrayando que esta cordialidad y simpatía no fue la norma, pues también se dieron casos de abusos e incluso agresiones físicas. Ese mismo día, el joven farmacéutico partió rumbo a Miranda, y únicamente se incluye una sencillo mención al Zadorra y sus orillas arboladas. Después, se adentró en Castilla y continuó su viaje hacia Madrid. Durante los próximos cuatro años, vivió innumerables episodios que aparecen referidos en sus memorias, pero no regresó a Vitoria hasta el 19 de junio de 1813, dos días antes de la batalla.

Para ese día, la ciudad ya estaba rodeada de tropas que iban tomando posiciones. Y antes de narrar el desastre, apunta un detalle de película, pues recorriendo la ciudad escuchó el sonido de un piano, vibraciones que le “llegaron al corazón e hicieron nacer en mí un recuerdo tan vivo de la patria que me sentí vivamente enternecido”. Según parece, ¡desde su salida de Francia no había escuchado este instrumento en toda su estancia!

Además, aprovechó el paso por Vitoria para saldar una cuenta pendiente:

Fui a ver al anciano medico que me había alojado al comienzo de mis campañas. Me reconocieron, tanto él como su hija, gracias al tono de mi voz. Los pobres estaban pasando trances mortales.

− Su escapulario me ha dado suerte, −le dije a Casilda−.

− ¿Lo tiene aún?

Se lo mostré inmediatamente.

− ¡Ah! −replicó ella−, no es extraño, ¡es un escapulario de Nuestra Señora del Carmen!

Y tras este leve gozo, el último del que disfrutó en España, la situación estalló y se inició el combate. Fée pudo ver el desarrollo de la acción desde Abechuco y percibió la ruina de “un océano de carruajes en el que íbamos a naufragar”. En el fragor de la lucha, en medio de un cenagal donde a punto estuvo de perder a su caballo, incluye menciones tan curiosas como la siguiente: “No puedo dejar de anotar, como fiel historiador, que apenas hube escapado de aquella escena de carnicería, eché pie a tierra para coger una planta que me pareció nueva y que aún puedo mostrar desecada”. Más adelante, cuando analicemos su segundo libro, L’Espagne à cinquante ans d’intervalle, volveremos a mencionar esta hermosa labor de colecta y catalogación de plantas.

Además, el relato de Fée aporta una vivísima descripción de la contienda, algo fundamental para contrarrestar la dimensión heroica que a menudo se achaca a las batallas, clave para cuestionar los monumentos que posteriormente las honran y conmemoran. No me resisto a compartir un fragmento algo extenso de su libro:

¿Cómo contar ahora todo lo que vi al atravesar la funesta llanura en la que tantos encontraron la ruina y la muerte? Desesperación de los vencidos, gritos amenazantes de los vencedores, pavor de los emigrados españoles que esperaban la muerte de mano de sus compatriotas, llantos desgarradores de mujeres y niños indefensos degollados o aplastados bajo las patas de los caballos, arrebatos insensatos ante la vista del oro que chorreaba de los carromatos del tesoro, crueldades inauditas, abnegaciones sublimes: nada faltó en aquel escenario de muerte y desolación.

Cuando me hube apartado de la refriega, dirigí una ultima mirada a la llanura y no vi sino una espesa nube de humo que me ocultaba la dolorosa escena.

A mi alrededor marchaban nuestros soldados sin cañones ni municiones, buscando un refugio en las montañas. Infantes y jinetes, oficiales y generales, se apresuraban desordenadamente. En vano se hicieron esfuerzos para reagrupar a los fugitivos, pues ya no se reconocía la autoridad de los jefes. El general buscaba su división, el coronel su regimiento, el oficial su compañía. Más tarde los encontraron, pero lo que se había perdido para siempre era una corona, caída de unas sienes que no volverían a ceñirla.

Tras una sucesión de escenas de descontrol, en la retirada se menciona Salvatierra, y ya después la huida a través de las montañas hasta llegar a Pamplona. Están son, por tanto, las breves menciones a su paso por Álava en el primer libro del farmacéutico francés. Pero, como indicábamos, el viaje se repitió medio siglo después, por lo que ahora vamos a tratar de narrar sus impresiones en esta segunda estancia.

En el viaje de 1859, Fée aprovechó para visitar San Sebastián, la cual no pudo conocer en el periodo de guerra. Y después, prosiguió su viaje hacía Vitoria, valiéndose de una diligencia a la que dedica ciertas criticas (de hecho, el libro incluye un apéndice final dedicado a los Moyens de transport en España, que sirve como aviso para futuros turistas de las limitaciones y medios disponibles por todo el país). En un momento dado, llegó a la llanada alavesa, de recuerdo infame para los franceses, y divisó Salvatierra, las dos Gamarras y el Zadorra, reconociendo inmediatamente el terreno y sabiendo “cual era la dirección que debía tomar al día siguiente para visitar el campo de batalla”.

Al llegar a Vitoria, se alojó en el Hotel Pallarés, situado en la esquina de la calle Independencia con Postas. Este establecimiento se había inaugurado unos años antes, en 1844, y le asignaron una habitación con balcón, cuyas vistas daban a un lugar ocupado en 1813 por la artillería francesa (seguramente la actual plaza de los Fueros). Además, indica que enfrente le quedaba una suerte de descampado, y alude a la cercanía de una fabrica de papel pintado que “ocupa la mayor parte del terreno, invadido por la industria». Esta referencia es muy interesante, pues se refiere con toda probabilidad a la fábrica de papeles pintados de Santa Isabel, fundada en 1846 a las afueras de la ciudad, pero trasladada “al construir la calle Oriente, quedando situada junto a la primitiva plaza de toros y frente a la nueva cárcel”. Para situarnos mejor, remito al siguiente plano de la ciudad, con la situación aproximada de la fábrica, extraído de un estupendo artículo dedicado a esta industria escrito por Fernando R. Bartolomé García en 2019.

Aunque había llegado muy cansado (pensemos que Fée contaba entonces con setenta años), decidió dar un paseo nocturno y se aproximó hasta la plaza nueva: “Por la mañana es un mercado y por la noche un lugar de encuentro para el hermoso mundo”. Allí encontró cafés y pastelerías, y menciona también a los principales libreros. Este detalle es interesante, pues seguramente alude al local que ocupó la litografía y librería de Lorenzo Lacau, iniciador del linaje Fournier en nuestra ciudad. Este personaje de origen francés, se estableció en Vitoria hacía 1860, ocupando el local nº5 de la Plaza Nueva (donde se encontraba, hasta hace bien poco, el quiosco El Globo). De hecho, el diseño de Becerro de Bengoa que empleábamos al inicio de esta entrada lleva a los pies la firma de Lacau, pues las imágenes de El Mentirón se elaboraban en su establecimiento. Además, nuestro protagonista alaba la plaza, un tipo de construcción del que carecen en Francia, “destacable por su regularidad” y por poder emplearse y disfrutarse con cualquier climatología. Y se encuentra, sobre el suelo de la misma, con un grupo de niñas que se divierten con un juego al que en Francia llaman ‘petit bonhomme vit encore’: una velita pasa de mano en mano hasta que finalmente se apaga, debiendo pagar prenda la persona a la que le toca. A pesar de su edad, Fée les pide permiso para jugar con ellas, y se asegura de que él salga perdiendo. Así, encontró la excusa perfecta para tener que pagar la prenda, y adquirió una gran bolsa de dulces en una pastelería cercana, provocando la algarabía de las pequeñas. Agotado, decide finalmente acostarse, sabedor de que al día siguiente le toca visitar el campo de batalla.

En este punto, Fée da comienzo a un nuevo capítulo, al que titula simplemente ‘Vitoria’. Y lo inicia con una interesante reflexión acerca de la mortalidad y la memoria. En los campos que se disponía a recorrer habrían muerto infinidad de soldados, a los que ninguna inscripción recuerda. Hoy las cosechas crecen en esa tierra regada con la sangre de los combatientes y, en ocasiones, el arado del labrador choca con restos humanos y se sorprende, tras haber olvidado las grandes luchas. Por ello, durante su paseo no verá nada más que la tierra, pero con sus vivencias le basta para evocar la memoria de quienes perdieron la vida.

Esa mañana, el cielo lucía azul y Fée recorrió las orillas del Zadorra, aprovechando la sombra de los chopos. Recientemente, se habían realizado las obras para implementar la llegada del ferrocarril, y buena parte del terreno de la batalla había resultado arrasado, por lo que “muchos de los muertos tuvieron que abandonar su reposo sangriento”. Se dirigió hacía Gamarra Mayor, donde las tropas francesas defendieron la posición el 21 de junio, y después hacia la ladera del monte Arrato. En ese punto, se topó con tres campesinos almorzando. Dos eran jóvenes y, respecto al tercero, Fée creyó que sería su contemporáneo, aunque termino resultando unos años menor que él. En este punto, nuestro autor se sorprende: “aunque pueda parecer increíble, los dos jóvenes ni siquiera sabían que había habido un combate en estos campos que ellos cultivaban desde su más tierna infancia”. De este modo, “cuarenta y seis años habían bastado para olvidar” la batalla de Vitoria, “que había decidido el destino de la Península”, y los lugares donde esta se había librado.

En ese momento, Fée lanza una reflexión que hoy confirmaríamos. Esa segunda mitad del XIX evidenciaba ya un cierto aceleracionismo de los acontecimientos respecto a las décadas precedentes (y el tren, por ejemplo, era también un buen exponente de ello):

La época actual es tan fértil en grandes acontecimientos, y estos se suceden con tanta rapidez, que el presente apenas nos permite pensar en el pasado. El interés que tenemos por las cosas cambia de un objeto a otro por momentos, y lo que acaba de nacer nos hace olvidar inmediatamente lo que acaba de morir. Estamos enteramente dedicados al trabajo del día a día.

Buscando quizás combatir ese olvido de los paisanos alaveses, continuó su recorrido, y se desplazó hasta Subijana. Allí, tuvo un recuerdo especial para el capitán Marteau, fallecido en el lugar. Como bien apunta, quizás para entonces todavía quedase algún camarada vivo que lo tuviera presente, pero es poco probable que ninguno de ellos pudiera hacer lo que él: “pronunciar su nombre en el mismo lugar donde cayó”. Poco después, y ya para terminar el recorrido antes de regresar a Vitoria, se aproximó a La Puebla de Arganzón, donde en 1813 vivió uno de los choques más duros. Con la mirada perdida en la llanura, se sorprendió de encontrarla tan tranquila, tras haberla visto tan tumultuosa:

La página de historia que estaba leyendo en ese momento no es más que un episodio casi olvidado de nuestras grandes guerras, a menos que algún oscuro actor de este sangriento drama vaya, como es mi caso, a ofrecer un recuerdo a los muertos y rendirles un sentido homenaje.

Al día siguiente, Fée tuvo como cicerone a un tal M. J. F. Ibarguren. Según nos dice, se celebraba en la ciudad la natividad de la Virgen, lo cual podría darnos la confirmación de que su viaje por Álava trascurrió durante los días 7 y 8 de septiembre de 1859 (aunque la mención a los libreros de la Plaza Nueva y la vinculada a la fábrica de papel nos invitaban a pensar que el viaje realmente tuvo lugar en 1860). Esa jornada fue testigo de una procesión, en la que sacaban una imagen dorada de la madre de Cristo. Y el festejo, con el txistu y el tamboril, las vestimentas de los presentes y algunas de las danzas, le resulto grotesco.

Además, el viejo viajero tuvo una bonita idea, quiso visitar a la familia que le acogió en 1809. El padre era difícil que siguiera con vida, pues ya superaría la centena. “Pero la muchacha, que era de mi edad, aún podía estar viva, y mi satisfacción hubiera sido grande si hubiera podido verla”. Gracias a Ibarguren pudo recuperar el nombre del anfitrión, el doctor don Manuel Urbina, y supo finalmente que Casilda llevaba muerta unos pocos años. A modo de consuelo, recorrió al menos la calle Chiquita, donde se encontraba la casa donde se alojó. Poco después, y siguiendo el orden lógico de su paseo, menciona el antiguo convento de los dominicos, y explica que la supresión de las ordenes religiosas lo había reconvertido en cuartel militar. Y quisieron mostrarle también el Hospicio, una de las instituciones asistenciales más emblemáticas del XIX alavés.

Al caer la tarde, Fée recorrió y elogió el parque de la Florida: “habría que buscar en nuestras ciudades más grandes para encontrar un rival para este paseo”. Allí, ante la mirada de las “estatuas colosales de los reyes godos; que parecen observar con ojos enojados las payasadas de la multitud”, presenció un baile popular con acompañamiento de la banda militar. Un jolgorio de cientos de bailarines, hombres, mujeres y niños, que se prolongó hasta las diez de la noche, con un ritmo incomparablemente alocado en relación a los bailes de Francia. Aunque Ibarguren lo acompañó de vuelta al Hotel, el viajero francés aprovechó después la soledad para regresar a la Florida y pasear bajo la luz de la luna.

Al día siguiente abandonó Vitoria, ofreciendo una curiosa reflexión: “Entra al casco antiguo y estas en España. Pasea por la ciudad nueva y estás en Francia o Alemania. Se dice que la población se ha duplicado en los últimos veinte años”. Y, repitiendo el esquema de su primer viaje, se dirigió a Miranda de Ebro, localidad que había visto de pasada en dos ocasiones, y a la que ahora dedicó una breve visita.

Para terminar, hay un último aporte alavés interesante en relación al viaje. En este libro, de regreso a España con cincuenta años de diferencia, Fée continuó con esa labor que habíamos intuido en la curiosa anécdota del día de la batalla, cuando echó el pie a tierra para coger una planta. Entre los apéndices del volumen, encontramos un listado de las plantas recolectadas durante el viaje realizado durante el mes de “Septiembre y la primera quincena de octubre de 1859”. Y sorprende que un buen número de las especies obtenidas guarda relación con Vitoria y sus alrededores. De este modo, indico a continuación las menciones a Vitoria, pues pueden resultar interesantes para los amantes de la botánica alavesa:

Reseda Luteola (L.), Vitoria, cerca de la cuidad.

Dianthus monspessulanus (L.), San Sebastián, en el fuerte; Vitoria, en el campo de batalla; Burgos, Cartuja de Miraflores y otros lugares.

Erodium malacoides (L.), Vitoria, en el campo de batalla.

Oxalis corniculata (L.), var. villosa; Vitoria, en los jardines.

Trifolium fragiferum (L.), Vitoria.

Cicer arietinum (L), Garbanzo, esp.; Vitoria.

Onobrychis Caput-galli (Lamk.), Vitoria.

Seseli montanum (D. C), Vitoria, en el campo de batalla.

Galium verum (L.) [nanum], Cuajaleche, esp.; Vitoria, en el campo de batalla.

Scabiosa Gramuntia (L.), Vitoria; Burgos, yendo a miraflores.

Lencanthemum vulgare (Link.), Vitoria, en el campo de batalla.

Achillea Millefolium (L.), var. setacea; Mil en rama, esp.; Vitoria.

Helichrysum Stoechas (D. C), Perpetua amarilla, esp.; Vitoria.

Carduncellus milissimus (D. C), humilis (Link), Vitoria, en el campo de batalla.

Centaurea Jacea (L.) (nana), Vitoria.

Scabiosa (L.), Vitoria.

Microlonchits salmanlicus (D. C), Vitoria, en el campo de batalla.

Thrincia tuberosa (D. C), Vitoria; Barcelona, en Montjuic.

Scolymus grandiflorus (Scop.), montes de Vitoria a Burgos.

Erica vagans (L.), Vitoria, en el campo de batalla.

Cuscuta europoea (L.), Vitoria.

Linaria lanigera (Desf.), Vitoria.

supina (Desf.), Vitoria.

Mentha Pulegium (L.), Vitoria.

Origanum virens (Link), Vitoria.

Salvia pratensis (L.), Vitoria.

verbenaca (L.), Vitoria.

Brunella vulgaris (L.), Vitoria.

Ajuga Chamoepitys (Schreib.), Vitoria.

Teucrium Polium (L.), Vitoria; Burgos, hacía Miraflores.

Plantago graminea (Link.), Vitoria.

lanceolata (L.), var. ô eriophora, Vitoria.

Euphorbia exigua (L.), Vitoria, en el campo de batalla.

Merendera Bulbocodium (Ram.), Vitoria; puente de Subijana.

Scilla autumnalis (L.), Vitoria, en el campo de batalla.

Smilax aspera (L.), Vitoria.

Cyperus badins (Desf.), San Sebastian, en la Mota; Vitoria, en el campo de batalla; Burgos, hacía Arlanzon.

Lecidea parasema (Ach.), Vitoria, madera de roble verde.

Squamaria lendigera (D. C.), Vitoria.

Cenomyce alcicornis (Ach.), Vitoria.

Resulta ciertamente poética esta labor del botánico francés, recogiendo esforzadamente un buen número de muestras en los lugares donde él mantenía un vivo recuerdo de la guerra. Una bonita metáfora de la redención por medio de la belleza y la naturaleza de los aspectos y episodios más obscuros y abyectos de la humanidad. A buen seguro, retornaremos en más ocasiones a los diarios y memorias de aquellos viajeros que se asomaron a nuestro territorio, fuente inagotable de pequeñas historias.

Notas:

(1) En el año 2004 el doctor en Farmacia Enrique Granda publicó una “historia farmacéutica de navidad” titulada ‘El pequeño Antoine’. En este relato ficcionado, dedicado a Antoine Laurent Apollinaire Fée, el romance entre ambos jóvenes se consuma, y terminan casándose y formando una familia.

Documentos empleados:

– Feé, Antoine Laurent Apollinaire. Recuerdos de la guerra de Españallamada de la Independencia1809-1813, edición y traducción de Jesús Navarro Villalba (Madrid: Ministerio de Defensa, 2007).

– Feé, Antoine Laurent Apollinaire. L’Espagne à Cinquante ans D’intervalle: 1809-1859 (París, Vve Berger-Levrault et fils, 1861).

Imagen de cabecera:

Fotografía de Gerardo López de Guereñu, «Primer plano de un macizo de plantas silvestres de largo tallo y abultada corola». Signatura: ES.01059.ATHA.GUE.CD.15191

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